¿Crees a Shakespeare cuando dice que estamos hechos de la misma materia que los sueños? Es mi argumento de autoridad, ya que de mí no te fías. Yo no sé de qué estoy hecha, de ceniza y barro, quizás, pero me jugaría (besos en) el cuello y el último pasaje a Venecia que tú sí que estás hecha de sueños. Que te tejes entre filigrana abstracta y te condensas en vapor de suspiros. Que estás hecha de aire, porque sabes ser etérea, y tienes algo de tierra y barro, que es lo que te hace estar conmigo. Eres tormenta cuando te desatas, y una vez te pedí que fueses sueño y filosofía, sin saber, o intuyendo, que ya lo eras. ¿Ves? Por ti misma, y no porque yo te filtre de ningún modo. No soy yo la que te hace de plata a la luz de la Luna. La que crea poesía con el humo que exhalas, yo solo te miro.
No sé de qué más estarás hecha para ser metonimia de sueño, pero cada vez que me besas, nacen sinestesias de colores que aún no existen. A lo mejor es eso. Que no sé de qué estás hecha, pero te puedo intuir con los ojos cerrados. Que es más fácil verte con las manos, y que la única forma de leerte es recorrer cada centímetro de tu piel desnuda con mis dedos. Que tocarte es un desafío a la inmortalidad, porque nunca sabré si esa será la última vez que lo haga antes de que te desvanezcas como las alas de una mariposa.
Y con toda experiencia de los que llevamos una vida soñando, sé que debo darme prisa: besarte como si fuese la última vez que lo hago, mirarte como si no te hubiese visto nunca, hacerte mía en todas las esquinas de esta ciudad, y que me muerdas los labios todos los días para ver si despierto.
En cualquier caso, tú eres sueño, y la vida también. Creo que eso lo explica todo.
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