miércoles, 27 de abril de 2011

Licor de mora y suspiros.

¿Sabes qué me gustaría? Que los sentimientos y los recuerdos se pudieran guardar en un frasco que al abrirlo nos devolviera todo aquello que alguna vez llegamos a sentir cuando lo necesitaramos y después cerrarlo sin hacer daño a nadie. ¿Ves? No todo está inventado. Y la fórmula del olvido tampoco. ¿Funcionaría el efecto placebo? Si yo mezclo licor de mora con suspiros y me lo bebo confiando en que así te olvidaré, ¿crees que funcionaría?

martes, 26 de abril de 2011

Sería como no creer en mariposas.

-¿Cómo es?, ¿duele?
-Pues es bonito, supongo. Te sientes especial. A veces es como si fueras etéreo y flotaras, pero otras parece que te resquebrajas, como si estuvieras hecho de cerámica. Te ríes por todo, lloras por nada. Eres feliz sin más, todo se vuelve diferente, un poco menos malo.
-¿Qué es lo mejor?
-Aparte de todo, diría que los besos.
-¿Qué se siente?
-¡Qué difícil! Pues... estupidez, vergüenza, cariño, cosquillas... No sé explicarlo... se te pone cara de idiota.
-¿Y lo peor?
-¿Lo peor? esa es fácil. Lo peor es cuando nadie se acuerda de lo vivido, cuando se olvida todo aquello tan bonito que se dijo alguna vez. Cuando se da paso al vacío y los besos ya no suenan como te he dicho.
-Me gustaría poder sentirlo alguna vez.
-No sé qué decirte.
-¿Ya no crees en ello?
-Claro que sí, sería como no creer en mariposas.

lunes, 25 de abril de 2011

Descosiendo telarañas.

Cansado de hilvanar recuerdos en el aire y resignándose a no poder olvidar aquellos rizos dorados que giraban sobre sí mismos como esos cachivaches que venden en las ferias de artesanía, optó por buscar algo de consuelo en las curvas de una guitarra y abrazándola cada noche entre silencios y acordes acariciaba el mástil con todo el cariño, aún intacto, que todavía guardaba.
Y las luces del escenario se fundieron, pero los rizos de oro seguían centelleando en la quietud de la oscuridad, y poco sentido tenía ya tejer sus recuerdos en un vano intento de juntar los retazos con puntadas mal dadas de una aguja doblada por el tiempo. Pero no era tan sencillo olvidar, nunca lo fue, tardó años -o quizás segundos- en conseguir echarse al hombro la funda llena de rotos, en hacerse a la idea de que la guitarra estaba fría y que los rizos no iban a volver.

Y no fue fácil llegar a ninguna parte, se perdieron dos cuerdas y un calcetín por el camino. Pero ya se sabe, al final de cada bosque sombrío hay siempre un pueblecito esperándonos con una cuerda para los zapatos y un césped blandito para andar descalzos.


No hay nada como el césped blandito para andar descalzo.

domingo, 24 de abril de 2011

Adiós, pequeño.

-Pero tenías dos peces, ¿no?
-Sí.
-Entonces aún te queda el otro.
-Pero ahora está solo.
-Quién fuera pez para olvidar cada tres segundos que te falta una mitad.



Navega tranquilo en mis recuerdos, pececito. Yo cuidaré de Orochi.

sábado, 23 de abril de 2011

Delirios oníricos.

Había niños que miraban embelesados los pasteles de nata a través del cristal, pero ella no formaba parte de la sociedad anónima de pequeños que soñaban con el olor a pan recien hecho y bizcochos caseros. A Clara lo que le gustaba era mirar a los mayores. No le interesaban los pasteles -a no ser que fueran de chocolate-. Lo que ella soñaba era ser como ellos, como esas personas que se reunían, reían escandalosamente y se miraban con ojos de fuego. Le fascinaba el modo que tenían de pasar por la vida, como si supieran todo de ella, como si lo que viniera después fuera algo nimio, como si sólo importaran los trajes que se iban a poner para aquellas reuniones privadas, en las que los niños como Clara no debían entrar, aunque alguno se colaba. Y es que Clara era sencilla, transparente, predecible. Falda de flores y ojos marrones, con los que miraba como si no hubiera visto nunca, a través de las ventanas de aquel local prohibido al tumulto de corazones ebrios que buscaba entretener -o yo no sé lo que buscaban- sus cansadas almas de no haber empezado a vivir todavía.
¿Por qué los admiraba? No lo sabía, y se lo había preguntado muchas veces. ¿Era ella distinta? No podía serlo. En apariencia no lo era, ¿por qué entonces no le interesaba boquear delante de los pasteles como a los demás?
Se alejó de aquella sala, deslizando sus manitas por el cristal, y cabizbaja se dirigió a los columpios de cadenas.


Vio a lo lejos un niño con sombrero, jugando con algo invisible. Y deseó, deseó con todas sus fuerzas, mucho más de lo que deseaba ser una de ellos, que ese niño que jugaba solo fuera real. Y hubiera soplado todos los dientes de león del mundo por que ese niño existiera y le hiciera algo de compañía en aquella absurda realidad.

viernes, 22 de abril de 2011

Hetfield.


¿Has temblado alguna vez con una voz?

Una voz que se rompe, que se rasga, que vibra, que grita. Que casi hace que te desvanezcas y va hilvanando por dentro una melodía subjetiva, que te embriaga, que te envuelve, y la guitarra lo acompaña y tú con ella, pues te lleva, te lleva lejos. Y subes el volumen, porque cuando la canción baja el tono y suben la batería y la guitarra rítmica apenas logras oír su intrínseca voz y ahí es cuando más dulce suena. Y los brazos de corcheas te arropan, te acunan. Silencio. Punteo. Bajo. Platillos. Delirios interminables de guitarra que te mecen. Y de nuevo, él. Su voz suave o áspera, según la frase. Sugerente, envolvente, inexpugnable. Y tu alma navega por los arcos que describen las notas en el pentagrama, arrullada por el calor de una voz. De su voz. Única, incomparable, que perdura en mi cabeza y que se queda grabada en el subconsciente. Y lo mejor, lo mejor de todo es cuando acaricia la guitarra, y sólo está él, susurrando, con los ojos apagados, regalándonos unos instantes mágicos, diciéndonos que nada más importa.


Y es verdad, porque sólo la música es capaz de hacernos olvidar de esta forma, y sólo su voz me lleva tan lejos.

martes, 19 de abril de 2011

Delirios sinestésicos.

Se sentía idiota, algo estúpida, bastante tonta. Porque después del tiempo a la deriva, los susurros a voces, y el desentusiasmo general, volvían a mecerse las mariposas suicidas en su estómago de las que ya habló alguna vez. Y es que se preguntaba por qué demonios no se morían las lúgubres polillas de alas carcomidas que se resistían a dejar de dar guerra en sus entrañas.
Si no podían revolotear libres, soltando ese maravilloso polvo de hadas que le hacía flotar, ¿por qué no se iban definitivamente? Tal vez habían sufrido de catalepsia, y cuando las creía muertas, apagadas para siempre, se convulsionaban con fúnebre alegría, pues eran demasiado cobardes para ser mariposas suicidas, demasiado ingenuas, jamás tendrían el valor de hacerlo.



Y ya las vale, de veras que ya las vale. No sé qué vamos a hacer con ellas... Siempre acaban provocando sonrisas turbadas que no valen nada, que nunca serán nada.

lunes, 18 de abril de 2011

Madrid.

Necesito un tiempo. Espacio, margen, algo de prórroga. Estoy cansada. De todo, de nada. ¿Qué más da? De los suspiros incongruentes, de los cafés con doble de amargura. Quiero que por unos días sea sólo el tráfico madrileño lo que me quite el sueño, que me duelan los pies de tanto andar y los ojos de ver cosas. Que me salga el arte por las orejas, y si hace falta que no quepan más adquisiciones en mi mochila. Quiero dejar de ensayar los guiones del día siguiente por la noche y dejar de discutir por tonterías. Dejar de anhelar partículas suspendidas en el aire y contaminarme un poco de vida, aunque sepa a asfalto y polución.


Eso sí, Crocky se viene conmigo. Ser el único que no rehúye mis abrazos alguna recompensa debía merecer.

domingo, 17 de abril de 2011

Despedida a un día de primavera.

Hoy harías dos años, si no te hubieras ido hace unos días, para no volver a traspasar la puerta verde desde la que nos recibías siempre con tus maullidos. No le he dicho a nadie que hoy es tu cumpleaños. A nadie le importa. Te has ido, como todos los otros. Pero, ¿sabes qué, nena? Estoy muy cansada de estos juegos con el alma. Que tal vez habrás acabado en las fauces de un mastín, no quiero saberlo, al igual que no quise ver a los neonatos que dejaste solos entre la madreselva.
¿Y cómo pinto yo ahora tu casa sin tus ojos verdes? Porque nos entendíamos, tal vez mejor de lo que lo que me he entendido con algunos de mi triste especie.

No me imagino esto sin ti, pequeña. Ya no recuerdo cómo era todo antes de que un día de primavera fuera yo a buscarte cerquita de la Mujer Muerta, te llevara al que iba a ser tu reino absolutista, porque tú siempre mandabas. Casi cabías en la palma de mi mano, y tus ojos no eran verdes todavía.

Sabes que miraré todos los días desde la puerta de un verde más oscuro que tus ojos, a ver si apareces, y nos haces compañía, a mí y a tu nena rubia, que te echará también de menos, Haruhi.

viernes, 15 de abril de 2011

Sonríe, gato risón.

-Me encanta esa sonrisa que has puesto.

-¿Qué tiene de especial? Me paso media vida sonriendo.

-Sí, pero es esa sonrisa que pones por las cosas tontas.

-Las cosas tontas como tú.



>>Supongo que me haces feliz, aunque estés tan lejos.

jueves, 14 de abril de 2011

Y el conejo saca un mago del sombrero.

-La magia no existe, idiota, eso es cosa de cuentos.

-¿No crees en la magia?

-Para nada.

-¿Has sentido alguna vez esa especie de micro infartos que se sufren al besar a alguien? Seguro que has percibido cómo los poros de tu piel succionaban hasta la última gota de la luz del sol y niégame que no sentiste que volabas aquel día de viento en el que parecía que tu pelo iba a fugarse con el aire. ¿Has notado la electricidad estática que se irradia al coger a quien quieres de la mano?
Y tú... tú que has boqueado como un pececillo delante de la torre Eiffel y también debajo del Acueducto, que te acuerdas de que antes no éramos nada el uno para el otro y ahora se me eriza hasta el vello de la nuca solo con oírte respirar... ¿me sigues diciendo que la magia no existe?



>>Dímelo cuando tu saliva baile con la mía.

miércoles, 13 de abril de 2011

Mariposas suicidas.

No podía soportar aquella horrible sensación en la que sentía cómo su corazón se oprimía contra su pecho, se retorcía y se contraía por el agudo dolor que provocaba el tumulto de mil alfileres incrustándose en el acerillo de su alma.
Después podía apreciar cómo el dolor se expandía y contaminaba los órganos circundantes para terminar desapareciendo y perdurar únicamente como un mal recuerdo de la traicionera subconsciente que reía bocanadas de humo en su cerebro.

Y lo peor de aquellas angustiosas evocaciones era la sensación de vacío que dejaban una vez se habían largado. De vacío y de miedo, porque después de retorcerse las sogas en su estómago, que mecían las mariposas suicidas, la tristeza emborrachaba hasta el último rincón de su insípido alma. Aquellas mariposas suicidas de belleza truncada que permanecían dentro de ella como el alcohol en la sangre, como el alquitrán en los pulmones y de las que no buscaba deshacerse, por mucho que consiguieran hacer desbordar sus ojos abnegados, y que al igual que una llaga mal curada, se agitaban con el ligero roce de sus labios, que venían a morderla en sus sueños envenenados con fresa y antimonio y a los que ella esperaba casi con delirio.


Nunca supo qué fue peor, si el remedio o la enfermedad.

domingo, 10 de abril de 2011

Delirios escondidos.

-Ve tras ella.

-Y... ¿Qué pasa contigo?

-Yo estaré bien.

Él fue detrás de la chica del pelo verde, el vestido negro y las botas militares. Pero... ¿qué pasó con ella? ¿Con la otra? Supongo que eso es lo que se corta en las películas, porque importa más bien poco, pero me gustaría imaginar un final bonito para ella, mientras los tortolitos se alejan.
Empieza a correr y sonríe, se da cuenta de que ella también es bonita y que alguien vendrá a decírselo, tarde o temprano. Y va pisando charcos con sus zapatillas de lona llenas de dibujos mientras piensa que sus peces ya la echarán de menos.


¿Ojalá algo fuera distinto?

sábado, 9 de abril de 2011

Medusa.

Solía ir cabizbaja, mirando al suelo, y a veces se escudaba detrás de unas gafas de sol de espejo. Arrastraba los pies y andaba encorvada. A menudo pensaban que los ignoraba porque no los miraba mientras hablaban, pero no era así, simplemente no le gustaba que alguien pudiera acceder a ella a través del portal de sus ojos.

Mírame a los ojos..., retumbaba en su cabeza el eco lejano de la frase trazada. Y lo hizo. Y cuando sus ojos vieron apartar la mirada opuesta, se alegró en lo más profundo de su alma de que sus cristales marrones removieran conciencias y que el lignito forjado desbaratara todos aquellos ultrajes, y le hubiera gustado ser la gorgona Medusa, para sonreír tétricamente mientras ellos quedaban petrificados.


Pero, supongo que mis personajes son planos. Y no, sus ojos no petrificarán nunca ni se alegrarían si pudieran hacerlo.

viernes, 8 de abril de 2011

domingo, 3 de abril de 2011

Los sueños, sueños son.

Todas empezaron a vociferar incoherencias, yo miré a tu acompañante que permanecía callada, al igual que yo, y me alejé un poco del grupo. Os dispersasteis, y Sandra gritó mientras te alejabas:
-¿No piensas despedirte de ella?
Me paré en seco. Te acercaste por detrás, sin que me diera cuenta, y muy bajito me dijiste:
-Adiós...
Me di la vuelta y estabas ahí, mirándome. Tan precioso como siempre, con el pelo despeinado algo más corto, envuelto en la oscuridad de la noche y de tu ropa, mal iluminado por la luz naranja de las farolas. Te acercaste, me besaste.
-Pero... ¿eres tonto?
-No.-Alcanzaste a contestar antes de volver a hacerlo. Y pude sentir cómo tu saliva curaba todas y cada una de las heridas de mis labios.

Mientras te largabas por donde habías venido, gritaste sin volverte:
-¡Nos vemos en dos días!
Eché cuentas mentalmente y calculé que eso sería un viernes.


Y me alejé dando saltos, con una de esas sonrisas mías tan grandes y bobas. Y de repente se hizo de día. Mis sueños no son nada coherentes...

sábado, 2 de abril de 2011

Efecto retardado.

Era de efecto retardado, la pobre. Primero le contaban un chiste, a los cinco minutos se reía. En clase de gimnasia la pelota impactaba sobre ella, después hacía amago de darla y alguien gritaba: ''¡Tienes que dar tú a la pelota, no ella a ti!''. Primero se disparaba el flash, luego sonreía para la foto. Se le caía un lápiz, lo intentaba coger cuando ya se había posado en el suelo, al igual que cuando se caía ella: ya había aterrizado cuando se agarraba al aire.


Era de efecto retardado, la pobre. Por eso, le echó de menos cuando volvió -y no antes-, y se enamoró cuando ya se había ido.