domingo, 11 de julio de 2021

Text me / Golden

I know you were way too bright for me.

You're so golden
I'm out of my head 
And I know you're scared
Because hearts get broken

Golden - Harry Styles

It's been a while. Or not that much. I can't really tell the difference. But from time to time I still keep thinking about you. I remember things you said. Or your smile. The way you can't hold the gaze, which, to be honest, I find sweet and kind of annoying at the same time. And it keeps me thinking if you are going to ever text me again. Or that was all the time we were allowed to have together. And I really wouldn't mind if our story was written as a dream or a 2-days-lasting summer story, but you are so beautiful it drives me insane. 

For a while, I kept anticipating. Aching for my phone to sound, to get a notification from you. I even turned the sound on. And I felt like I was 15 again, and I'm no longer the person who can endure this kind of love. I wouldn't mind a little unease, a little adventure, but, you know, my heart is tired and somehow fixed, but I'm not sure about how many breaks can resist anymore.

But I keep thinking about you, anyway. I can't help it. I remember that one night when it was like 4 in the morning and I was dreaming you texted me, so I opened my eye and took my phone and there it was a message where you said you've just watched this film I talked to you about and I was like omg this girl is so cool, none of my friends has ever actually watched anything I've recommended them (and neither did I). And I don't know, girl. That other night, when we went to this super fancy bar where the light was all red, I wanted you to give me a sign. I would've stopped talking long before to spend all the hours kissing you. But I wouldn't let myself thinking you could fancy me. How could I? You are so golden. So bright and so fucking deep closed. 

And that other night, with your arm right beside mine, I could feel the energy crossing between our bodies, but I wasn't sure. Because you were so golden. I could see from the corner of my eye your face illuminated by that stupid film that you were so fucking golden.

You always look right, you always smell so sweet, you always look so elegant, like you're in charge. You are exactly the kind of girl I would look to and wonder if I’m about to fall in love with or just too fondly desperate to resemble the slightly. I don't know, girl, you are so golden.

And then I go out to try to forget about you texting me and more than a couple of times I thought someone was smelling like you. That exact amount of sweetness in the air, and even though the nuances weren't exactly the same as yours, I found myself scanning the room to make sure you hadn't magically shown up. But it is never you, of course. 

But look at you. What did you say about my jawline? I guess that was just a line. But I don't know, have you seen your face? Look at me, I'm just a mess, a tangle of insecurities and fears and unspoken thoughts. And, honestly, I totally understand you haven't texted back. Even if I still hope any moment you will. 

That day, back in the sunlight, I couldn't keep my eyes out of you. You kept asking me why. Girl, again, have you seen your damn face? God, you're so golden. So naturally beautiful, like if you didn't need to put any kind of effort to look so fucking good. It was like looking directly at the sun. But, maybe that was the problem? You're too bright maybe. Or maybe am I?




I don't know, girl. You are so golden. But so am I. So, you know, if you ever figure your things out… just text me. It may be too late for us already, but I’d be willing to give it a try. That much light in just one kiss would be totally worth the try.  

domingo, 23 de mayo de 2021

Rentrer chez moi

Breaking up slowly is a hard thing to do
I love you only, but it's making me blue.
So don't send me flowers like you always do.
It's hard to be lonely, but it's the right thing to do.

¿Alguna vez has dejado una casa? Yo he dejado ya varias. Es un proceso lento y agotador. Y, según vas vaciando todo, te asola el vacío, retumban las paredes con el eco de la nada. Y es inevitable pensar en la primera vez que viste ese lugar vacío. No es el mismo lugar que dejas. Y tampoco tú eres la misma.

Aunque el principio y el final estén llenos de vacío, en realidad no se parecen en nada. La primera vez que ves una casa vacía no se te para el corazón. Es un espacio vacío, pero está lleno de todas las posibilidades. La esperanza de días mejores, la ilusión de una tarde con la luz del sol cayendo y colándose por las ventanas. La imagen de un desayuno con café y churros un domingo por la mañana. La primera vez que ves una casa vacía te imaginas a ti misma dentro, y te gusta lo que ves. Te enamoras de la idea de ir llenando ese espacio con la vida que vendrá, de los días de gloria que están por venir. Piensas en la risa que llenará cada rincón, en las noches que pasarás sin dormir y no te importará. En los amigos que vendrán a visitarte y en todo el espacio que tendrás para llenar de libros. 

El último vistazo a una casa, en cambio, es sobrecogedor. Recuerdo ese último vistazo a todas las casas en las que he vivido. Las habitaciones vacías, las cajas con mis cosas que se apilaban en el portal. Odio las mudanzas. Odio las despedidas. En esa última mirada se te encoje el corazón y el alma. Porque, de todas esas potencias que viste la primera vez que miraste, quizás se cumplió alguna. Pero ya no habrá más. Odiaba la última casa que dejé. Odié cada ruido, el frío de las paredes, la humedad.Y aun así cerré la puerta con lágrimas en los ojos, después de un abrazo y una promesa. Porque nunca volveré a esa casa en la que hubo días felices, pero siento que los días tristes se vendrán conmigo allá donde vaya. 

Las personas, a nuestra manera, también somos casas. Recuerdo la primera vez que miré al interior de las personas que he querido, ese primer beso que es como mirar a través de una ventana a lo que hay más allá. Recuerdo la emoción y la alegría de pensar en todos los días de sol que vendrían. La prisa por descubrir cada rincón y llenarlo de risa y de ruido. En todos los ratos que compartiríamos en el interior de la otra. Recuerdo cada habitación de mí misma iluminada con la luz de otras, la frontera que traspasó cada una, las habitaciones donde han coexistido y los umbrales que nunca cruzarán. Recuerdo los cuartos que habité en otras casas, los lugares que me dieron cobijo y las habitaciones prohibidas donde no se podía mirar.

Serás feliz en otras casas. Muchas cosas de un territorio ajeno se volverán propias. Pero siempre llega el día en el que la luz no entra de la misma manera. Las habitaciones se vacían, las puertas se cierran. Algunas veces fui yo quien sacó sus cosas antes de que todo se desmoronara. Otras veces no me dio tiempo: se cerró de golpe la puerta con mis cosas dentro y de repente todo estaba fuera de lugar. A veces mi propia casa se volvió hostil. Y añoré lo que encontraba cuando traspasaba el umbral de otra persona.

Si tienes suerte, puede que vuelvas de visita, pero nunca será lo mismo. Porque en aquel cuarto antes había una foto tuya y ya no. Y en aquella cama me hiciste el amor y aún recuerdo el color de tus sábanas y el calor que hacía en tu habitación por las mañanas de invierno. También recuerdo las corrientes de aire que se colaban de madrugada en aquel cuarto piso, y la cama minúscula de mi habitación de Argüelles en la que dormí contigo, y contigo, y en la que ella nunca quiso quedarse a dormir. Y en esta esquina se hizo de noche mientras hablábamos de la vida y los sueños y ahora que has quitado las sillas, ¿dónde te sientas? ¿Y recuerdas aquella vez que tu gata me odió porque adivinó mis intenciones y al fin y al cabo era su casa? ¿Y recuerdas cuando casa era cualquier lugar contigo, incluso aquellas habitaciones de hotel en las que nos despedimos en uno, dos y tres países? ¿Y recuerdas que casa también fue una furgoneta con las puertas abiertas al amanecer frente al mar?

Yo lo recuerdo todo. A veces pienso que sería mucho mejor no recordar. Vuelvo a mi casa, que está hecha un desastre. Tengo tantas cosas que hacer... Tengo que quitar telarañas y hacerme un hueco entre tanta pena. Lavar la funda de la almohada otra vez, porque aún huele a su colonia y tú nunca llegarás a enrollarte desnuda en mis sábanas bajo el papel pintado. Tengo que deshacerme de todas estas esperanzas que ya no germinarán. Y tirar esa planta con tu nombre que regué demasiado. A veces, lo único que puedes hacer con el vacío de la ausencia de esperanza es aceptarlo. Ya nadie cruzará esta puerta. No quiero que nadie entre. Estoy sola, pero algún día me ocuparé de esta otra habitación de mi casa. Está vacía pero llena de posibilidades. Hoy no lo haré, pero quizás otro día sí lo haga.

domingo, 2 de mayo de 2021

Let's get out of this town, baby, we are on fire

Every now and then, the stars align
Girl and girl meet by the great design
Could it be that you and me are the lucky ones? 

 Lucky Ones, Lana del Rey


Siento que mi realidad está dividida. Me asola de una parte un dolor punzante. Una nube de tormenta que no se aleja, un runrún en los oídos que no cesa. Y, por otra, me recorre una alegría silenciosa, una esperanza contenida, un fuego que crepita en mi pecho. Pequeño, pero intenso, constante. Que se aviva si te acercas demasiado. Que se extiende por mi cuerpo cuando clavas en mí tu mirada, cuando me rozas, cuando me abrazas, cuando distingo tu olor de entre el resto.

Creo mucho en este fuego que está siempre aquí conmigo. Ya lo encendiste otras veces. Pero nunca ha tenido este aspecto antes. Creo en este fuego porque solo puede ser sincero. Creo en este fuego porque hace tiempo que debería haber confiado en todas las pistas que llevaban a ti, que eres quien hace que despierte. Porque si sigo el instinto de mi cuerpo, si sigo el impulso de ese llama, solo puedo pensar en extinguir el espacio entre nosotras, en hundir mis dedos en tu pelo y acercarte a mí para que sientas conmigo todo ese calor que irradio si estás cerca. Solo puedo pensar en que tu lengua vuelva a bailar dentro de mi boca, en que tus brazos me envuelvan, busquen acercarme más y más a ti, apretar tu cuerpo contra el mío y sentirte cada vez más cerca.

Sé que tienes miedo porque una vez tú también tenías un fuego. Y yo quise que ardiéramos y después quise soplar las cenizas, y echarle agua, y enterrarlo y olvidarme de que alguna vez existió. Pero se me hace imposible, porque este fuego empieza desde que te miro a los ojos, y se envalentona cuando oye cómo suspiras si estoy cerca, si acerco mi boca a tu cuello.

Tengo una tormenta al acecho. A veces oigo los truenos, veo los relámpagos a lo lejos. Así que guardo este fuego en mi pecho, lo acuno, lo abrazo, le hablo de ti. Nos hemos imaginado mil millones de futuros en los que estamos juntas, como algo nos ha susurrado que debería ser.

Pero no podemos prever el futuro. Ni saber si los astros se alinearán. Si las nubes descargarán y después nos dejarán un cielo limpio, la paz sosegada de después de la tormenta. La hierba empapada, el ambiente revuelto, denso, pero limpio. Listo para seguir con su ciclo. No sabemos si tu fuego aún late en tu pecho. Si no está cansado, triste, azul. Si hay una posibilidad de volver a reavivar tu fuego con el mío. De prenderlo con las llamas que laten en mi pecho. De que sople y se encienda del todo.




Así que yo acuno el mío, lo guardo, lo abrazo, te espero. Por si acaso algún día tú también quieres arder conmigo.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Fuego en las manos

Je me perds dans tes yeux
Je me noie dans la vague de ton regard amoureux
Je ne veux que ton âme divaguant sur ma peau

Une fleur, une femme dans ton cœur  

Estás sentada en la hierba y tienes los ojos de un marrón que es casi rojo. Con la luz de la tarde se intensifica. Tienes los ojos rojos, de un color que se clava en las pupilas. Me obliga a mirar. Y a dejar de hacerlo, cuando me noto vulnerable. Cuando tengo miedo de que sepas leerme. Y de que no sepas hacerlo. 

Me pregunto cómo de evidente resulta mi propia mirada, mis propios gestos. Si al final todos ven lo que yo llevo tanto tiempo intentando no mirar. Si me miras y atisbas si quiera todas las cosas que se callan porque no hace falta decir.

Como el fuego. El fuego no se debe explicar con palabras. No podría hacerlo. No podría decirte que si me rozas siento cómo mi cuerpo se tensa y electrifica, se pone alerta. Cómo mi piel se eriza y algo en mi interior da órdenes para que un cosquilleo recorra toda la superficie de mi piel que abarca tu contacto. No puedo decirte que, si me abrazas, mi cuerpo intenta amoldarse al tuyo. Busca cómo encajar mi peso en el tuyo, cómo unir la curva de mi pecho a la tuya, cómo colocar los brazos a tu alrededor para envolverte mejor.

Y después de abrazarte no te miro. No te puedo mirar. Porque si estuvieras atenta, si quisieras dejar de lado todas esas voces -que a veces también son mi propia voz- que dicen lo contrario, que siembran dudas, que te quieren alejar; verías también ese cambio en mis ojos, que no son rojos, y que se vuelven aún más oscuros después de ti.

Si en vez de escuchar leyeses con los ojos, tocases con las manos, sintieras el crepitar del fuego encendiéndose bajo la piel, sabrías, sin tener que decirlo, todas las cosas que no pueden decirse. Sabrías, sin que tuviera que decírtelas, todas las cosas que no puedo decir y que, sin embargo, aquí están. Arremolinándose en mis manos como el calor en las mejillas si haces que me ría. 

Hay muchas cosas que no puedo decirte. Porque ya te las dije una vez y después quise borrarlas. Porque solo pude pensarlas y todavía estoy intentando descifrar qué querían decir en mi cabeza. Porque algunas me las dijiste tú y las busco y las releo y las revivo y me las imagino con tu voz y me las repito en muchos momentos. Y no siempre en momentos tristes. Ni siempre en momentos alegres. Y no sé cuál de las dos cosas es más peligrosa ni me asusta más.

Hay muchas cosas que no puedo decirte ahora. Porque no serían puras -no me malinterpretes, puras desde luego no serían-. Pero no serían sagradas para mí en la medida en la que es necesario para sembrar el amor. Si algún día te las digo, no pueden estar enredadas en el engaño ni en la mentira. Ni en el dolor que causamos a otros.

Si algún día te las digo, tienen que ser libres y azules como las llamas. Y arder.



Lo único que te puedo decir es que, si alguna vez tú también sentiste el fuego, si sentiste el magma corriendo por tus venas, las chispas eléctricas al rozar mis muñecas; si sentiste el roce en tu mejilla como una caricia abrasadora, o algún cortocircuito en el corazón, que dejó de latir varios segundos al quedarte descolocada por algo, o el calor que lo envuelve todo trepar por tus piernas hasta lo más profundo de ti... No fuiste tú sola. Yo también lo estaba sintiendo.  

martes, 29 de diciembre de 2020

Love bites

 Wait, let me in. I want to show you the shape I'm in.

Pretty Girl - Hayley Kiyoko

Me costó varios siglos dar con esta forma, pero al fin la encontré. No fue fácil, al principio, pero poco a poco aprendí a habitar este continente. Conseguí aclimatarme al frío de esta casa apagada, a acostumbrarme al vacío de esta cáscara que me contiene.

Es una existencia sencilla, sin grandes sobresaltos. He vivido demasiado y, aun así, me da miedo la muerte. Por eso sigo en este mundo al que nunca debí llegar. Pero del que no puedo marcharme. Aún no.

En mi primera existencia cometí un error que no tenía arreglo. En la segunda decidí que no podrían existir los errores si yo ponía las reglas. La seducción es muy divertida, los primeros trescientos años. Después la cosa decae. Al final las pieles acaban siendo iguales, el calor efímero, el compás del corazón humano siempre idéntico... Por no hablar de que se acaban las sorpresas cuando conoces el final de cada historia.

Después me aburrí. Se acabaron las fiestas y las sedas, Venecia, y Long Island. Todo me aburría. Pasaban los siglos y los humanos seguían siendo los mismos. Así que al final me entregué a lo único que me daba consuelo: los libros. Renuncié al calor de los seres con los que compartía universo y que se habían convertido en algo insignificante, como hormigas bajo mis pies. Me dediqué a coleccionar, a recabar historias, a atesorar ejemplares únicos, perdidos, especiales.

La conocí en una época en la que mis sentidos llevaban siglos dormidos. Como os decía, había aprendido a encerrar en lo más profundo de mi cuerpo todas las reacciones que aún podía sentir. Pero seguían dentro de mí. 

Había otras como yo. De vez en cuando confluíamos en algún siglo de alguna ciudad. Intercambiábamos opiniones sobre las últimas décadas. Conquistas. Libros. Los seres inmortales tenemos opiniones muy formadas sobre la literatura. Viene de serie.

Una de mis amigas daba una fiesta en Madrid. Hacía un par de décadas que no pisaba la ciudad, pero aún la recordaba. La invitación prometía un baile de máscaras. Bufé en cuanto lo vi. Habíamos sido las reinas del carnaval -y de las páginas de sucesos- de todas las grandes ciudades de Europa. Pero uno se acaba poniendo nostálgico con la edad, es normal. Así que accedí a ir al dichoso sitio por no hacerle el feo. Uno tiene que cuidar a las pocas personas que sobrevivirán a todos los que respiran a nuestro alrededor. La eternidad se hace larga si no.

Era una noche de finales de verano, cálida aún, como todo septiembre en Madrid. La ciudad sostenía su habitual tumulto, pero dentro de la gruta donde tenía lugar la fiesta el ruido era ensordecedor. Guitarras y otros instrumentos estridentes llenaban todo el ambiente, bañado además por luces de neón rojas y violetas. Alguien sabía cómo dar una buena fiesta, pero no lo había puesto en práctica.

Intenté pasarlo bien, después de todo había recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. Y una amiga no cumple cuatro siglos todos los días. 

-¡Por los viejos tiempos!- me gritó la anfitriona mientras me guiñaba un ojo y se alejaba con un brazo colgando a cada lado de un chico a punto de morir de amor. Literalmente.

Así que cerré los ojos, y empecé a respirar. Como no había hecho en años. A buscar un rastro en el ambiente, algo. Y lo encontré. Podría haber llegado hasta ella con los ojos cerrados. Sorteando los cuerpos entrelazados del local. Evitando las copas desperdigadas por el suelo. Podría haber destrozado cada uno de los muebles que nos separaban, pero no haría falta. Abrí los ojos y supe que me estaba mirando. Así que sonreí. Y caminé hacia ella. 

Estaba parada en medio de la sala. Hacía rato que no escuchaba la música ni las conversaciones de sus amigos. Toda su atención estaba puesta en mí. No me extraña. Mi corsé tenía más de un siglo pero seguía estupendo. Ella también llevaba corsé, uno muy bonito, por cierto. Se lo quise hacer saber, así que puse una mano en uno de sus hombros, y me acerqué lentamente a su oído. Podía notar la temperatura exacta de su piel, los cinco tonos de rojo que destacaban en sus mejillas y la velocidad a la que latía su pulso. Pero no contaba con que yo también me iba a electrificar con ese contacto. Toda yo era eléctrica, y la luz de neón que recorría la sala era la prolongación de esa electricidad que había impregnado todo el ambiente.

Y sentía mi poder en toda su magnitud, sus ojos cargados de deseo y quizás algo de miedo -aunque no a mí-. Era yo quien iba a ejecutar el siguiente movimiento y creía tenerlo todo bajo control, pero esta vez era distinto. Porque yo me sabía lejana, indiferente y poderosa, pero estaba en realidad completamente sometida a su mirada. Y aunque hubiera querido separarme de ella en ese mismo instante, dar un paso atrás, toda esa carga estática me hubiera hecho quedarme en el sitio. 

Mi mano seguía en su hombro, así que deslicé los dedos por su cuello hasta sostener su mejilla con mi mano. Acerqué mis labios a los suyos y sentí cómo la corriente nos atravesaba y fluía entre nosotras, y me ardían las muñecas, y me quemaban las piernas, y me recorría de pies a cabeza un cosquilleo que erizaba todos los poros de mi piel.

Y se apagó la música. Y se oyó un grito, y después otro. Y de fondo se oían sirenas. Así que agarré su mano y caminamos hacia la noche mientras todo se desmoronaba a nuestras espaldas.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Eat me.

La luz era naranja, mi color de luz favorito. Todo estaba envuelto por una sensación de calidez, que contrastaba con el frío que se colaba a través de los cristales. El fuego comenzó a arder desde dentro, desde lo más profundo de mi interior. Y, poco a poco, se fue extendiendo al resto de mi cuerpo. Se instaló en mis extremidades mientras dejaba la mirada perdida en el techo. Pero hasta que no cerré los ojos no lo vi.

Toda aquella luz, todo ese calor que rezumaba mi cuerpo, procedía de un lugar de mi mente en el que yo era como una casa con las luces encendidas. La podía ver desde fuera, desde un bosque en pleno invierno, o desde una calle brillante por el frío. Y lo importante de esa casa, de mi cuerpo, es que era habitable. Era un refugio, era un remanso de paz en medio de ese frío que lo envolvía todo más allá de mí. Y yo sabía, con la certeza absoluta que me acompañó durante aquel viaje, que había un hueco en esa casa, mi cuerpo, que llevaba tu nombre. Una habitación situada encima de mi pecho que se había construido por y para que tú colocases en ella tus mejillas cálidas. Para que reposases tu cabeza en la curva de mis pechos y yo te envolviera con mis brazos protectores. Tenía la certeza de que yo era cómoda, de que ibas a estar bien ahí. La convicción de que tú querías estar ahí, dejándote arrullar por el calor y la luz que lo bañaban todo.

Recuerdo que era buena. Era más buena de lo que quizás seré nunca. A esa casa de luz vinieron a visitarme algunos rostros, ya borrosos. Y los alejé con una sonrisa. No podían traspasar la frontera de mi refugio. Y estaba bien así. Esos rostros tenían su propio espacio, a años luz del mío, y así era como debía ser. Y no había rencores, y sabía que serían felices, pero eso no perturbaba ni un ápice la calidez de mi casa, mi cuerpo. Era sencillo, era lógico: había cosas que pertenecían a mi dimensión, y cosas que no. Y yo era tan magnánima, tan absoluta, que, con solo una sonrisa, siendo buena, era capaz de guiar a los demonios de vuelta a su casa, que no era ya mi cuerpo.

Y la música. La música sonaba en multitud de tonalidades diferentes, y tenía color dentro de mi cabeza. Y yo me dejaba arrullar, y sentía el movimiento de las notas en mi cuerpo. Iba por un camino, que era una carretera, un carril, una pista, según el momento. Iba hacia delante, iba hacia detrás, pero nunca dejaba de rodar. Y entonces oía solo algunas notas, o entendía otros sonidos que nunca antes había escuchado de las mismas canciones que siempre suenan en mis oídos. Y el mundo adquiría un nuevo significado. Recuerdo que lloré, porque todo era bello, porque todo era real, porque todo tenía sentido.



Y cuando nos fuimos, cuando abrimos los ojos, dejamos atrás aquella casa, que había sido mi cuerpo durante horas. Mientras pedaleábamos en medio de las miles de luces que ya no eran mi luz naranja, mientras el paisaje que dejábamos atrás se emborronaba y esas luces iban dejando su estela en nuestras pupilas; una certeza seguía aún resonando en mis oídos. Mi cuerpo estaba abierto para ti, seguía queriendo que lo habitases. Y sabía de sobra que, mientras tú estuvieses cómoda en él, en esa casa, mi cuerpo, tú ibas a ser mi única huésped.

viernes, 12 de octubre de 2018

Wild side

She said, hey babe, take a walk on the wild side.


Hay algo que arde dentro de mí. A veces estamos en silencio, lavando los platos, mimando a los libros; y estalla, con la intensidad de una hoguera a la que acaban de echar más ascuas. Es una alegría espontánea, un deseo vibrante, una felicidad atópica. Siento, de repente, ganas de vivirlo todo, de devorarlo todo, de gritar, de reír, de llorar, de besar, de abrazar, de arañar. Y, en ese momento, la chica que a veces me devuelve la mirada en el espejo, me guiña un ojo y ladea una sonrisa. Debo confesar que jamás la había visto así, tan explosiva, tan alegre, tan loca, tan salvaje. Y, a la vez, nunca la había visto tan segura, tan ambiciosa, tan generosa, tan abierta. Se ha enfundado unas zapatillas preciosas, y quizás se haya obsesionado con el estampado de leopardo, pero si vieras cómo ve cuando mira...

A veces desaparece. A veces no está. A veces se esconde tras mis pestañas cargadas de sueño. Pero tengo la sensación de que es fácil traerla de vuelta si los ojos a los que se ha atrevido a mirar le devuelven la mirada. Hay abismos a los que asomarse no da miedo, y precipicios de los que dan ganas de saltar. Ninguna caída podría ser más dolorosa que las que lleva encima. Sucede lo mismo al patinar: una vez que pierdes el miedo a caer, a romperte entera, a rozarte las rodillas, disfrutas mucho más del camino, los besos, las tardes deambulando por Madrid, del cigarro de después de trabajar; de las caricias que me acunan, algunas veces, antes de dormir.

Ella está loca y lo sabe. Está loca y le divierte. Está loca y solo quiere alimentar esa locura, avivar el fuego que crepita en sus entrañas. Arder cada día y cada noche hasta consumirse, y avivarse cada mañana tras el tecer café. Solo quiere rodar, fluir, jugar a balancearse en esta cuerda de equilibrio que solo tiembla si ella tiembla, que se mantiene firme si ella quiere mantenerse firme, y que, por primera vez en mucho tiempo, responde únicamente a sus latidos, obedece solo a sus impulsos.

Hola, desconocida del espejo. Hola, Berta, creo que aún no nos han presentado, pero no ha hecho falta.






Encantada de conocerte.