martes, 29 de octubre de 2013

Regreso a Ítaca

No cesaba el viento en su empeño por colarse a través de las celosías. El rugido de las olas podía oírse en toda la isla, y ya nadie podía dormir. Reinaba la inquietud allí donde reinara Ulises, y la tormenta parecía querer llevárselo todo consigo antes de deshacerse.

Pero qué se puede esperar de una isla, si no es que permanezca. Allí estaba Ítaca. Temblando, y sin moverse. Ya podían lamer las olas todas sus costas y arrastrar consigo pedacitos de arena; Ítaca, que fuera patria y presidio, hogar y amante, sancta sanctorum, vida y designio; hizo lo que había de hacer: recogerla. Guardarla como si fuese una perla ardiente en la palma de una mano. Y Penélope, por su parte, harta de tejer en vano, deshacía sin parar su eterno telar para darse cuenta de que las prisas no son buenas. Que es mejor empezar otra vez si el camino no conduce a ninguna parte... y que con lágrimas no se puede ver lo que se teje.
Ahí estaba Penélope, en medio de una tormenta, con los pies casi fuera de Ítaca y el corazón en un puño, quitándose como podía el absurdo telar que se le había ido enredando. Deshaciéndose de todo el lastre que ya ocupaba demasiado en una isla tan pequeña.

Así fue que, tras una noche oscura, llegó un amanecer tímido y confuso. Pero la nuit porte conseil, dicen, y Penélope lo comprendió todo de golpe. Entendió por qué Ítaca era su casa: porque creyó cuando era más fácil desaparecer en el mar Jónico y no dejar rastro. Porque hubiese sido más sencillo no cumplir aquel ''recuerda que huir significa ir a buscarte -aunque parezca que huya y vaya en dirección contraria-''. Hubiese sido más fácil salir corriendo, dejarme sola en mitad de la calle. Quizá te hubiese visto aún más bonita si te hubiese perdido. Pero cumpliste tu promesa (en un espacio y en un tiempo en el que a las palabras se las lleva el viento), y me elegiste rota, triste, salada y confusa; antes que a cualquiera que estuviese entero, alegre, y dulce. Porque te hubiese sido difícil encontrar a alguien que, aunque aturdido, siguiese creyendo en nosotras como yo lo hago, con una metáfora que tiene los mismos siglos que suspiros mi cama.



Y así Penélope volvió a Ítaca, e Ítaca se alegró de haber escogido a Penélope. Porque el contrastre con la  oscuridad devuelve un brillo más intenso... Y a mí siempre me encantó el sol de Ítaca. Pero también moriría por su lluvia. Y espero que lo sepa.

lunes, 21 de octubre de 2013

Born to die

Quiero vomitar palabras y escupir versos. Arañar espejos, rasgar todos los retratos truncados que hice sobre mí. Disipar esperanzas, congelar sueños. Dar patadas a esta soledad, a este frío, a este hastío. Quiero abofetear este rostro que ni siquiera puede sostenerme la mirada entre tanta humedad. Quiero arrancar los sueños, derrumbar todos los castillos en el aire, y no volver a construirlos nunca. Quiero desaparecer, borrarme. Deshacerme en una náusea que vacíe este vacío que llevo dentro. Quiero disolverme en espuma, quiero perderme en el viento. Quiero desgarrarme el pecho y que vuelen los demonios y me dejen tranquila. Que se vayan y me dejen sola, para poder lamerme las heridas y limpiarme el barro que me llega más allá de las rodillas. Quiero beberme todas las lágrimas que he llorado, por si es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor. 


Quiero gritar hasta romperme la voz. Y perderme con el aire, con la brisa. Y ser Eco, sin Narciso y sin nada, hasta extinguirme.

jueves, 17 de octubre de 2013

Vapor, humo

Traga saliva y enseguida nota cómo se agolpan las lágrimas en los bordes de sus ojos. Sigue intentando hacerse con unas natillas, que el estómago le pide, pero en realidad no quiere nada. En realidad ya no sabe qué hacer, y solo siente ansiedad, ganas de llorar. Está harta de mentir para no mentirse. De inventarse cosas que no suceden para que sucedan cosas que deberían suceder solas. Está harta de esconderse, de tener miedo. De tener que avergonzarse, de tener que dar explicaciones. De tener que sentirse mal cada vez que está un poco más cerca de lo que quiere. De no poder querer lo que quiere porque a otros les parece mal que lo quiera.
Está harta de no tener ganas y de que los motivos no conduzcan a fines. Está harta de llorar y de dormirse impotente cada noche, abrazando un peluche que tiene el relleno inundado de tantas lágrimas que guarda. Está harta de tener que huir de una casa para llegar a casa. De tener que cobijarse en sitios fríos, porque no queda otra salida. Y no hay cabida, ni respiro. Y le tiemblan las piernas y ha vuelto el frío que siempre vuelve, a anidar entre sus vértebras. A echar raíces en sus nervios, a trastocarle las ideas.

Cómo puede volver a ver lo bello de los atardeceres, de la lluvia, de esconderse para hacer el amor; si nada queda cuando vuelve a una casa, cansada, triste, desolada, perdida. Cómo no intentar captar la luz de sus ojos en ocho mil imágenes, que han acabado perdiéndose como yo todos los días, si es un recuerdo más de que ella existe y de que no se la inventa. De que a su imaginación truncada; al veneno de su espina dorsal, ese que hace contorsionismo por dentro de su espalda, no le ha dado por imaginar a una persona que la cuida y le da todo lo que necesita; pero que en realidad no existe.

Que en realidad no existe como ninguno de sus sueños. Que son solo falacias. Vapor, humo. Que aquellas luces de la ciudad se desvanecen y que nunca se alcanza la luz verde al final del embarcadero. Que con el desdén de Daisy murieron Gatsby y todos los sueños del mundo.


Y traga saliva y se agolpan las lágrimas detrás de sus ojos. Y el veneno de la soledad se extiende implacable y rápido por las venas de su muñeca. Y entonces cierra los puños. Y eso es lo que hace que, al menos por ahora, el veneno no tiña sus manos. Y prefiera seguir siendo socrática. De momento.