Subió al desván y se encontró un baúl que estaba lleno de recuerdos y trastos bonitos. Y tenía mucho miedo de mirarlos, de sacarlos, de palparlos y sobre todo de recordar por qué estaban encerrados en aquel baúl lleno de polvo y telarañas cerrado con la llave plateada que colgaba de su cuello.
Pero cuando abrió el baúl y apartó las manos de sus ojos metafóricamente preparada para lo que iba a ver y sentir, se dio cuenta de que no dolía, que eran viejos tatuajes en la memoria, cartas inofensivas, versos de humo y sueños de aire. Antiguos tesoros, de esos que tanto le gustaba guardar, de esos que te acompañan siempre.
Y sonrió, y se echó a reír como una tonta, tapándose la boca, como hacía a veces. Y dejó el baúl abierto, para mirarlo cuando quisiera porque ya no le daba miedo.
Pues a mí las cajas de cosas antiguas del desván de los abuelos me da miedo. Creemos que puede haber ratas. Buenas noches, público!
ResponderEliminarTe he contado alguna vez la anécdota de mi tía y la pandereta donde vivían los ratones? En fin... cosas épicas de la niñez~
ResponderEliminarCuando no tienes la certeza de lo que va a haber detrás... da miedo. Es como cuando levantas una piedra y te encuentras un lagarto debajo... pues aunque sea un bicho inofensivo, la siguiente vez que ves una piedra te lo piensas antes de levantarla... jaja
ResponderEliminarLos gatos no, no se lo piensan, actúan y acarrean con las consecuencias. Menos mal que tienen 7 oportunidades... jaja
Sabes, pues a mi me encanta mirar los baúles que tenemos, aunque sean o no recuerdos míos, es muy divertido, aunque hay que prepararse para la ciudad flotante de telarañas
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