domingo, 4 de mayo de 2014

"Para asirme a ella en mi tempestad..."

Solamente una vez me ha pasado con la misma intensidad que aquella noche que me pudiese la vida.

Me metí en la cama y empecé a temblar, sin poder parar de llorar. Ella empezó a desnudarme y me tumbó a su lado. Me estrechó entre sus brazos, sin cerrarlos con fuerza, pero haciéndome saber que estaba ahí. Guardé la cabeza en su pecho y no dejó de acariciarme todo el tiempo que estuve así. No sé si fueron minutos u horas, pero ella no paró de dibujar círculos en mi piel, por todo mi cuerpo. Poco a poco fui tranquilizándome, fui relajando los músculos y mitigando mis miedos con esas caricias que me vestían entera. Además, el calor de su cuerpo contagiaba al mío, y todo el frío de los demonios iba derritiéndose con los latidos que oía resonar en su pecho.

Sé que no durmió en toda la noche. Y lo sé porque cada vez que en sueños me atacaban los monstruos, se hacían grandes delante de mí y estaba a punto de caer de rodillas y dejar que me vencieran; ella me daba la mano desde fuera de mi sueño y mi subconsciente la materializaba inmediatamente en mi pesadilla. Me daba la mano y juntas podíamos con los monstruos.


 

Hizo eso cientos de veces aquella madrugada, sin apartar sus labios de mi frente, para que supiera volver a casa cuando quisiese despertar.

viernes, 2 de mayo de 2014

Soledades, despedidas y otras penas.

Fueron tus piernas,
a veces,
una continuación de mi camino.


Elvira Sastre


Hace cinco años que ya no estamos juntos. Estuvimos juntos once y llevo ocho sin vivir en nuestra ciudad. Nos conocimos en el instituto, típico. Estudiamos juntos fuera, pero volviendo siempre aquí a que nos acunaran los veranos y demás vacaciones. Después nos fuimos más lejos, a probar suerte. Estuvimos en todas partes, lo hicimos todo. Vivimos una vida entera en el tiempo que estuvimos juntos. Pasamos por todo lo que la vida tiene para dar: atravesamos de la mano los problemas, los miedos, las ausencias, las pérdidas, las alegrías, las esperanzas, los sueños, los éxitos, los fracasos. 

A veces creo que lo único en esta vida que no hemos hecho juntos ha sido olvidarnos. No encuentro explicacion a que tanto tiempo después, sabiendo que ya no vive allí, que está lejos, que no me necesita. Que no son las cuatro de la mañana de un viernes cualquiera ni he recibido un mensaje en el que me dice que sus padres se han ido y está sola; y sin que me haya llamado llorando por una pesadilla ni yo me haya escapado de casa de mis padres, voy conduciendo. A cualquier parte, a ninguna. Al cine, a hacer la compra, a recoger a los críos de mi hermana. Sigo haciendo mal la rotonda y acabando en su calle.  Sigo aparcando en la acera de enfrente. 

Y después de llevar quince minutos mirando al portal de su casa me doy cuenta de que no vengo a recogerla. De que no va a salir desabrochándose los primeros botones de la camisa, ni mirándose en el reflejo del móvil para comprobar que sigue siendo la chica más guapa de todas las ciudades que pisa.



Y primero me siento el hombre más gilipollas del universo.
Y después el ser más solitario del mundo sin ti.