lunes, 9 de marzo de 2015

La anciana que leía novelas de amor

La primera vez que la vi tenía un libro en la mano. Siempre estaba así, absorta entre páginas. A pesar de que el ambiente no invitaba a la lectura, y el resto de mujeres preferían leer revistas del corazón, incluso las empleadas de menor edad, ella siempre tenía en sus manos temblorosas una novela de amor. A veces un clásico del diecinueve, libros de poesía, o lo que parecían folletines antiguos guardados durante décadas.  Inmediatamente despertó mi ternura, por lo que en seguida me acerqué a ella.

     Me contó que se llamaba Emma y que era francesa, su apellido me sonó muy pintoresco. Su marido había sido médico y ella le había acompañado a España cuando se mudaron por cuestiones de trabajo. Él había fallecido hacía unos años y ahora estaba sola, porque, según ella, Dios nunca le había otorgado el regalo que siempre soñó: una preciosa niña. A pesar de su aparente soledad no parecía triste. Los libros la llenaban, prefería sentarse horas al sol a jugar a las cartas con los demás ancianos. A pesar de los surcos de su rostro se podían entrever las facciones que la habían hecho hermosa en su juventud.


     El día que no la encontré en su banco favorito del jardín, subí a su habitación. Las auxiliares lo habían recogido todo, solo quedaba un libro en su mesilla que me llevé antes de que lo tirasen. Fui a preguntar a las oficinas, por si, a pesar de lo que me había dicho, aún le quedaba alguien a quien pudiésemos notificarle su muerte. Allí me dijeron que no había fallecido ninguna Emma aquella noche, solo lo había hecho una anciana de nombre distinto. Me fui desconcertado y entonces miré el libro que traía en la mano. Madame Bovary. La que había sido mi amiga aquellos meses no se llamaba Emma, seguramente su marido, si tuvo, no había sido médico. Se había creído Emma Bovary, y se había inventado una vida para olvidarse de la suya. Nunca estaba triste porque ya no estaba allí.





     Recordé haber estudiado el libro en el instituto. Supuse que aquella mujer se había ido para reunirse con su amante. Y el peso de su soledad me golpeó tan fuerte que tuve ganas de salir corriendo.


Escrito para el taller de escritura de la universidad.