lunes, 25 de abril de 2011

Descosiendo telarañas.

Cansado de hilvanar recuerdos en el aire y resignándose a no poder olvidar aquellos rizos dorados que giraban sobre sí mismos como esos cachivaches que venden en las ferias de artesanía, optó por buscar algo de consuelo en las curvas de una guitarra y abrazándola cada noche entre silencios y acordes acariciaba el mástil con todo el cariño, aún intacto, que todavía guardaba.
Y las luces del escenario se fundieron, pero los rizos de oro seguían centelleando en la quietud de la oscuridad, y poco sentido tenía ya tejer sus recuerdos en un vano intento de juntar los retazos con puntadas mal dadas de una aguja doblada por el tiempo. Pero no era tan sencillo olvidar, nunca lo fue, tardó años -o quizás segundos- en conseguir echarse al hombro la funda llena de rotos, en hacerse a la idea de que la guitarra estaba fría y que los rizos no iban a volver.

Y no fue fácil llegar a ninguna parte, se perdieron dos cuerdas y un calcetín por el camino. Pero ya se sabe, al final de cada bosque sombrío hay siempre un pueblecito esperándonos con una cuerda para los zapatos y un césped blandito para andar descalzos.


No hay nada como el césped blandito para andar descalzo.

1 comentario:

Venga, no te vayas así. Delira un poco :)