jueves, 31 de marzo de 2011

Wish you were here.

No sé si a estas alturas no será ya estúpido escribirte. Me pregunto si tiene sentido, y entonces recuerdo que tú siempre decías que las cosas que aparentemente no tenían sentido servían para que sólo ciertas personas pudieran descifrarlas. Estoy segura de que si tu vida no se hubiera escapado entre mis dedos como hace el agua cuando intento zafar un poco de tu esencia que imagino quedó impregnada en nuestro estanque, hubieras acabado siendo profesor de filosofía, al menos en mi memoria. Pero eso sería si aún estuvieras aquí. Si a los que obligados tuvieran que escuchar tus grandilocuentes explicaciones de profesor chiflado aún les pudieras regalar alguna de tus preciosas sonrisas.

Odio la forma en la que tu perfume perdura entre mis cosas, y a la vez es lo único que me acerca a ti junto con mis recuerdos. Echo tanto de menos tus historias, y también aquellas conversaciones repetitivas que acababan con un ''¿de verdad?'' por mi parte y una negación por la tuya. La manera única que tenías de fastidiarme y de conseguir que te perdonara siempre con esas sonrisas que me desarmaban. Ya me he hecho a la idea de que nadie volverá a hablarme al oído y a acariciarme el pelo de la forma en la que tú solías hacerlo. Porque ahora la guitarra está desafinada y esos libros filosóficos que solías leer están cogiendo polvo en alguna parte.



Hoy he soñado que me preparabas otra vez aquellos desayunos originales que servían para compensar que no me dejaras dormir hasta tarde los sábados por la mañana. Y fugazmente, he sentido de nuevo el roce de tus dedos sobre mi piel. Y he deseado una vez más que estuvieras aquí.

miércoles, 30 de marzo de 2011

So hold me, until it sleeps...

Estoy tirada en el sofá, mirando la tele sin ver nada. De vez en cuando capto alguna frase de la comedia idiota que ponen. Bastante superflua, que no exige un gran esfuerzo mental por mi parte.
Entonces oigo girar la llave dentro de la cerradura. Sufro un micro infarto, al fin apareces. Después de la pequeña explosión cardiaca intento serenarme inútilmente. Atraviesas la puerta del recibidor, te acercas y me das un beso en la mejilla. Me parece que has balbuceado un saludo, no estoy muy segura.
Busco mi mejor sonrisa -que ya nada tiene que ver con las de antes- y te la lanzo tan deseperadamente como quien intenta atrapar un león con una tela de araña.

-
¿Qué tal en el bar?- te pregunto. Ahora es cuando un resorte escéptico salta en mi cabeza y me grita algo malo sobre ti. El resorte está atascado. ¿Por qué ibas a mentirme? Sé que no has estado en bar, pero sé que te creo cuando me dices que sí que has estado allí.

-Como siempre, nada especial.- Te miro sin decir nada y te sientes obligado a escupir algo más.-Estoy muy cansado, ya sabes lo pesado que se pone Miguel, me voy a la cama.
Mañana Marta me va a decir que salió con Miguel a cenar, pero yo aún no lo sé. Me acaricias el pelo y me besas otra vez en la mejilla. En mi mente resuena lejana la primera vez que me dijiste te quiero.


Apago la tele, bajo los pies descalzos del sofá y apago las luces mientras voy a nuestra habitación. Me meto en la cama con una extraña mezcolanza de nostalgia y resignación, e ignoro el hecho de que en los bares ya no se puede fumar, que yo nunca llevo colonia y hago como que no he visto el carmín corrido en tu barbilla.

Y me viene a la cabeza una canción de Metallica y pienso... hold me, until it sleeps mientras me abrazo un poco a ti, porque después de todo, creo que me quieres.

domingo, 27 de marzo de 2011

Ceniza.

Ceniza. Eso lo que queda cuando después de haberse dejado el alma en algo no te compensa.
Cuando por mucho que tú te esfuerces, el mundo no te ayuda. El estoicismo no siempre funciona, deberías saberlo. Hasta en sueños te persigue, y eso te pasa por ser cuadriculada. Por pensar que todo efecto es equitativo en magnitud a su causa. ¿Y lo que te queda? Ceniza en la boca, ceniza en los sueños y mariposas de ceniza en el estómago.



Y por si lo estabas pensando, la combinación lágrimas y ceniza da más asco todavía.

viernes, 25 de marzo de 2011

La edad de la inocencia.

-Dime, papá, ¿cómo era?
Archer se sintió enrojecer bajo la abierta mirada de su hijo.
-Vamos, confiésalo: vosotros fuisteis grandes amigos, ¿no es cierto? ¿Verdad que era increíblemente bonita?
-¿Bonita? No sé. Era diferente.
Ah,ahí tienes! Eso es lo que sucede siempre. ¿No es así? Cuando aparece, es diferente, y no sabes por qué. Es exactamente lo que siento por Fanny.
Su padre retrocedió un paso, y se soltó de su brazo.
-¿Lo que sientes por Fanny? Pero, querido muchacho, ¡así lo espero! Sólo que no veo...
Déjate de cosas, papá, no seas prehistórico! ¿No fue ella... una vez... tu Fanny?
Dallas pertenecía en cuerpo y alma a la nueva generación. Aunque era el primer hijo de Newland y May Archer, jamás había sido posible inculcarle ni la más mínima reserva. "¿Para qué tanto misterio? Sólo consigues que la gente se empeñe en descubrirlo", objetaba cada vez que le imponían discrección.
Pero Archer, mirándole a los ojos, vio el cariño filial bajo su tono burlón.
-¿Mi Fanny...?
-Bueno, la mujer por quien hubieras echado todo por la borda; sólo que no lo hiciste-continuó su sorprendente hijo.
-No lo hice-repitió Archer con cierta solemnidad.
-No: fuiste muy anticuado, mi viejo querido. Pero mamá me dijo...
-¿Tu madre?
-Sí, el día antes de morir. Fue cuando me mandó llamar a mí solo... ¿te acuerdas? Dijo que ella sabía que estábamos seguros contigo, y que siempre sería así, porque una vez, cuando ella te lo pidió, tú renunciaste a lo que más querías.
Archer recibió en silencio la extraña noticia. Sus ojos se fijaron ciegamente en la populosa plaza que el sol iluminaba bajo la ventana. Al cabo de un rato, dijo en voz baja:
-Ella nunca me lo pidió.


La edad de la inocencia, Edith Wharton.

martes, 22 de marzo de 2011

La curiosidad no mató al gato.

Subió al desván y se encontró un baúl que estaba lleno de recuerdos y trastos bonitos. Y tenía mucho miedo de mirarlos, de sacarlos, de palparlos y sobre todo de recordar por qué estaban encerrados en aquel baúl lleno de polvo y telarañas cerrado con la llave plateada que colgaba de su cuello.
Pero cuando abrió el baúl y apartó las manos de sus ojos metafóricamente preparada para lo que iba a ver y sentir, se dio cuenta de que no dolía, que eran viejos tatuajes en la memoria, cartas inofensivas, versos de humo y sueños de aire. Antiguos tesoros, de esos que tanto le gustaba guardar, de esos que te acompañan siempre.



Y sonrió, y se echó a reír como una tonta, tapándose la boca, como hacía a veces. Y dejó el baúl abierto, para mirarlo cuando quisiera porque ya no le daba miedo.

lunes, 21 de marzo de 2011

Tenía la mala costumbre de olvidar.

Tenía la mala costumbre de olvidar.
Olvidaba lo mucho que le echaba de menos y dónde había puesto los calcetines a rayas. Olvidaba sus penas en botellas de aire y olvidaba la edad de sus padres. Se olvidaba del mundo y se olvidaba de la monotonía. Se olvidaba de que tenía una camiseta que no se ponía en el fondo del cajón y se olvidaba de la abuela.

Tenía la mala costumbre de olvidar bien cogida. Le gustaba olvidar, como hacen los peces, así era todo más divertido, distinto. Su filosofía era sencilla, si lo olvidaba es que no era muy importante.



Pero llegó un momento en el que se olvidó de olvidar, y la teoría no funcionó más.

domingo, 20 de marzo de 2011

Delirios acabados.

María recogía sus cosas. Oía a su madre gritar desde abajo que se diera prisa y cómo arrancaba el camión de las mudanzas y se iba. Se asomó a la ventana y lo vió marchar y a sus padres meter las últimas cajas en el coche. Y echó un último vistazo a la que había sido su habitación, ahora vacía, como único ornamento una vieja foto colgada de una chincheta en la pared. Y la miró y le vió y le echó de menos por última vez. Le dijo adiós para siempre.
Bajó las escaleras, cerró la puerta y subió al coche. Era fuerte y no miró atrás.


Por ello no vio al chico de la foto venir corriendo, que llegaba tarde a despedirse de ella. Que no se dio cuenta antes de lo mucho que la echaba de menos.

sábado, 19 de marzo de 2011

El caballero de la Triste Figura

El Caballero de la Triste Figura estaba profundamente enamorado de la Dama de la Noche Oscura, tanto que consideraba que no era digno de sin par doncella de cabellos negros y piel oscura. Fue por ello que le prometió viajar y conseguirle la más bella flor que encontrara en sus andanzas, para que ella la pudiera lucir el día de su enlace al que sus padres fervientemente se oponían por la alcurnia del joven.
Ella lo amaba tal y como era, con su armadura oxidada, su espada mal templada y su corcel sin herraduras. Nunca le pidió más de lo que le dio, pero él hizo caso omiso y salió en busca de la bella flor para su dama por la que estaba dispuesto a dar la vida si era necesario y prometió regresar para desposar a aquella a la que había jurado amor eterno.

El valiente e intrépido caballero cabalgó doscientos días, hasta que una noche a la luz de la luna, en un hermoso claro de un perfecto bosque la encontró.

Era una joven de cabellos de plata y piel de luna. Y entonces se enamoró. Olvidó a su dama de la noche oscura, pues la Doncella de Luna iluminaba cualquier noche por oscura que fuera.

Y olvidó hasta su nombre, y olvidó su promesa, y su triste figura sólo podía recordar los ojos de la Luna.

La doncella de Luna desapareció al salir el sol, pero el caballero nunca más recordó.

La doncella de la noche Oscura murió esperando a su caballero. Esperaba ver regresar su triste figura de andares parsimónicos cada noche, pero jamás volvió.

viernes, 18 de marzo de 2011

Kilómetros.

Sábado por la mañana. Alicia lleva dos semanas de exámenes, acostándose de madrugada con la sensación de tener el cerebro derretido. Al fin puede compensar el sueño perdido...
6:30. Suena la alarma del móvil. Se despierta sobresaltada y malhumorada cuando se da cuenta de que es el móvil lo que suena.
Nota de aviso: ¡Buenos días, princesa!

Hoy por fin va a ver a Marcos, que se recorre 150 kilómetros para verla cada semana, que lleva quince días sin estar con ella y Alicia no puede evitar volver a la cama con una sonrisa.



Ella le había dejado otra nota de aviso a la misma hora. Un te quiero que él lee mientras sonríe, justo al subirse al tren.

lunes, 14 de marzo de 2011

Marie aún suspira.

Burdeos, marzo de 1980.

Marie se levanta, lleva sus dos horas reglamentarias mirando al techo de su habitación, arropada con las sábanas azules que llevan cincuenta años oliendo a naftalina. Se pone las zapatillas de andar por casa que anoche a las 23:00 colocó a los pies de su cama y va a la cocina. Enciende la cafetera, ya lista con el café que rellenó el martes tras tomarse la última taza y coge tres terrones de azúcar que suelta en la vieja taza que le compró su nieta hace quince años. Va al armario y saca la caja con la comida de Biscotte que vuelca en su tazón.

Después del desayuno, va al lavabo y pasa quince minutos mirándose en el espejo sin decir nada.

A las 10:59 se encamina hacia la puerta, y cuando su reloj, al que ayer dio cuerda a las 22:58 marca las once en punto, osa salir al portal y dirigirse al buzón. Hoy es jueves. Solo ha de haber una carta en el buzón, la factura de la casa.
Saca del bolsillo de su bata la pequeña llave que introduce un poco más arriba de la etiqueta de "SVP pas de pub" y se sorprende al encontrar dos sobres. Los coge con recelo y vuelve a entrar en casa.


París, 14 de abril, 1930
Chère Marie:

Me rindo. No puedo continuar con esto. Te debo dos millones de disculpas, jamás debí marcharme. Tú siempre fuiste la única que me quiso, y a la que no quise como debí. Pero, si aun no es tarde y tu corazón me perdona, sería el hombre más feliz del mundo al cumplir todas aquellas promesas que una vez nos hicimos.
Necesito otra oportunidad, te ruego un rendez-vous en el Café de Flore, l´après midi, sobre las 15:30.
Si por el contrario no deseas saber nada más de mi, si has rehecho tu vida, ya que no daré por hecho que aun sigues enamorada de mi, si no vienes, te prometo que me marcharé para siempre, y rezaré para que seas feliz.


Siempre tuyo,

Roman

Marie se levanta, y sale de su casa. En bata, sin llaves, dejando la puerta abierta, sin intención de volver.

En el suelo una breve disculpa de la oficina de correos por el extravío de cartas, al que añaden el problema de cambio de dirección de la destinataria.



Cincuenta años de retraso, y a veces, no vale más tarde que nunca.

Y todo se volvió negro.

Y es entonces cuando te preguntas de qué mierdas te va a servir una tele grande que te cagas, de qué te van a valer los trastos del ikea y para qué pagas un plan de pensiones.

Es entonces cuando te olvidas de dónde estás y te quedas ciego.Y no respiras porque sólo huele a la Muerte que te agarra de las piernas y no te deja marchar... y a miedo. Y es entonces cuando sólo oyes gritos y no sabes si suenan dentro de tu cabeza o tal vez eres tú el que ha gritado.

Y es entonces cuando la ves sin mirarla y jurarías que sus cuencas vacías te guiñan un ojo.


Y un microsegundo después, todo se volvió negro.

sábado, 12 de marzo de 2011

Ella no era como las demás.

Volvió a mirar el móvil por tercera vez. Al fin se dio cuenta de la hora 23:22.
Nada. Ni un mensaje, ni una perdida. Se miró al espejo. Sus enormes ojos oscuros le devolvieron la mirada, expectantes. Cogió el delineador y trazó una línea en el párpado inferior. Algo de máscara y rojo en los labios. Se puso aquellas botas olvidadas en el armario y la blusa francesa. Esos leggins negros que marcaban sus curvas y se dejó la vergüenza en un cajón. Cogió la horquilla que reposaba encima del tocho de apuntes de historia escritos con letra pulcra y se la colocó en su precioso pelo largo.

Salió de casa con el mundo en el bolsillo y el Acueducto la sonrió cuando ella le guiñó un ojo.



La noche era suya, la vida es suya.

viernes, 11 de marzo de 2011

Delirios extraños.

-¿Sabes? Cuando me obsesiono con algo lo veo en todas partes.
-¿Estás obsesionada conmigo?- le preguntó él con una sonrisa torcida.
-No.

Él la observó callado, con la cabeza ladeada mientras ella miraba al infinito y su voz aún resonaba en sus oídos.


-No estoy obsesionada contigo. No te veo en todas partes.- añadió mientras le soltaba la mano.- Siempre te busco, pero jamás te encuentro.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Persistencia de la memoria.

El relojero era un joven delgado y solitario que fabricaba los mejores relojes de todo el reino. Venían de las más lejanas tierras con toda clase de exóticos materiales a que el experto relojero los transformara en reflejos del tiempo.
Cuando su padre, el maestro, aun vivía una niña de cabellos oscuros y tez olivácea se cruzó en su camino.
Para la niña, el joven era esa especie de caballero sin armadura que con su sonrisa de plata encandila pequeñas ingenuas. Le encantaba su trabajo. Se divertía dando cuerda a los relojes y le ayudaba siempre en la meticulosa tarea de comprobar si estaban en hora. Cuando acababan de dar cuerda a todos, él le daba un frío beso de buenas noches con sus labios de metal.


La joven lo amaba, mas sabía que él hacia tiempo había querido a una mujer de cabellos negros y ojos felinos, que se debatían entre el azul y el verde; de ahí las rosas del jardín. Él las plantó para ella pues le recordaban sus ojos místicos, y eran la única prueba que cada mañana le aseguraba que ella fue real y no una vaga ilusión.

A la niña le hubiera encantado aprender el oficio, pero a él no le gustaba que se acercara a las pequeñas y frágiles piezas, sus manos siempre estaban llenas de arañazos, no tenían nada que ver con las manos de uñas nacaradas de la mujer.

Desde hacía unos meses nadie acudía a encargar relojes, ya no atendía más pedidos. Se pasaba las horas encerrado en su taller, fabricando un reloj de cristal que fuera más allá de lo que un aparato convencional puede hacer. Solo salía para comer e insistía en hacerlo cerca de las rosas. Su esperanza era volver atrás, recuperar los retazos desmembrados del pasado. Para él el presente era una cárcel invisible, el tiempo que tanto empeño había puesto en medir solo era un impedimento que a cada segundo le alejaba de las pocas esperanzas que alguna vez sembró en el olvido.



Lo que el relojero no sabía, era que la niña era quien cuidaba las rosas azules del jardín. Pues al igual que para él, eran lo único que le unía a lo que más quería.

sábado, 5 de marzo de 2011

Duerme.

''Soy el Caballero de la Blanca Luna, y a vos he venido a buscar''

Ven, princesa, pues tú no eres quien te hicieron creer. Hipsípila, llegó la hora de abandonar la crisálida. Sé que te envuelve la falsa seguridad de los mantos de hipocresía, pero tú misma habrás notado que es una calidez fría como la de las miradas olvidadas y la de las sonrisas rotas.

Siempre fuiste aquella que guardaba los sueños en botellitas de cristal, ya que demasiadas veces has visto a tus mariposas de aire volar para otros.

Cierra los ojos, está dentro de ti. Deja que salga aquella luz que un día encerraste, pues el tono mortecino eclipsaba los fluorescentes de las hospitalarias habitaciones. Abre las alas, siempre fuiste una golondrina enjaulada. Es hora de volar, pequeña.

No te asustes, no será fácil. No te engañaré, pero debes demostrarles y demostrarte a ti misma que tú no eres la otra, tú no eres un medio.


Cuando lo consigas, te esperará mi reino. Suéñame, bella, en tu alma quedará. Soy el Caballero de la Blanca Luna, y a vos he venido a buscar.


Sólo a vos.