Camina por el asfalto humeante de alguna carretera lejana. Y se detiene. Y espera. Del verbo esperar, que tiene un importante matiz temporal en una realidad en la que el tiempo no existe. Y levanta la cabeza, y mira al cielo con los ojos cerrados, y eso basta, porque hay luces que nos bañan hasta con los ojos cerrados.
Hay colores que calan el alma sin verlos, porque están el aire, están en el viento.
Y se descalza y sus uñas de colores se lucen, presumidas, sobre el gris del asfalto que quema, pero nunca demasiado. Y bailotea, de esa forma tan suya y tan absurda. Con la cabeza hacia atrás y el pelo extendido, a punto de suicidarse contra el suelo. Y piensa en lejos. En el verde de los jardines, en otros sitios. En la única lluvia que calma la sed y que tiene nombre de mujer. En instantes que no han vivido. Piensa en las estrellas de verano, y en cómo quedarán en los ojos de la lluvia. Y lo anota mentalmente para escribírselo en la boca la próxima vez que la vea.
Piensa en ser abstracta. En vivir, en la pretensión de la existencia. En esos 'born to be wild' que todo el mundo grita cuando tienen que callar, y callan cuando deberían gritar, aunque fuese en silencio. Y piensa en lo absurdo de la moral heterónoma, y en la coherencia de la práxis como medio de conocimiento empírico. Y en el número de besos que nos ha robado un reloj, y en todo aquello en lo que se podrían invertir los segundos si no pasaran tan rápido.
Abre los ojos y sigue andando. En círculos, como siempre que se anda sin esperar nada del tiempo. Porque el tiempo no existe. Porque en su suposición lineal, se supone que la historia es una sucesión de acontecimientos que se suceden en el tiempo. Pero los acontecimientos no existen, y es una buena falacia decir que, entonces, el tiempo tampoco. Y los acontecimientos no existen porque nadie ha postulado la libertad. Hay personas que no pueden ver los colores en el viento, y esas personas, por desgracia, mandan.
Y ahí está ella, con ganas de salir corriendo, de huir -que consiste siempre en abrazar la lluvia de marzo- y saltar por ese precipicio que, al igual que esa carretera humeante, solo existe en su cabeza. Y atravesar los límites que otros imponen sin tener ni idea de que, si están en su cabeza, no pueden controlarlos. Y saltar.
Y ser aire. Una nota más de esos colores en el viento. Y componer arcoiris con la lluvia. Y ser libre. Y estar viva.
Me ha parecido precioso, además de que me encanta esa canción de Pocahontas. Un saludo!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! La verdad es que es un personaje con el que siempre me he sentido identificada... y la canción... ¿qué decir? ¡es una maravilla!
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