Los pies descalzos de la Bailarina sin zapatos le llevan a un recóndito bar con una llamativa fachada roja, en una estrecha callejuela. No ha estado antes, pero no le parece un mal lugar, su aspecto se antoja un tanto bohemio. Empuja suavemente el tirador metálico de la puerta de cristal, y se sienta en un taburete descolorido de la barra. Fuera ha empezado a diluviar, y con un gesto de desdén, se enrolla el pelo a un lado para escurrir el agua de lluvia. Mira su libro... ya de por sí maltratado por el tiempo, ahora casi descolorido. Algunas letras de la portada se han marchado. Lo deja en la barra. Pide un té de pomelo y resopla.
En la mesa mejor situada del local, está el Músico sin Musa. Es la tercera vez esta semana que le rechazan una actuación. Resopla justo a la vez que la Bailarina sin zapatos y rompe una partitura. La que creía su musa se ha ido con un aburrido hombre trajeado, que le ofrece la seguridad de poder pagar el alquiler a fin de mes. Ha cambiado el dinero por sus acordes. Él no tiene nada, solo una guitarra y un montón de papeles. Se lleva la mano a la cara en gesto de disgusto, pero cuando levanta la mirada se fija en la joven que está sentada en el taburete granate de la barra. Mueve los pies al compás de la música distorsionada que suena en el bar. Él sonríe. Decide acercarse a la barra para verla mejor.
Al lado de la taza, descansa el torturado libro. 'Vaya, señorita. Yo también tengo este libro y juraría que las letras eran doradas y el libro verde pistacho'. Ella se dispone a zanjar su intromisión con algo cortante, como hace siempre. Mejor dicho, como hacía siempre. Antes de ver las esmeraldas que el Músico sin Musa tiene para mirar sus ojos azules. No le salen las palabras. Se siente estúpida. Nunca un chico le había dejado sin aliento. Señala la tormenta de fuera y él la sonríe.
La invita a sentarse con él en la mesa de las magníficas vistas, aunque en su opinión, lo único que merece la pena ver está sentada en esa mesa.
Al cabo de un rato, salen del bar. Van riéndose y tambaleándose mientras andan.
El músico ya tiene musa, y la bailarina ha encontrado unos zapatos mejores que los que perdió. Van al baile de los Desencaminados. Él toca, ella baila. Es lo curioso de las tardes de lluvia. A algunos les parecen aburridas, pero a veces sirven para que almas desubicadas se encuentren entre la multitud.

Dedicada a Paulina K.
*-*
ResponderEliminares precioooosooo ! Paulina no se podra quejaar de esta maravillosa historia ^^
me encantaaa!
por cierto siento curiosidad de cual es ese libro xD
:) ¿El libro? quizá uno que aún no se ha escrito... xD
ResponderEliminaroh! jajaj pues espero que lo escriban prontito,sere la primera en leerlo xDD
ResponderEliminarOh oh oh oh oh ooooooooooooooooooh *------------* Me encantaaaaaaaaa, es super kawaiioso, ojala tuviese de verdad a ese músico~ ains, niña, te digo y no por primera vez que tienes un don, las letras fluyen en tus venas y se liberan cuán pájaros al abrir su jaula cuando comienzas a escribir *-*! Es genial, como todas las historias salidas de tu mente, y no pararé de decirtelo nunca! Graciaaaaas =)
ResponderEliminarPaulo: es lo más poético y lo más tonto que me has dicho nunca xDD
ResponderEliminarJá! Me lo he currado xDDDDD Si, es estúpido pero es que se te da jodidamente bien escribir xD!
ResponderEliminarHola, Berta, por una vez no me voy a dedicar simplemente a disfrutar leyendo, sino que te haré saber que me ha gustado. Ala, para que no te quejes
ResponderEliminarAgradecida, doña Inés jaja
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