En mis estúpidas cavilaciones, banales y absurdas; chapoteaba en la idea del corazón, no como órgano palpitante y acompasado, sino como lugar hipotético en el que metafóricamente guardamos a todas aquellas personas a las que queremos.
Me preguntaba si realmente se puede robar en parte o completamente, ese lugar, esa cajita de carmín en la que encerramos nuestros sueños.
Porque, muy bien está si te la roban, ya que eso significa que alguien la ha tomado, se la hayas entregado motu proprio o no, pero alguien la tiene. ¿Y si te la embargan? Un desahucio en toda regla, se la llevan, pero no la quieren. No la necesitan, no la desean guardar, incluso puede ser un estorbo para alguien, un peso nimio. Entonces, ¿qué pasa? ¿Qué será del arrendatario?
Seguramente, deba esperar, pacientemente, a que Tiempo teja sus redes de Olvido. Tendrá que pagar su deuda, poco a poco, hasta que la caja le sea devuelta. Aquella deuda que tal vez jamás debió contraer, pero que inevitablemente contrajo.
¿Quién sabe? Igual es un precio justo a los suspiros.
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