jueves, 17 de octubre de 2013

Vapor, humo

Traga saliva y enseguida nota cómo se agolpan las lágrimas en los bordes de sus ojos. Sigue intentando hacerse con unas natillas, que el estómago le pide, pero en realidad no quiere nada. En realidad ya no sabe qué hacer, y solo siente ansiedad, ganas de llorar. Está harta de mentir para no mentirse. De inventarse cosas que no suceden para que sucedan cosas que deberían suceder solas. Está harta de esconderse, de tener miedo. De tener que avergonzarse, de tener que dar explicaciones. De tener que sentirse mal cada vez que está un poco más cerca de lo que quiere. De no poder querer lo que quiere porque a otros les parece mal que lo quiera.
Está harta de no tener ganas y de que los motivos no conduzcan a fines. Está harta de llorar y de dormirse impotente cada noche, abrazando un peluche que tiene el relleno inundado de tantas lágrimas que guarda. Está harta de tener que huir de una casa para llegar a casa. De tener que cobijarse en sitios fríos, porque no queda otra salida. Y no hay cabida, ni respiro. Y le tiemblan las piernas y ha vuelto el frío que siempre vuelve, a anidar entre sus vértebras. A echar raíces en sus nervios, a trastocarle las ideas.

Cómo puede volver a ver lo bello de los atardeceres, de la lluvia, de esconderse para hacer el amor; si nada queda cuando vuelve a una casa, cansada, triste, desolada, perdida. Cómo no intentar captar la luz de sus ojos en ocho mil imágenes, que han acabado perdiéndose como yo todos los días, si es un recuerdo más de que ella existe y de que no se la inventa. De que a su imaginación truncada; al veneno de su espina dorsal, ese que hace contorsionismo por dentro de su espalda, no le ha dado por imaginar a una persona que la cuida y le da todo lo que necesita; pero que en realidad no existe.

Que en realidad no existe como ninguno de sus sueños. Que son solo falacias. Vapor, humo. Que aquellas luces de la ciudad se desvanecen y que nunca se alcanza la luz verde al final del embarcadero. Que con el desdén de Daisy murieron Gatsby y todos los sueños del mundo.


Y traga saliva y se agolpan las lágrimas detrás de sus ojos. Y el veneno de la soledad se extiende implacable y rápido por las venas de su muñeca. Y entonces cierra los puños. Y eso es lo que hace que, al menos por ahora, el veneno no tiña sus manos. Y prefiera seguir siendo socrática. De momento.

 

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