miércoles, 27 de noviembre de 2013

Golondrina

No sé si tendré
el corazón
lleno de fisuras.
Solo sé que
me he sentido
rota
tantas veces,
que buscar mis piezas
esparcidas por el suelo
y meterlas
en el hueco del pecho
a veces me resulta
demasiado común.

En cuanto
a amores,
los dos primeros
no se clavaron
tan dentro.
El primer desgarrón
lo dio ella.
Intenté enjaular
a una estrella,
agarrarme a su luz
para no estar
a oscuras
y solo conseguí
consumirme.
Encogerme
hasta hacerme 
minúscula
y explotar
como debió de hacer
ella
hace millones
de años.

Pero no importó
porque
de ahí salí
hecha barro
y cielo.
Y por eso a ti,
mi vida,
te pedí un nexo,
igualdad, 
un lazo
que pudiésemos 
atar más fuerte
o deshacer
tirando 
cada una
de un extremo.

No puedo
permitir
que esto
se me olvide:
no puedo quererte mía,
sino tuya 
conmigo.
Y quererme a mí
mía
contigo.

Tal vez 
debería comprender
y no llorar 
por ello
por qué Hegel
diría
que el amor
muere en el 
instante
en que nace.

Tal vez 
debería 
tomar a 
Coelho
más en serio
y entender
que solo serás
para siempre
si no te tengo.



Y que lo bonito 
de esto
es que
siendo pájaro
elijas dejar al ciento
y escoger mi mano.

martes, 29 de octubre de 2013

Regreso a Ítaca

No cesaba el viento en su empeño por colarse a través de las celosías. El rugido de las olas podía oírse en toda la isla, y ya nadie podía dormir. Reinaba la inquietud allí donde reinara Ulises, y la tormenta parecía querer llevárselo todo consigo antes de deshacerse.

Pero qué se puede esperar de una isla, si no es que permanezca. Allí estaba Ítaca. Temblando, y sin moverse. Ya podían lamer las olas todas sus costas y arrastrar consigo pedacitos de arena; Ítaca, que fuera patria y presidio, hogar y amante, sancta sanctorum, vida y designio; hizo lo que había de hacer: recogerla. Guardarla como si fuese una perla ardiente en la palma de una mano. Y Penélope, por su parte, harta de tejer en vano, deshacía sin parar su eterno telar para darse cuenta de que las prisas no son buenas. Que es mejor empezar otra vez si el camino no conduce a ninguna parte... y que con lágrimas no se puede ver lo que se teje.
Ahí estaba Penélope, en medio de una tormenta, con los pies casi fuera de Ítaca y el corazón en un puño, quitándose como podía el absurdo telar que se le había ido enredando. Deshaciéndose de todo el lastre que ya ocupaba demasiado en una isla tan pequeña.

Así fue que, tras una noche oscura, llegó un amanecer tímido y confuso. Pero la nuit porte conseil, dicen, y Penélope lo comprendió todo de golpe. Entendió por qué Ítaca era su casa: porque creyó cuando era más fácil desaparecer en el mar Jónico y no dejar rastro. Porque hubiese sido más sencillo no cumplir aquel ''recuerda que huir significa ir a buscarte -aunque parezca que huya y vaya en dirección contraria-''. Hubiese sido más fácil salir corriendo, dejarme sola en mitad de la calle. Quizá te hubiese visto aún más bonita si te hubiese perdido. Pero cumpliste tu promesa (en un espacio y en un tiempo en el que a las palabras se las lleva el viento), y me elegiste rota, triste, salada y confusa; antes que a cualquiera que estuviese entero, alegre, y dulce. Porque te hubiese sido difícil encontrar a alguien que, aunque aturdido, siguiese creyendo en nosotras como yo lo hago, con una metáfora que tiene los mismos siglos que suspiros mi cama.



Y así Penélope volvió a Ítaca, e Ítaca se alegró de haber escogido a Penélope. Porque el contrastre con la  oscuridad devuelve un brillo más intenso... Y a mí siempre me encantó el sol de Ítaca. Pero también moriría por su lluvia. Y espero que lo sepa.

lunes, 21 de octubre de 2013

Born to die

Quiero vomitar palabras y escupir versos. Arañar espejos, rasgar todos los retratos truncados que hice sobre mí. Disipar esperanzas, congelar sueños. Dar patadas a esta soledad, a este frío, a este hastío. Quiero abofetear este rostro que ni siquiera puede sostenerme la mirada entre tanta humedad. Quiero arrancar los sueños, derrumbar todos los castillos en el aire, y no volver a construirlos nunca. Quiero desaparecer, borrarme. Deshacerme en una náusea que vacíe este vacío que llevo dentro. Quiero disolverme en espuma, quiero perderme en el viento. Quiero desgarrarme el pecho y que vuelen los demonios y me dejen tranquila. Que se vayan y me dejen sola, para poder lamerme las heridas y limpiarme el barro que me llega más allá de las rodillas. Quiero beberme todas las lágrimas que he llorado, por si es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor. 


Quiero gritar hasta romperme la voz. Y perderme con el aire, con la brisa. Y ser Eco, sin Narciso y sin nada, hasta extinguirme.

jueves, 17 de octubre de 2013

Vapor, humo

Traga saliva y enseguida nota cómo se agolpan las lágrimas en los bordes de sus ojos. Sigue intentando hacerse con unas natillas, que el estómago le pide, pero en realidad no quiere nada. En realidad ya no sabe qué hacer, y solo siente ansiedad, ganas de llorar. Está harta de mentir para no mentirse. De inventarse cosas que no suceden para que sucedan cosas que deberían suceder solas. Está harta de esconderse, de tener miedo. De tener que avergonzarse, de tener que dar explicaciones. De tener que sentirse mal cada vez que está un poco más cerca de lo que quiere. De no poder querer lo que quiere porque a otros les parece mal que lo quiera.
Está harta de no tener ganas y de que los motivos no conduzcan a fines. Está harta de llorar y de dormirse impotente cada noche, abrazando un peluche que tiene el relleno inundado de tantas lágrimas que guarda. Está harta de tener que huir de una casa para llegar a casa. De tener que cobijarse en sitios fríos, porque no queda otra salida. Y no hay cabida, ni respiro. Y le tiemblan las piernas y ha vuelto el frío que siempre vuelve, a anidar entre sus vértebras. A echar raíces en sus nervios, a trastocarle las ideas.

Cómo puede volver a ver lo bello de los atardeceres, de la lluvia, de esconderse para hacer el amor; si nada queda cuando vuelve a una casa, cansada, triste, desolada, perdida. Cómo no intentar captar la luz de sus ojos en ocho mil imágenes, que han acabado perdiéndose como yo todos los días, si es un recuerdo más de que ella existe y de que no se la inventa. De que a su imaginación truncada; al veneno de su espina dorsal, ese que hace contorsionismo por dentro de su espalda, no le ha dado por imaginar a una persona que la cuida y le da todo lo que necesita; pero que en realidad no existe.

Que en realidad no existe como ninguno de sus sueños. Que son solo falacias. Vapor, humo. Que aquellas luces de la ciudad se desvanecen y que nunca se alcanza la luz verde al final del embarcadero. Que con el desdén de Daisy murieron Gatsby y todos los sueños del mundo.


Y traga saliva y se agolpan las lágrimas detrás de sus ojos. Y el veneno de la soledad se extiende implacable y rápido por las venas de su muñeca. Y entonces cierra los puños. Y eso es lo que hace que, al menos por ahora, el veneno no tiña sus manos. Y prefiera seguir siendo socrática. De momento.

 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Take me home

Suena en la radio una vieja canción de John Denver, y se balancea al son mientras sirve otro café, y vuelve a llenar la cafetera. Da al botón de encender, y se gira a atender más pedidos. Sonríe a los dos hombres que están acabándose sus tortitas con sirope y les pregunta si desean tomar algo más. 'Take me home, to the place I belong', dice la canción. Y sonríe pensando en lo que fue su casa. En esa pequeña ciudad de otro continente que dejó atrás. Fue hace unos años cuando decidió irse y probar suerte en otra parte. Con un montón de títulos que no le dieron las oportunidades que deseaba, porque al fin y al cabo, lo que importa es ser feliz. Hizo las maletas, y se fue. Y después de vagar y conocer viejas rutas y camas de motel, acabó haciéndose un hueco en esa cafetería de carretera, sirviendo cafés y olvidándose de todo lo que tuvo antes.

Podría no parecerlo, pero son los caminos que recorremos los que nos hacen cambiar. Y dejó atrás las universidades y los cultismos, pero aprendió lo que es verdaderamente importante: que la vida viaja más lejos que todo lo demás. Que la belleza está en todas partes, y que la poesía pierde su esencia cuando se la escribe. Que como mejor se hace es en cuerpos y en la lluvia de marzo. Que casa puede ser cualquier parte y que la esperanza es lo último que se pierde. Que cualquier desierto, por árido que sea, esconde vida y que se tiene más cuando menos se aprisiona.

Sin dejar de bailar vuelve detrás de la barra y se suelta el recogido por el camino. No lo suele hacer, pero lleva sin cortarse el pelo mucho tiempo, y asoman algunas canas entre su cabello castaño, que no volvió a teñirse. También tiene varias tímidas arrugas en la frente, y manchas de sol desperdigadas por su rostro.

-Eh, cielo, ¿vienes esta noche a bailar conmigo al Phoenix?
-No, Tim, hoy presiento que tendré otros planes...
-¿De qué hablas?
-No sé, tengo un presentimiento... pero se lo puedes preguntar a Jolene, hace una semana que dejó a aquel camionero suyo, igual le apetece salir contigo- contesta mientras el llamado Tim va detrás de la otra camarera al otro lado del bar. Ella, sonriendo y suspirando a la vez, condescendiente, vuelve a su tarea. Aprovecha que no hay ningún cliente sin atender, y sale a recoger unas cosas al almacén. Cuando regresa y termina de colocar la leche y los gofres precocinados, se levanta y ve a alguien nuevo sentado en la barra. Es una mujer, con las gafas de sol puestas.

-Dime, cielo.
-Mmmm, una cerveza, ¿qué me recomiendas?
-¿A estas horas? Un café solo.
-¿Española? -contesta la mujer cambiando el idioma de la conversación.
-Ahá. Bueno, legalmente ya no... pero sí. ¿Y tú? ¿Cómo en una carretera perdida de Arizona?
-Pues... ya ves. Alguien me habló una vez de una idea absurda... -y continuó la frase, al ver la extrañeza con la que su interlocutora la miraba- No sé, huídas adolescentes...
-Cuenta, cuenta, tengo tiempo.- le instó ella.
-Bueno, alguien me habló de Arizona como escapatoria. Lo decía en broma: si la vida le iba mal, lo pensaba dejar todo y se iría a ser camarera de carretera.
-Oh.. qué interesante.- añadió ella sin dejar de trastear con el café.
-¿Es un poco lo que hiciste tú?
-Mmmm, puede... jaja, no sé... ¿por qué has venido?
-¿Haces algo esta noche? He oído a unos ahí fuera que hay una fiesta con cerveza barata en un bar cerca de aquí.



 Ella suspiró. -Llévame a casa, anda.
-¿Qué es ahora casa, después de tanto tiempo?
-Tú.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Bovarisme.

La conocí una noche de verano, sentada en una terraza. Soplaba una ligera brisa en aquella ciudad de costa. Estaba sola, y me fijé en ella al verla de espaldas con una chaqueta demasiado gruesa para una noche de julio. Me senté en la mesa de al lado y la miraba de reojo mientras tomaba un helado. Ella tenía un café entre las manos, agarraba la taza con un ademán invernal, como si tuviese las manos frías, y movía los pies agitando su vestido, en un gesto inquieto, pero inconsciente. Tenía los ojos tristes y la mirada perdida. Cogí mi tarrina -nunca me han gustado los cucuruchos- y pedí permiso para ocupar una silla en su mesa. Dijo que sí, taciturna, con una de esas sonrisas apresuradas que les salen a los que cruzan universos en milésimas de segundo. Me sentía con ganas de ser agradable, así que me esforcé en mantener una conversación. Ella, aunque siempre muy correcta, no me contestaba con gran elocuencia. Se limitaba a ser cordial, en lo que yo creía vislumbrar un gran intento por permanecer en esta realidad y no en la que estuviese cruzándosele por la mente. Acabó contándome muchas cosas en lo que duró su café y se derretía mi helado. Me contó lo que había estudiado, a qué se dedicaba. Me explicó que había ido a parar a una ciudad que recordaba de su juventud, donde había pasado varias vacaciones con algún amor lejano del que ya no podía evocar sus ojos. Me dijo sin mirarme que una vez se sentaron donde yo estaba ahora. Me habló de su vida, de sus sueños y de que ya no creía en ellos; que se dedicaba a viajar y a imaginar historias, que ni siquiera escribía.



Pero de toda su curiosa historia lo que más captó mi atención, y aún sigue erizándome los poros, fue cómo justificó su gruesa chaqueta aquella noche de julio. Decía que tenía un frío atrincherado en la espalda. Un frío de soledad que no se le iba nunca, y que le provocaba escalofríos cada vez que soplaba el viento. Así que en verano se abrigaba y en invierno huía. Cuando se le quedó frío el café,  se levantó y me dijo sonriendo:  ''Siempre tuve complejo de Madame Bovary'' a modo de disculpa y se fue, dejándome solo, y agitando el vestido mientras se alejaba.

viernes, 6 de septiembre de 2013

...de la misma materia que los sueños.

¿Crees a Shakespeare cuando dice que estamos hechos de la misma materia que los sueños? Es mi argumento de autoridad, ya que de mí no te fías. Yo no sé de qué estoy hecha, de ceniza y barro, quizás, pero me jugaría (besos en) el cuello y el último pasaje a Venecia que tú sí que estás hecha de sueños. Que te tejes entre filigrana abstracta y te condensas en vapor de suspiros. Que estás hecha de aire, porque sabes ser etérea, y tienes algo de tierra y barro, que es lo que te hace estar conmigo. Eres tormenta cuando te desatas, y una vez te pedí que fueses sueño y filosofía, sin saber, o intuyendo, que ya lo eras. ¿Ves? Por ti misma, y no porque yo te filtre de ningún modo. No soy yo la que te hace de plata a la luz de la Luna. La que crea poesía con el humo que exhalas, yo solo te miro.

No sé de qué más estarás hecha para ser metonimia de sueño, pero cada vez que me besas, nacen sinestesias de colores que aún no existen. A lo mejor es eso. Que no sé de qué estás hecha, pero te puedo  intuir con los ojos cerrados. Que es más fácil verte con las manos, y que la única forma de leerte es recorrer cada centímetro de tu piel desnuda con mis dedos. Que tocarte es un desafío a la inmortalidad, porque nunca sabré si esa será la última vez que lo haga antes de que te desvanezcas como las alas de una mariposa.

Y con toda experiencia de los que llevamos una vida soñando, sé que debo darme prisa: besarte como si fuese la última vez que lo hago, mirarte como si no te hubiese visto nunca, hacerte mía en todas las esquinas de esta ciudad, y que me muerdas los labios todos los días para ver si despierto.

 

En cualquier caso, tú eres sueño, y la vida también. Creo que eso lo explica todo.

martes, 27 de agosto de 2013

Demonios

Me gustaría poder presumir de haber(te) besado en todos los puentes de Venecia y Praga, pero solo puedo hacerlo de haber bañado mis labios con sal -y no con saliva- en casi todos los rincones de una ciudad que a veces no parece la mía.

Me gustaría decir que pertenezco a un siglo que no es este, donde se evoca a las princesas con la mente y se juega a ser caballero de levita y sombrero. Brotar cada mañana de una novela de Stevenson y perder a las cartas en el club de los suicidas.

Me gustaría volverme mariposa, de aquellas que escribía cuando creía en los subterfugios decimonónicos y en la verborrea modernista. Me gustaría llorar y escribir a partes iguales, es decir, escribir tanto como lloro, y poniendo tantas ganas en ello como cuando sollozo, en bocanadas cortas, y apenas sin aire, diciendo lo que mi cabeza intenta ignorar cuando mi corazón grita.

Me gustaría soñar como si los sueños nunca se truncasen igual que esa Margarita de Rubén Darío; como si Rimbaud me estuviese esperando en algún París del mundo (porque todas las ventanas destartaladas hablan de París entre susurros). Quisiera soñar, y sin olvidar nunca a Wilde y a sus pesadillas, que también son sueños, aprender a ver la belleza en todo lo tétrico que me envuelve, como hizo Baudelaire con sus flores. Y entender, entonces, que los ángeles solo existen porque existen los demonios, o viceversa. Que todo tiene un lado amargo y uno dulce, que la vida avanza porque existe la dialéctica de Hegel: que una tesis y su antítesis, dan lugar a una síntesis y así, hasta que pase ese algo que nunca sucede.

Quiero convertirme en aire, en lluvia, en golondrina. Morir como el ruiseñor, tiñendo una rosa, en un vano intento de inmolarse por eso que llamamos amor.



Quiero deshacerme en un beso, de esos que solo tú has sabido darme. De esos que purgan el alma, y exorcizar mis demonios con las notas vibrantes de tu saliva.

lunes, 29 de julio de 2013

Patria y presidio

Patria es donde naces, y no mentiría si dijese que nací la primera vez que te besé, para morir la primera vez que me dejaste en casa, y revivir cuando volví a verte. Patria es donde te acogen, donde te quedas, porque te miman. Patria es donde perteneces, donde está tu gente. Patria eres tú cuando te miro, y cuando cierro los ojos, también; porque muchas veces, hasta los cierro para encontrarte. Incluso cuando me duermo entre tus brazos, y te resignas, y me besas y me miras, y acabas por dormirte tú también. Y sé que haces todo esto por lo que te estoy diciendo: dormir es otra forma de buscarte, igual que irse es otra forma de volver. Y yo, amor, te veo mejor con los ojos cerrados. Te reinvento y te tengo, y te pruebo; para después abrirlos y volver a tenerte. Para reinventarme yo también, y conmigo, ocho millones más de formas en las que reenamorarte, si no cada día, por lo menos a la semana.

Te convertiste en mi patria, al más puro estilo Ángel González, y naciste, tú también de nuevo, para ser Ítaca, y yo, Penélope, y olvidarme de odiseas. Y si fue al más puro estilo Ángel González, patria lleva implícito presidio. Y a veces temo, y dudo y sé que piensas que de los presidios se busca la huida. Que toda treta va directa a buscar rendijas por las que escaparse. Pero luego pienso, y pienso mejor -porque no siempre me sale eso a la primera- que no te convertiste en mi patria, sino que te convertí yo en ella, y que si patria lleva implícito presidio, yo misma así lo quise. Y que si esto lleva implícito algún tipo de contradicción, se lo cuenten a aquel Sartre que nos condenaba a ser libres.

No sé si me estoy explicando, pero con esto, lo único que quiero decirte, amor, es que te hice Ítaca para que fueras tú conmigo. Para que fueses tú y yo fuese yo y no 'para ti', ni 'por ti', ni 'a causa de ti'; sino contigo. Ir de esa mano de la que tú hablaste. Y coordinarnos y coordenarnos en un lugar geográfico al sur de tu cintura, donde las mareas no son cíclicas, pero siempre vuelven, y las brisas no son otra cosa que suspiros. Donde tú no estás 'para mí', ni 'por mí', ni 'a causa de mí', sino conmigo.




Donde Ítaca es mi mejor metáfora, porque se convierte en acto y va más allá de una función meramente lingüística. Donde eres tú, y puedes deshacerte de mi tropo, y convertirte en sinestesia de quien quieras; o donde, al menos por ahora, puedes quedarte, y seguir, no 'por mí', ni 'para mí', ni 'a causa de mí'; sino conmigo.



jueves, 25 de julio de 2013

De precipicios y pestañas.

Me sabe la boca a triste y en el pecho me escuece el Atlántico. Sé que sabes que a veces me caigo, y tal vez sea cierto que no sepa levantarme sola. Pero, amor, por el aleteo de tus pestañas muero dos veces y resucito una tercera. Y no hay manera humana de no pensarte veinticinco horas al día. Todos los días de la semana.
Eres mi coordenada sintáctica y geográfica favorita. Y este nexo copulativo, mi certeza preferida. Y si tuviera que subordinar algo, sería ese tiempo que no existe, para invertirlo en cosquillas en tu espalda.
Pero no hemos venido a hablar de cuánto te quiero, de cuánto te admiro, de cuánto me gusta tenerte. Era solo una declaración, una excusa, un texto como pretexto de que, si me sabe la boca a triste, es porque te vas. Y si, por algún casual -o yo no sé por qué circunstancias del destino- ves que en mis ojos brilla un haz de luz, es porque cuando vuelva a verte, te querré mejor después de haberte tenido lejos, y que si me escuece el Atlántico en el pecho, es de los besos de sal que te di, que se me han metido muy dentro, y por eso lloro, a veces. Y sé que no sabes, aunque deberías saberlo, que si me caigo, y es cierto eso que dices, y no sé levantarme sola, es porque algunas veces fuimos nubes con la mente, y duele la realidad, de vez en cuando, al salir de la burbuja y respirar el aire de fuera.  Y creo que deberías saber, también, que lo único que callo cuando crees que me escondo, son mis miedos para que no te hagan daño, pero que ninguno lleva tu nombre, y que creo en ti como te pedí que creyeras tú en mí. Y también quiero que sepas que la justicia poética no existe, porque tengo la metáfora más bonita del mundo suspirando en mi cama, y eso no puede ser justo. Y si me sabe la boca a triste, igual es por el aire que exhalo justo antes de saltar al precipicio. Ese que se extiende ante mis ojos cada vez que abres los tuyos
y los cierras... para volver a abrirlos un instante después, y es justo en ese momento, cuando me colgaría de tus pestañas, y viviría eternamente en el mar de cielo de tus párpados.





Recuerda que si caímos en picado es porque a veces fuimos nubes con la mente.

domingo, 21 de julio de 2013

Casa

¿Por qué suenas a despedida si eres casa? 
Casa es donde está el corazón 
y tú tienes el mío,
 amor. 
No te despidas, 
porque no te vayas a ir, 
o hazlo, 
solo para volver conmigo.

Llevo una semana sin desearte felices días, 

porque lo de 'feliz' 
está implícito en 'contigo'. 
Y para darte las buenas noches, 
prefiero hacerlo en fonemas 
y no en letras; 
y que tú me respondas
 en sílabas roncas al oido.

Llevo mucho tiempo sin escribirte

 porque he descubierto
 eso de cambiar los lápices por los dedos
 y escribirte poesía 
en código morse.

Llevo demasiado (poco)

 tiempo 
perdida en tus ojos mar de cielo 
y no sé si estoy en el cielo o en el infierno 
-por el calor asfixiante- 
cada vez que abres los ojos 
en medio 
de la oscuridad para mirarme.




¿Por qué suenas a despedida si eres casa? 

Despedirme es siempre 
una excusa 
para volver a verte, 
no lo olvides.

lunes, 1 de julio de 2013

Rose des vents

Es alguna hora entre las seis y las siete de la mañana, y amanece. Ha sido un San Juan mágico, sin hogueras, que esas ya las llevamos por dentro. Yo siempre he sido una chica de atardeceres, pero el amanecer de esta mañana se presenta convincente, y te ilumina, y Segovia está casi tan bonita como tú desde ese lugar de la muralla.

Tú estás preciosa y yo estoy pensando. Estoy empapándome de la luz que irradia un sol que despunta pero que aún no se asoma, con el respeto de la ordenación universal por si abre los ojos y aún nos estamos besando. Pero esta vez sí puede mirar, solamente estamos acurrucadas debajo de una mantita que, realmente, no abriga nada. Hace frío y sopla el viento. Y lo mejor, es que parece que estamos en cualquier otra parte. No solo física, sino mentalmente. Y te abrazo y me siento en casa. En esa casa imaginaria, en esa idea platónica del hogar, en esa patria -no sé si también presidio- a la que hasta el más feroz aventurero acaba volviendo, tarde o temprano.

Y me autoconvenzo, aunque como todas mis convicciones, tarde poco en esfumarse esa idea; de que este viento que sopla es de cambio, y que esta noche mágica, con su amanecer más mágico aún, traerá un cambio. Algo que me permita sonreír en el momento -que debería ser- el más bonito de mi vida. Un rumbo, una esquina por la que empezar a tirar de la manta. Una ruta que trazar y un poco de valor para llevarlo a cabo. Una orientación espacio temporal, una ubicación, imprecisa o concisa, tanto da.



Una brújula, que no señale al norte, sino a lo que quiero. Para que así, esté bien o mal ese deseo, tenga la convicción de saber que estoy en el momento y el lugar adecuado, incluso fuera de tus sábanas.






Y si te sientes perdido con tus ojos no has de ver... 
hazlo con los de tu alma y encontrarás la calma
tu rosa de los vientos seré..

jueves, 20 de junio de 2013

Liberta.

-Mamá, este finde no voy a ir, tengo mucho que estudiar y estoy muy agobiada...-se oye algún que otro balbuceo al otro lado del teléfono como respuesta pero realmente ya no está escuchando. Cuelga el auricular y éste sería el momento perfecto para dar una calada a un cigarrillo, si fumase. El no fumar, estéticamente, a veces, es una pena. Quedaría muy dramático. Pero... hay tantas cosas que son una pena. Como el tener esa clase de relación con su madre. También quedaría muy estético y modernista eso de imaginarse hablando con su futuro hijo. Y pensar en las cosas que haría y en los errores que intentaría evitar, pero hasta en ese pensamiento, íntimo y privado, se cuela la voz de su madre acusándola de creerse mejor de lo que en realidad es. Con ese retintín que exclama la inteligencia de la que supuestamente hace acopio y que usa como patente de corso para hacer lo que le dé la gana. Esa fue graciosa. Si es que existe ya algo gracioso en todo esto asunto. Patente de corso para hacer lo que me dé la gana. Si de verdad la tuviera... sí, claro, no estaría en casa, ni pisaría por ella. Pero eso es superficial. Si de verdad la tuviera hubiera cambiado otras cosas, cosas que vienen de antes. Soy una persona cambiante, lo sé, lo sabemos. Pero nunca hubiese renunciado a cosas porque a otros les parecieran estúpidas. Nunca hubiese ocultado mis sueños, ni mis ilusiones. No me hubiese vuelto un autómata cuyo único propósito era sacar buenas notas, para tener una oportunidad más grande de salir de aquí.

No tengo ni idea de psicoanálisis, pero cada vez veo más cómo en cada objeto o ideal que había tomado como símbolo, me había encargado de grabar la palabra 'libertad'. Berta lleva libertad o libertad lleva Berta, no lo sé. El caso es que estoy hundida. Y que ya no hay eufemismo que me ayude a enmascararlo. Que solo me encuentro en Ítaca y que hasta esos viajes tienen que ser furtivos, porque mi madre no los ve bien. Me he perdido. Me he olvidado. No sé si he existido.



Estoy hundida, y creo que eso, aunque solo sea un ratito, me da derecho a ser egoísta. Y me da derecho a decir en voz alta, o en voz muy bajita a través de esta pantalla, que algún día -puede ser- que los críticos literarios vean que mis textos destilan esta carencia afectiva materna a través de no sé qué personaje mío, alegoría de lo que soy, de lo que nunca has sido y de lo que, cada vez veo más lejos, que alguna vez seamos.   


sábado, 18 de mayo de 2013

En Ítaca también llueve.

Dicen que nunca llueve a gusto de todos, y es verdad. Ahora llueve ahí fuera, y no me gusta. No a estas alturas. Habría podido acostumbrarme a esa primavera que huye, a ese sol que recela entre las nubes y se acaba escondiendo... 

Con esto no quiero decir que no me guste la lluvia. Me encanta la lluvia. De hecho, ojalá lloviese en Ítaca todos los días. Me encanta el olor a tierra mojada, y la lluvia que corre por las calles de la isla cuando llueve. Y el sonido de las gotas al chocar contra todo lo que se pone por delante de mi isla. Me gusta cuando la lluvia parece que suspira, que cae con tonalidades, con cadencias rítmicas. Que diptonga sílabas e inventa interjecciones para llover tranquila y a su manera.

 Me gusta cuando llueve en Ítaca porque la lluvia limpia. Porque la lluvia es vida, porque el agua es un arjé y porque Dios está en la lluvia. Y me encuentro demiurgos cada vez que paseo por Ítaca llovida, y se resuelve el paraíso en la cadera de esta isla que gotea, y que arrastra consigo todo lo que me preocupa. Porque la lluvia limpia y repara. Se cuela por los resquicios de las grietas que deja el invierno y se convierte en preámbulo de la primavera.
Cuando llueve en Ítaca, se para el tiempo. Tengo que dejar cualquier otra cosa que esté haciendo para ver cómo llueve. Para no perderme ni un solo segundo del baile entre la lluvia y la tierra cuando entran en contacto. Cuando la lluvia altera la quietud de la tierra -que, aunque suela estar tranquila, a veces tiembla justo antes del impacto de lluvia-.

Además, es curioso, porque en Ítaca nunca llueve de la misma manera. A veces llueve despacio, y otras veces caen tormentas. A veces la lluvia de Ítaca desata la furia entre las olas, y el mar se embravece y se preparan tempestades en las almas de los que vivimos allí; pero otras veces, sin embargo, la lluvia cae tan despacio que parece que podría prolongarse cien años sin cansarse. 



Ojalá lloviese esta noche en Ítaca. Muy despacio y muy flojito, sin despertar a nadie. Llenándolo todo sin que nadie se percate, volcándose dentro, inundándolo todo. Ojalá lloviese una noche que durase cien años sin cansarse.

lunes, 29 de abril de 2013

Nieve en abril.

He muerto
y he vuelto
tantas veces
que renacer se hace más fácil que
despertar
sin ti.

He muerto
y me he rehecho
de tantas formas
que ni Heráclito
y su río de constante cambio
pensaron
en mí.

He muerto
y me he deshecho
en tantas gotas
que las lluvias
ya solo saben
a ti.

 He muerto
y he llorado
tantas primaveras
que la nieve
ahora
ya no moja,
solo hiere.

Porque he muerto
y te he añorado
tantas noches
en aquella otra noche,
que creía que el calor
te traería
y que ni siquiera
la brisa de verano
podría llevarte.



La brisa no,
pero igual
tu risa
sí la roba esta nieve de abril.

domingo, 21 de abril de 2013

Colores en el viento.

Camina por el asfalto humeante de alguna carretera lejana. Y se detiene. Y espera. Del verbo esperar, que tiene un importante matiz temporal en una realidad en la que el tiempo no existe. Y levanta la cabeza, y mira al cielo con los ojos cerrados, y eso basta, porque hay luces que nos bañan hasta con los ojos cerrados.
Hay colores que calan el alma sin verlos, porque están el aire, están en el viento.

Y se descalza y sus uñas de colores se lucen, presumidas, sobre el gris del asfalto que quema, pero nunca demasiado. Y bailotea, de esa forma tan suya y tan absurda. Con la cabeza hacia atrás y el pelo extendido, a punto de suicidarse contra el suelo. Y piensa en lejos. En el verde de los jardines, en otros sitios. En la única lluvia que calma la sed y que tiene nombre de mujer. En instantes que no han vivido. Piensa en las estrellas de verano, y en cómo quedarán en los ojos de la lluvia. Y lo anota mentalmente para escribírselo en la boca la próxima vez que la vea.
Piensa en ser abstracta. En vivir, en la pretensión de la existencia. En esos 'born to be wild' que todo el mundo grita cuando tienen que callar, y callan cuando deberían gritar, aunque fuese en silencio. Y piensa en lo absurdo de la moral heterónoma, y en la coherencia de la práxis como medio de conocimiento empírico. Y en el número de besos que nos ha robado un reloj, y en todo aquello en lo que se podrían invertir los segundos si no pasaran tan rápido.

Abre los ojos y sigue andando. En círculos, como siempre que se anda sin esperar nada del tiempo. Porque el tiempo no existe. Porque en su suposición lineal, se supone que la historia es una sucesión de acontecimientos que se suceden en el tiempo. Pero los acontecimientos no existen, y es una buena falacia decir que, entonces, el tiempo tampoco. Y los acontecimientos no existen porque nadie ha postulado la libertad. Hay personas que no pueden ver los colores en el viento, y esas personas, por desgracia, mandan.

Y ahí está ella, con ganas de salir corriendo, de huir -que consiste siempre en abrazar la lluvia de marzo- y saltar por ese precipicio que, al igual que esa carretera humeante, solo existe en su cabeza. Y atravesar los límites que otros imponen sin tener ni idea de que, si están en su cabeza, no pueden controlarlos. Y saltar.



 Y ser aire. Una nota más de esos colores en el viento. Y componer arcoiris con la lluvia. Y ser libre. Y estar viva.

sábado, 13 de abril de 2013

Ítaca.

Querido Ulises, me he enamorado de Ítaca.

Existe una sensación que surge del mecer de las olas cuando pasas horas acunado por ellas. Esa en la que al salir del agua aún sientes el oleaje. La cadencia, el goteo, el vaivén. El tono, el ritmo, la humedad. Eso es un beso de Ítaca, y yo, que no soy más que una Penélope moderna y modernista, no he podido hacer otra cosa que perderme.

Ítaca es el mar de sus ojos.  Por la mañana, recién levantados y confusos, son grises como los días nublados. Como la niebla del invierno que robó. Por la tarde se vuelven verdes como el lecho marino del que forman metonimia; y por último, titilan azules de noche, con la oscuridad de las farolas perdidas en callejones recónditos sospechosamente transitados.

Ítaca es el mar. Es el agua, el arjé que argumentaba un tal Tales de Mileto. Ítaca es la lluvia, esa que abandona el mar para condensarse en las nubes de su imaginario, para después llover, y lloverse y lloverme y recordarme que es mi isla, que es el descanso del éxodo constante de esta Penélope desubicada que siempre se debatió entre irse y quedarse. Entre reír o llorar. Entre besarla o comerla a besos.

Entre dejarla ahí, expectante para que no desaparezca en medio del mar Jónico, o fundirme con sus costas, enterrar mis piernas en su cintura, convertirla en sancta sanctorum, patria y presidio, como decía Ángel González...



y no dejar que vuelva a casa ninguna otra noche si no me lleva con ella.

sábado, 30 de marzo de 2013

Microclima.

Recuerdo el calor de aquella noche,
típico de los climas tropicales
o de las noches mediterráneas de verano,
esas que huelen a amapolas y a sueños de jardín.

Recuerdo el calor del desierto de tu espalda
como si, paradójicamente,
no hubiera sido ayer.
Recuerdo la ebullición de tu frente en cohesión con la mía,
los géiseres de tus pómulos...

Me recuerdo atravesando una piel lejana y ausente,
y después solo la lluvia del trópico.
Las lluvias torrenciales que desembocan en naufragios
y refugios
de almas que firman contratos de abandono
en las hojas secas que deja el otoño.

Recuerdo el frío de las sábanas movidas,
de las piernas desnudas,
de la brisa escarchada en átomos de invierno
que se posan,
como esos besos extraños de mariposa,
en los pies fríos, que tímidos,
despuntan en la popa del colchón.

Te recuerdo con el sol que miente en primavera,
ese que no necesita excusas para colarse a verte,
y entra sin llamar por la ventana,
no hallando más que abrazos de piel
y ningún sitio para esconderse,
ruborizado y confuso,
por no entender que las estaciones se suceden en tu cuarto,
y que no queda para él ningún resquicio en todo el microclima de tu habitación.

Que el amor se ha atrincherado y aquí no hay subterfugio que valga.


domingo, 10 de marzo de 2013

Fallo logístico.

El callejón oscuro de anoche nos echa de menos. Es sábado noche y le falta algo. Su espíritu voyeurista se pregunta qué hacemos que no estamos hoy dejándonos la espalda en sus paredes.

Y qué quieres, chica, yo no sé qué contestarle. Yo tampoco lo entiendo. Pero tengo ocho mil respuestas en la punta de la lengua que me gustaría poder contestarle. Podría hablarle de que estamos en otro universo esta noche. En nuestro limbo imaginario, en un mundo al que se llega a través de una lámpara roja...

Podría hablarle de que te estoy escribiendo poesía con los dientes. Que estoy trazando rutas con los dedos para descubrir nuevos continentes en tu espalda, nuevas islas en tus piernas.

Podría hablarle de ti, y de tus ojos de lagartija. De los destellos rojos que aún no he visto. De las sábanas que se enredan en mi cerebro disperso. De los poemas en forma de voluta de humo que huyen de tu boca.

Podría hablarle de la eternidad. De la relatividad del tiempo, de su no existencia. Podría hablarle de potencias, que se vuelven actos. De metáforas que escapan la extensión del lenguaje y de la lengua, si me apuras.

Podría hablarle de ti, y no acabaría nunca. Porque las lindes de tu cuello aún me parecen demasiado extensas. Aún no se ha escrito toda la cartografía de tu cuerpo, y, por ende, no se la puedo explicar. No se hace ilusiones, aún así, sabe de sobra que tampoco le daría detalles. Que eso se queda en mi retina.




Podría contarle cualquier cosa, pero le estaría mintiendo. Porque hoy duermo conmigo pero sin ti. Y aulla tu lámpara roja y te envuelve sin mí. Y el fallo logístico es importante.Y no sé cómo explicárselo al callejón cotilla. Porque no, no le veo sentido alguno a esa brecha espacial que separa tu boca de la mía.



viernes, 15 de febrero de 2013

Walked into the room...

Siento como si llevara una vida encerrada aquí contigo. En una habitación blanca de esas de psiquiátrico. Tal vez como alegoría de mi mente.

Siento que llevo aquí una vida desnudándome y viendo cómo te desnudas.

Juro que no sabía que llevaba tanta ropa puesta. Tantas y tantas capas de indiferencia y lejanía. Tampoco sabía que existía un placer oculto en quitarme esta multitud de prendas para envolverme solo con el aire que exhalas.
No sabía que me gustaba tanto mirarte, frágil. Imaginarte, idealizarte inductivamente. No sabía que ese humo podía calar tan hondo en mis pulmones. No te sabía.

Y aún solo he llegado a ver un centímetro de tu piel bajo ese abrigo infinito que nos gusta lucir.

¿Qué hacemos? ¿Lo dejamos así o nos desnudamos el alma para siempre?


Tengo miedo de que te vayas. De tener que dejar esta habitación de invierno.
Con el frío que hace fuera... y yo sin abrigo.


Walked into the room...,
 you know, you made my eyes burn.

martes, 12 de febrero de 2013

Ojos de perro azul.

Sé que existe un lugar -llamémoslo Limbo- donde todas las potencias se convierten en actos. Es un lugar abstracto, ambiguo, como a mí me gusta. Y es el único lugar donde los sueños irrealizables pierden el prefijo de negación.

Me gusta mucho ir allí. Me gusta encontrarte, siempre en el mismo banco, mirando al infinito y sonriendo. Sé que existe ese lugar solo por eso. Porque cuando te miro, algo me dice que ya nos hemos visto antes. En otro sueño.

Me gusta estar contigo en el Limbo. Allí soy capaz hasta de bailar, además de escribirte sonetos en rima asonante, a juego con el color de tus ojos de perro azul. Me gusta soñar que somos posibles, igual que esos personajes que inventó García Márquez en un cuento. Me gusta verte, imaginarte, idealizarte como aquí no puedo hacerlo.

Da igual si ahora no me reconoces aunque nos veamos todas las noches. Es posible que no recuerdes que soñaste conmigo. No te preocupes, buscaremos otra frase señuelo para encontrarnos cuando nos crucemos por la calle. Y lo haremos de verdad.




Porque voy a cansarme rápido de lo de despertar cada vez que vas a besarme.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Persistencia de la memoria.

Cada vez que alguien riñe con el tiempo me entran ganas de reír. Cada vez que alguien le culpa de sus miserias me siento confundida. ¿Por qué la gente tiene ganas de discutir con algo que no existe?

Admito que existe la medida del tiempo. Puedo decirte exactamente cuánto tiempo ha pasado desde que te fuiste. Setecientas cuarenta y seis lunas, contando la de hoy. Calculo que varias tormentas y otra gran multitud de fenómenos atmosféricos nos han sucedido. Pero entre esos segundos que te han intentado arañar y las veces en que has puesto nombre a un granito de algún reloj de arena no hay equivalencia ninguna con los minutos que marcaba una aguja. Ni con la fecha que daba el calendario.

Se ríe el tiempo y la memoria de aquellos lugares de Segovia en los que alguna vez convergiste conmigo en tiempo y espacio. Y se ríe también de aquellas tardes de invierno y de esa frase de Shakespeare que argumentaba que el tiempo es eterno para los que aman. Y me río yo de la línea espacio-tiempo que nos separa de algunos momentos, que ya no sé si recuerdo haber vivido. Si se trata de ti, recuerdo más las cosas que nunca pasaron. A lo mejor es porque conecto bien con mis 'yos' paralelas, por ejemplo, con esa que está todavía contigo.

El tiempo es una alucinación. No creo más en él de lo que creo en que hayas existido. Tal vez tú seas una alucinación. Un retazo descolgado de un tiempo que no existe. Una persistencia de la memoria que se niega a admitir que puedan colarse partículas de tiempo que no encajan con la realidad esa absurda que se inventa la gente para dormir tranquila.


Me río yo del tiempo. En cualquier caso, no ha sido el tiempo el que se ha llevado tu olor. Ha sido la desidia.

lunes, 4 de febrero de 2013

Delirios dramáticos.

Suenas como esa guitarra eléctrica que acaricias, sabes a futuro incierto y hueles a melancolía con sonrisas. Pareces ese acorde que nadie ha escrito y te guardas en un baúl que no se ha abierto. Eres como ese beso que nunca se dio y aquel para nunca que jamás se dijo. No te busco. No te encuentro. Estás hecho de la misma materia que mis sueños, como decía Shakespeare, al que citas y recitas casi a diario. A veces escribes una obra sobre nosotros, pero todavía no me has puesto nombre. Buscas una Julieta, aunque te conformas con Ofelias de compañías de bajo presupuesto que te entretienen por instantes. Y entre acto y acto escribes poemas sin dedicatoria. Creo que alguno es para mí, aunque no sé si lo sabes.
Me recuerdas a una canción que ya no suena y creo que nos hemos visto en ninguna parte, no sé si te acuerdas.
Me parece que eres el perfume extraño que huelo en mi almohada, aunque también puede ser que mamá haya cambiado de detergente. Y esos ojos de infinidad cromática que veo en todas partes son tuyos, ¿no? Claro, igual que ese sombrero anticuado que pierdo entre la multitud y esa risa que se desvanece si me doy la vuelta en algún bar para buscarla. ¿Crees que te echaré mucho de menos hasta que llegues?



Bueno, si me ves salúdame. Me hará ilusión.

lunes, 21 de enero de 2013

La quête du Paradis.



ÉLISE DIDEROT CASABLANCA C8659 36 SERVICIO TELEGRÁFICO A JULES DIDEROT MADRID C9235 6 = ENCONTRADA UBICACIÓN GEOGRÁFICA DEL PARAÍSO.
ÁMBITO REDUCIDO. CUESTIÓN PERSONAL, PROLONGO VIAJE.
EXACTAMENTE HALLADO A TRES CENTÍMETROS DE SU BOCA.


lunes, 14 de enero de 2013

La noche es neutra.

El eco de unos zapatos inunda la calle. Camina de noche por una avenida cualquiera, en alguna ciudad de Europa muy lejos de ésta. Me gusta hablar de Praga, por las conversaciones de antaño. Pero no la conozco, así que podemos dejarlo en París, que siempre tiene su encanto. Montmartre, si quieres. Yo me perdería por Montmartre, si estuviera en París, y como supongo que quien anda soy yo, tendrá que ser allí.

Entonces resuena el eco de los zapatos en una calle de Montmartre, hemos quedado. Y se exaspera ante la idea de subir más escaleras hasta llegar a donde quiera que vaya en el barrio más alto de París. Y también ante el recuerdo de Segovia a través del empedrado subalterno en el que, al igual que pasa siempre aquí, se quedan encajados los tacones de los zapatos. Algunas cosas nunca cambian, supongo. Pero ella es el río de Heráclito, y a los dos minutos la roca impertérrita a la que no logra arrastrar la corriente.

Cuando eres el río te toca cambiar. Sí, y cambias. Cambia tu aspecto. Seguramente sea lo primero que cambie. No se come bien en Francia, no sabe a casa. Cambian tus horarios, tus planes, tu ritmo.

Cuando eres piedra cambia lo que te rodea. Cambian los que te rodean, cambia tu tiempo, cambia tu espacio.

Lo que aún no se han movido son los recuerdos. Ni un poquito. Solía pensar que la comezón en el pecho y el mal sabor de boca desaparecerían en cuanto subiera al avión. Que la literatura francesa, Rimbaud o Baudelaire, le harían olvidar. No contó con ser el río. Los libros nunca serían los mismos si cambiabas desde dónde los leías. No la culpo, quiero decir, no me culpo. Por querer salir de la miseria. Por esperar un poco más del mundo. Por querer dejar el vicio a las lágrimas engarzadas entre las fibras de la ropa.



Cuando eres idiota piensas en antes. Si eres yo, estás obligada a hacerlo. Es una proposicón lógica muy simple. Y tienes que usar el pretérito imperfecto. Es una cuestión de estilo. Técnicas literarias, ya sabes. De los que creen que saben algo. Sitúa al lector en un pasado remoto y transporta los sentimientos lejanos al presente atemporal en el que se ubica la historia. Chorradas, sin duda. El caso es que en la estúpida noche de París los recuerdos no se marchan. Bailan al son de los zapatos que intentan pisotearlos sin éxito. Te quise. Supongo que aún puedo hacerlo. Pero también me quise, aunque fuera un poco menos.

Solía pensar que la noche era nuestra. Ahora sé que la noche es neutra. Y que nuestra es solo la culpa.



lunes, 7 de enero de 2013

If you love my hardcore...

A veces dejo de creer. Sin más. Creo que es como una prueba de resistencia para ver cuánto tardo en romperme el corazón a mí misma.

Le pedí una prueba de amor eterno. Ya sabes, para agarrarme a algo en uno de mis abismos emocionales. Y lo que hizo fue regalarme un atrapasueños. Incluso se inventó una historia para mí. Una en la que cada vez que creyera que no me quería ya más solo tenía que dormir debajo de ello para darme cuenta de que no era así.

A veces soy tan idiota...

porque de vez en cuando esa fe que me falta le deja huella. Hace que le tiente la idea de rendirse, y no quiero eso. Pero hay una cosa que nunca le he dicho... Sin su presencia a veces lejana, sin su mano, sin el color de su pelo, sin ese símbolo irracional rechoncho que quiero plasmar en mi piel -como símil de mi alma-; me hubiera perdido hace tiempo.




Nunca sabes lo que te espera. Pero me hace feliz la opción del letargo bajo esas hojas de colores hechas con goma EVA.