domingo, 12 de enero de 2014

All my dreams and all the lights...


...mean nothing without you...



Sueños, no sabéis las ganas que tengo de cumpliros.
Guardo tantas esperanzas acurrucadas en el pecho que a veces toso cuando se me descolocan. A veces, vuelcan cuando tropiezo con mis botas de cuadros, y me regañan desde dentro, porque están tranquilos durmiendo. Otras veces, siento un calor reconfortante, cuando el que más prisa lleva se despierta y me pregunta por cuándo podré dormir contigo. Por cuándo podrá madrugar un poco menos -no le gusta nada el número seis en el despertador- y por cuándo va a dejar de dar cabezazos en un autobús que, como una marea cansada y cansina, me acerca mis sueños, me los presenta en forma de espuma y se los lleva como una ola volviendo al mar.
El más romántico me habla todas las noches desde una arteria con vistas a un piso de estudiantes que se muere por que lo llamen hogar. Me habla de ti, como si pudiera decirme algo que no supiera. Y a veces me sorprende, en cualquier momento, suspirando porque no estoy contigo. El más aventurero me cuenta historias de piratas, y se va de charla en las clases de Gramática con el romántico y juntos me hablan de Praga, de Venecia y del mar.

Algunos ratos, se despiertan llorando, y me despiertan las lágrimas. Algunas veces los asustan los demonios que picotean mis muñecas. Y yo lloro, también, porque me parecen lejanos, tristes y ausentes. Algunos días los demonios del cansancio me frustran, y yo miro a mis pequeños y dejo caer los párpados. Hasta que viene el más valiente de todos, y me susurra al oído que lo intente una vez más. Y enseguida se ponen contentos. Y se acerca el romántico y me habla de tus ojos, y era verdad que no podía contarme nada nuevo, pero yo los pienso y se me pasa. Me habla aventurero de Venecia y del verano y mi piel clama sol desde lo más profundo de mis poros. Allí viene el más pícaro a preguntar por tus piernas, el más estudioso a recitarme poetas y a recordarme las novelas del XIX y el más caprichoso a hablarme de domingos de chocolate y té y de un perro bonito con el hocico arrugado.



Me gritan mil voces desde dentro, me resuenan ecos de sueños en los oídos. Y yo muero por sonreír en el metro a todas las personas grises, por pensar todo el día en los desayunos que me prepares, por no volver a dejar que el cansancio me ate una cadena en los tobillos y me haga agachar la cabeza.  Por correr con los pies descalzos en la Fuencisla cualquier tarde de verano, por estar horas dentro del Atlántico, por derretirme ante los focos de nuestra iglesia a finales de junio. Por cumplir años y por cumplirlos.