miércoles, 6 de febrero de 2013

Persistencia de la memoria.

Cada vez que alguien riñe con el tiempo me entran ganas de reír. Cada vez que alguien le culpa de sus miserias me siento confundida. ¿Por qué la gente tiene ganas de discutir con algo que no existe?

Admito que existe la medida del tiempo. Puedo decirte exactamente cuánto tiempo ha pasado desde que te fuiste. Setecientas cuarenta y seis lunas, contando la de hoy. Calculo que varias tormentas y otra gran multitud de fenómenos atmosféricos nos han sucedido. Pero entre esos segundos que te han intentado arañar y las veces en que has puesto nombre a un granito de algún reloj de arena no hay equivalencia ninguna con los minutos que marcaba una aguja. Ni con la fecha que daba el calendario.

Se ríe el tiempo y la memoria de aquellos lugares de Segovia en los que alguna vez convergiste conmigo en tiempo y espacio. Y se ríe también de aquellas tardes de invierno y de esa frase de Shakespeare que argumentaba que el tiempo es eterno para los que aman. Y me río yo de la línea espacio-tiempo que nos separa de algunos momentos, que ya no sé si recuerdo haber vivido. Si se trata de ti, recuerdo más las cosas que nunca pasaron. A lo mejor es porque conecto bien con mis 'yos' paralelas, por ejemplo, con esa que está todavía contigo.

El tiempo es una alucinación. No creo más en él de lo que creo en que hayas existido. Tal vez tú seas una alucinación. Un retazo descolgado de un tiempo que no existe. Una persistencia de la memoria que se niega a admitir que puedan colarse partículas de tiempo que no encajan con la realidad esa absurda que se inventa la gente para dormir tranquila.


Me río yo del tiempo. En cualquier caso, no ha sido el tiempo el que se ha llevado tu olor. Ha sido la desidia.

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