martes, 31 de mayo de 2011

Complicando que es gerundio.

Su subconsciente perfilaba imágenes de sí misma llevando acabo una ingesta masiva de cualquier tipo de sustancia dulce que acallara por instantes los rugidos de los nervios despotricando, tanto en su cabeza como en sus arterias.
Y es que era cuestión de complicarse la existencia, levantándose cada día con un tono insalubre y volviéndose hipocondriaca con pseudo dolores cerebrales, sorbiendo poco a poco la soledad para después acusarse de sobredosis de la misma con ráfagas simultáneas de llantinas y lloreras de nostalgia estúpida y completamente fuera de lugar mezclada con la incapacidad para aprenderse los apuntes escritos con letra aplastada y para respirar cuando no hay pausas en un texto.

Creo que los recuerdos se agolpan en mi mente debido a la incapacidad para crear nuevos que puedan reemplazarlos en la lista de momentos felices más próximos al ayer de mañana y es que ni los discursos de la profe de lengua bastan para desconvencerme de que haga lo que haga no será suficiente.

Ya no sé si soy tonta por naturaleza o es que entreno para ello.

Un aplauso, si es que el temblor de pulso me permite darlo.

Encima no termina de venir el buen tiempo.

viernes, 27 de mayo de 2011

Opertura 1812.

Sentada mientras contempla su reflejo cansado y termina de atusarse sus estrambóticos cabellos, se coloca las horquillas de rigor. Guarda el aparato insuflador que tan poco le gusta usar pero que utiliza porque no quiere que al levantarse parezca que su cabeza ha sido manipulada por un esperpéntico imitador de Eduardo Manostijeras y de repente se sobresalta al escuchar un tronar molesto fuera. Cierra el armario. Otro estallido. Mete los pies en la bañera, abre la ventana que está justo encima y se asoma apoyándose en el alféizar.

Podían haber sido los truenos de una guerra revolucionaria, que se hubiera levantado a fuerza de disgustos, liderada por un coronel Aureliano Buendía anacrónico, que estuviera tan fuera de sitio como sus pensamientos flotantes...
Pero no es más que pólvora de colores que explota en el aire y ensucia el cielo con una escala cromática de tono insalubre. El estruendo retumba más allá del colegio que preside su calle y se le presentan como la contestación a las bayonetas que refulgen en el cielo descolorido. El aire no trae más que las nubes extinguidas después de tanto esfuerzo inútil en un vano intento de crear algo bello.


Se siente un poco Evey Hammond... ¿Por qué no volar el Parlamento?

lunes, 23 de mayo de 2011

κρίσις.

Nos estamos olvidando de vivir sin dinero. Ya no nos acordamos de que las sonrisas no cuestan nada, que no hay ningún impuesto por reír y que nada sale a tan buen precio como su compañía. Que rompo mi hucha de cerdito, vacía de papelujos si me llevas contigo.

No me gusta nada que mamá riña a papá porque algo vale mucho dinero, que mi mejor amiga se tenga que largar porque no hay trabajo, que la egoísta se queda sin cruzar el Atlántico porque no hay pasta, que esa chaqueta roja tan mona que llevaba puesta el otro día vale demasiado para que la lleve ella. Que primero miras el precio y luego decides si algo te gusta.

Por eso tú, seas quien seas, no me importa tu nombre ni cómo te llamen tus amigos, defiendas el color más feo que encuentres o luzcas esa bandera tan bonita que lleva tantos colores; hagas algo por esta panda de locos que no hace más que reivindicar su cordura.


Ya no les creo ni yo, ser más ingenuo de todos, así que figúrate.
Menos mal que no te cobran por que te sonría, si no, en la calle ibas a estar.

sábado, 21 de mayo de 2011

Delirios propios.

¿Sabes? Eres una de las personas más extrañas que conozco.
Eres tan simple que nadie lo entiende. Tan predecible que nadie se lo espera. Tan tonta que te vuelves lista. Tan egocéntrica que los demás piensan lo contrario. Tan odiosa que te vuelves adorable. Profundamente superficial, eres como un reloj de números romanos. Lo que se ve es fácil de comprender, lo que queda dentro no.

Tampoco sé cómo explicar que no te hubiera importado quedarte un ratito más con él.


Desisto de entenderte, Berta.

sábado, 14 de mayo de 2011

Delirios necios.



Ya no sabía qué era a parte de idiota. Un Dorian antagónico, una furcia de burdel barato, un alma conformista, una ilusa con delirios de grandeza, una Rebeca Buendía ansiosa por llenarse la boca de tierra y gusanos a falta de saliva en forma de calmante.

No quería esto. No quería pasar tres horas delante del espejo intentando buscar un ángulo aceptable, no quería llenarse los brazos de tinta con estúpidos ideogramas, no quería escribir mentiras. No quería saber nada de conmiseraciones subjetivas ni de enfoques objetivos sobre la poca trascendencia de la situación cardiaca. Tampoco quería oír reír a su vanidad bipolar que se iba de borrachera cuando le apetecía y la dejaba sola, delante de un montón de teclas y de una pantalla que le acababa haciendo daño en los ojos.

No quería escribir una lista de defectos. Tampoco de virtudes.



Cuando sepa qué es lo que quiere, que nos lo diga. Y que haga lo mismo él, si no es mucho pedir.

viernes, 13 de mayo de 2011

Si tan solo soñar fuera fácil.

Se escondían las palabras, se acababan las ideas, se hartaba del asqueroso pretérito imperfecto que usaba siempre en un desesperado intento de alejar todo lo circundante. Eran las mismas palabras, a veces en diferente orden, pero al fin y al cabo siempre diciendo lo mismo.
Ilusión. Un derroche infinito y estúpido de ella. Un carrusel de imágenes desenfocadas y unos ojos extasiados buscando nada entre la multitud. Y es que el vodka no acrecienta mis ideas y el sudor que desprende mi lengua al soltar todas las blasfemias me produce un escalofrío de falacias y sonrisas falsas que seduce mi espinazo.

Una última cosa, ¿qué te has traido? ¿La botella de las lágrimas o la de las sonrisas?



Y no, no quiero que las mezclemos si no me besas primero.
Serás idiota, nena.

martes, 10 de mayo de 2011

El poeta sin versos.

No sé quién es. No sé si tiene nombre, tal vez es de aire, como el mío. Lo llamo el poeta sin versos porque perdió todos los versos que jamás ha escrito. Y los que ya tenía salieron volando en un torbellino de desesperación. Apareció, cuando ya nadie le esperaba, en el Palacio en las Nubes, con la corbata torcida y un montón de folios en blanco. Con una sonrisa extraña en el rostro y un huracán portátil como presente. El violín desafinado paró súbitamente su oda monotemática y el alma conformista rió carcajadas de esperanza estúpida, de esa que encuentra tan rápido como pierde. Aquella noche volvieron los viejos bailes victorianos, pero ellos no bailaron. El poeta tenía un soneto escrito para ella, con su historia.

Y cuando se colocó las gafas de plata para leer lo que había escrito vio que lo había perdido todo. Y ella rió una vez más. Porque siempre supo que lo que se escribe con plumas de aire comprimido, se borra si no lo soplas antes.

lunes, 9 de mayo de 2011

Delirios decadentistas.

Llegados a tal punto en el que ni la autocompasión quería venir a dar la cara, la miseria se cernía sobre sus ojos abnegados que felizmente se hubieran fugado con algún Rimbaud de ojos azules que supiera disimular levemente su falta de interés más allá de los aspectos carnales. Su ingenuidad hubiera hecho el resto.
No sabía si valía mucho, tampoco se lo había preguntado. Valía lo que pagaran por ella, que era más bien poco.
Y creo recordar que una rata soltó una carcajada mientras ella lloraba y algo viscoso le tomó la mano para llevársela a un infierno un poco más profundo que aquella cloaca.

¿El precio? Un café solo y dos corazones rotos. El que Rimbaud se llevó con Verlaine y el que no latía ya en su pecho por encontrarse en huelga.




De todas formas, el mundo no se hubiera fijado en que había una puta menos. Que por no saber, ya no sabía ni escribir.

viernes, 6 de mayo de 2011

Dorian.

Se veía sumida en uno de esos días en los que las paredes se quedaban pequeñas, la lluvia no coaccionaba sus ganas de verse fuera y aunque su burda creación literaria fuera escasa y nula no dejaba por ello de mal crearla.
Y era uno de esos días en los que lo malo eclipsaba a lo bueno, en el que las sonrisas se volvían falsas y la belleza se volvía una arpía. Y era uno de aquellos días en los que su mediocridad adyacente se convertía en secante de la inmundicia que rodeaba su hipocresía y su narcisismo de burdel barato.
Y no tenía ya remedio. Pensaba a veces que se había convertido en un Dorian Gray antagónico, versión femenina, con zapatos rojos de charol y bolso a juego. Lágrimas mal enjugadas y una sombra mal trazada en el ojo, enmarcando aún más la mugre que recubría ahora sus ojos que antaño brillaron con la inocencia incorrupta de la vanidad ingenua.

¡Y bien sabía que no había remedio ya!, que la cura imaginaria se había vuelto una quimera efímera subproducto alterno de su imaginación truncada y que estaba condenada a ser una falsa cuerda en un inepto mundo de locos.




Lo que le faltaba encontrar para convertirse en un perfecto plagio mal emulado del señor Gray era el reflejo de su alma descolorida y ajada por la maldad bien cubierta y la falsedad borracha de tanto alcohol metílico inyectado. Y creo recordar que los retazos sucios de su alma quedaron cosidos en aquellos textos mal escritos que la única luz que veían era la de esa vela que se proyectaba tan mortecina como su rostro desencajado al liberarse de su máscara.

Y tras soltar de golpe todo el opio mal fumado y una vez que la pluma había derramado soberbiamente la última gota de tinta sobre el papel sin firma, volvía a sonreír. Incluso pareció verse un hoyuelo detrás de la mueca.

martes, 3 de mayo de 2011

Etiquetas.

Aquellos extraños seres, que a veces bien podían parecer simpáticos y otras veces repelentes, necesitaban a toda costa etiquetar todos y cada uno de los productos que pasaban por sus manos.
Y es que, aunque no comprendieran el significado del sustantivo, o del adjetivo que atribuían a cada cosa, necesitaban tener una palabra para designarlos, y conseguir así, con semejante catalogación, excluirlos o añadirlos a la lista de sus productos de uso cotidiano.

Ella no lo comprendía. Nunca le gustó poner etiquetas a sus tarritos de mermeladas, así se llevaba una sorpresa cuando los probaba. Y siempre que alguno de estos seres maniáticos etiquetaba en la tapa el producto en un despiste de esta, después se entretenía intercambiándolas. Sin que nadie la viera, por supuesto, ya que además de ser horribles a veces, solían gustar de controlarlo todo.


Nunca pudieron comprender por qué ella cada día llevaba el pelo de un color distinto ni tampoco descubrieron jamás la diferencia entre la mermelada de frambuesa y la de cereza. Aún lo siguen intentando. Está fuera de sus límites.

lunes, 2 de mayo de 2011

Verdades a medias.

-Mira a través de estas gafas, ¿qué ves?
-Cambian los colores.
-¿Los colores están cambiados, o los ves como son realmente?
-Pues, supongo que como los veo normalmente son en realidad.
-Como tú lo ves forma parte solamente de tu pequeña verdad. Porque la verdad siempre es relativa.
-Bueno, no siempre. Hay cosas que son así y punto.
-Déjame ponerte un ejemplo: tú dices que tus ojos son azules, yo los veo verdes al mediodía, azul turquesa por la mañana y casi grises por la noche.
-No me refería a eso...
-Otra más, tú piensas que te quiero, pero la verdad es que te amo.

>>Tú eliges con qué verdad te quedas, personalmente, siempre me gustó más la de mis gafas. La de los cielos verdes y los árboles naranjas, los prados del color de tus ojos y las fresas como tu pelo. Aunque a ti te parezca una verdad de mentirijillas.

Es lo mejor que tengo.