De una forma completamente absurda, a través de una cosa tan estúpida como es una red social apareces.
Llegas y lo cambias todo. Primero hablamos, luego me ayudas, después me rindo.
Eres el príncipe que no esperaba, el que viene a decirme que tal vez la felicidad sí exista.
Un día, de repente, me traes un libro en una mano y la llave de mi castillo en el aire en la otra. Paseamos por el cementerio y no me siento de otro mundo, como habitualmente. Lo que cuentas suena nuevo, y en realidad me parece algo tan normal que me lo estés diciendo, como si fuera una vieja costumbre. Y bebemos té y café como en los cuentos; y después de decirme lo que nunca hubiera imaginado oir y en realidad lo deseaba más que nada, me besas.
Me cuentas historias que suenan preciosas, y me haces poner cara de idiota.
Y me gustan tus manos frías, y la cara que pones cuando estás a punto de besarme. Me gusta cuando me coges de la mano y el color de tus ojos. Me gustas mientras hablas por teléfono con esa cara seria. Me gusta tu voz, y me gusta cuando ríes.
Si alguien me hubiera dicho algo de esto hace una semana le hubiera tachado de loco chiflado. Nunca entendí las cosas extrañas que hacen los enamorados en las películas, ni me imaginé oliendo un libro. No pensé que algún día no querría irme a la cama, porque ya no me interesan los sueños, vivo en algo mucho mejor.
La realidad nunca fue tan dulce.
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