sábado, 27 de diciembre de 2014

Crónica de una muerte anunciada

La perdió de la misma manera en que lo héroes griegos sucumben a las profecías. Como la crónica de una muerte anunciada. La perdió por creer que la estaba perdiendo e intentar ponerle remedio. Igual que Edipo cumplió su destino, paso por paso, muerte a muerte, beso a beso. Si podía haberlo evitado, no lo sé.
La perdió por creer que la perdía, por abrazarse a ella en medio de una tormenta imaginaria, por asfixiarla protegiéndola de los demonios invisibles, por mirar estando ciega y no ver que de tanto hablar de pájaros, se había convertido en una jaula para ella.


Y el remedio nunca fue mejor que la enfermedad.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Oxímoron

La vida está hecha de actos de fe. De premisas que inventamos y se nos cuelgan de los oídos mientras se balancean viendo una puesta de sol. Mientras vemos el final de una película con una lágrima a punto de suicidarse desde nuestros párpados. Mientras veo cómo cuatro rayos atrevidos atraviesan las persianas y rebotan en tu piel una mañana cualquiera a las 8:49.

La vida está hecha de cosas que sabemos porque sabemos sin más. (En qué otra cosa podría consistir la fe). La vida está hecha de certezas inexactas, de puntualidades en minutos impares, de suspiros que van a por ti.  La vida está hecha de todo lo que no hacemos, de todo eso que pasa sin que nos demos cuenta. Del tráfico que baila cinco pisos más abajo de nuestra ventana.

La vida está hecha de silencios de negra, de pasos de cebra en rojo, de el-próximo-tren-llegará-en-8-minutos un domingo por la tarde. Cuando la única prisa es llegar pronto a la cama, no sea que se haga tarde, y me venza el sueño antes que el último beso, el que se da en la frente, después de horas corriendo una maratón y la liemos porque nunca es suficiente y a ti qué te van a contar.

Hay certezas que nos persiguen. Creencias que guardamos con celo. Convicciones a pies juntillas que se enzarzan en nuestros zapatos. Supersticiones.  Las mías tienen doscientos noventa rizos, y al menos nueve tonalidades de azul en los ojos. Lo sé porque algo dentro de mí lo sabe. Y lo vuelvo a saber cada vez que algo sucede, como los semáforos que os decía, o una frase en un libro de Allende. Y cada vez que algo sucede y vuelvo a saber que sé cosas que no sabía que sabía pero que sé que sé con absoluta certeza; algo me dice que después de ese beso en ese ascensor podría encontrar tu rastro a diez mil bocas a la redonda. Sé, porque lo sé y no me preguntes por qué, que si tuviera que cruzar dos mares, un millón de islas, y hasta hacer transbordo en Nuevos Ministerios, lo haría. Sin dudar un momento.




Sé que te sé. Y sé que nos sabemos y que me sabes.
No necesito saber más.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Ella es tiempo.

"Con ella el tiempo no se paraba,
iba hacia delante.
Como la vida cuando es vida."

Elvira Sastre


Ya no leo ni escribo en papel. Ahora solo tengo ojos para mirarte, hasta cuando los cierro y respiras a cinco centímetros de mí en una cama de ochenta. Ahora ya no sueño, solo aprieto los párpados y pienso qué será lo siguiente. Cuál será el próximo rincón donde volvamos a besarnos, si será otro puente, si será otra ciudad. A dónde llegaremos si vamos de la mano.
Recorrer kilómetros no me cansa contigo, y menos si recorrerte hace que me descansen los pies y el alma.

Te he visto con la luz de muchas ciudades. Te he besado en todos los puentes en los que te escribí que algún día te besaría. Y no siento que haya cumplido sueños. Solo siento que mi vida va en la buena dirección, y que necesito seguir andando. Contigo.

He aprendido que en cada sitio donde suspiramos, al dejar huella, no nos volvemos más pequeñas, sino más grandes. Que casa eres tú, nosotras y la burbuja que se expande a medida que respiramos en la misma dirección.

Me he dado cuenta de que contigo el tiempo no se para, vuela, pero es eterno. Fluye, te alborota el pelo, te trastoca los rizos, te tuerce la sonrisa, me hace salir mal en las fotos, me hace llorar al ver un cuadro, me hace guardar aire en frascos, nos empapa la boca, nos inunda las manos...



... va hacia delante. No promete, solo cumple. No pronuncia un para siempre, solo brota. Solo se mueve.

Recuerda: lo único constante es el cambio.


miércoles, 23 de julio de 2014

If you call for me, you know I'll run.

Verte aparecer fue la tregua a un invierno anacrónico. El alto al fuego en una guerra de sábanas frías y mejillas tibias. Buscarte entre el tumulto y notar de pronto tus labios rozando los míos fue cruzar un hemisferio, sentirse en casa a dos mil kilómetros de una ciudad bañada en un filtro en blanco y negro desde que no la pintan tu risa y tus ojos. Surgiste de entre la gente como una leona que siempre sabe qué hacer en medio de una estampida. Me envolviste como se envuelven los tesoros, como se envuelven los amantes en las novelas de Isabel Allende, como se abrazan los marineros a sus mujeres cuando pisan tierra firme. Porque ahí estaba yo, desembarcando en Ítaca después de un periplo que parecía no tener fin.

 Sentir tus brazos fue volver a una playa oculta al resto de los mortales.

Respirarte fue como cambiar de atmósfera, como coger aire al salir del agua. Darte la mano fue completar una pieza de un rompecabezas multiposicional, en el que, hagamos lo que hagamos, todos nuestros vértices encajan.

Verte sin luz fue como pasear de tu mano por el Prado y multiplicarlo por cien. Como tocar todos los cachivaches de una tienda de artilugios. Como abrir los ojos después de una siesta de mil horas, como viajar  dormida y despertarte llegando al destino. Sentir el contorno de tu cuerpo fue como recorrer con los ojos cerrados las esquinas de mi casa, como acariciar algo en braille y entenderlo como arte moderno; como ver una película en checo y marcar puntos y comas al dictado de tu respiración.

Despertarme y no despertarte, por primera vez, ver cómo caían tus rizos sobre la frente y se te encendían los pómulos fue como leer cualquier novela del realismo mágico. Como sentir el mismo desconcierto de creer tu existencia y sin tropezar con todos los espejismos que usa el arte. Creer que de verdad estabas soñando y maldiciéndome por no dejarte dormir. Como si alguien pudiese asustarse de tu pelo enfurruñado cuando aún no has abierto los ojos.



Estar contigo fue como leer poesía. Como hacerla. Como soñarla. Como despertar y que siguiese ahí.
Y repetirla sin cansarse. Como si hubiese encontrado el ritmo, la estrofa, el verso, que no me importaría usar en todos los poemas que escribiera en esta vida.

domingo, 4 de mayo de 2014

"Para asirme a ella en mi tempestad..."

Solamente una vez me ha pasado con la misma intensidad que aquella noche que me pudiese la vida.

Me metí en la cama y empecé a temblar, sin poder parar de llorar. Ella empezó a desnudarme y me tumbó a su lado. Me estrechó entre sus brazos, sin cerrarlos con fuerza, pero haciéndome saber que estaba ahí. Guardé la cabeza en su pecho y no dejó de acariciarme todo el tiempo que estuve así. No sé si fueron minutos u horas, pero ella no paró de dibujar círculos en mi piel, por todo mi cuerpo. Poco a poco fui tranquilizándome, fui relajando los músculos y mitigando mis miedos con esas caricias que me vestían entera. Además, el calor de su cuerpo contagiaba al mío, y todo el frío de los demonios iba derritiéndose con los latidos que oía resonar en su pecho.

Sé que no durmió en toda la noche. Y lo sé porque cada vez que en sueños me atacaban los monstruos, se hacían grandes delante de mí y estaba a punto de caer de rodillas y dejar que me vencieran; ella me daba la mano desde fuera de mi sueño y mi subconsciente la materializaba inmediatamente en mi pesadilla. Me daba la mano y juntas podíamos con los monstruos.


 

Hizo eso cientos de veces aquella madrugada, sin apartar sus labios de mi frente, para que supiera volver a casa cuando quisiese despertar.

viernes, 2 de mayo de 2014

Soledades, despedidas y otras penas.

Fueron tus piernas,
a veces,
una continuación de mi camino.


Elvira Sastre


Hace cinco años que ya no estamos juntos. Estuvimos juntos once y llevo ocho sin vivir en nuestra ciudad. Nos conocimos en el instituto, típico. Estudiamos juntos fuera, pero volviendo siempre aquí a que nos acunaran los veranos y demás vacaciones. Después nos fuimos más lejos, a probar suerte. Estuvimos en todas partes, lo hicimos todo. Vivimos una vida entera en el tiempo que estuvimos juntos. Pasamos por todo lo que la vida tiene para dar: atravesamos de la mano los problemas, los miedos, las ausencias, las pérdidas, las alegrías, las esperanzas, los sueños, los éxitos, los fracasos. 

A veces creo que lo único en esta vida que no hemos hecho juntos ha sido olvidarnos. No encuentro explicacion a que tanto tiempo después, sabiendo que ya no vive allí, que está lejos, que no me necesita. Que no son las cuatro de la mañana de un viernes cualquiera ni he recibido un mensaje en el que me dice que sus padres se han ido y está sola; y sin que me haya llamado llorando por una pesadilla ni yo me haya escapado de casa de mis padres, voy conduciendo. A cualquier parte, a ninguna. Al cine, a hacer la compra, a recoger a los críos de mi hermana. Sigo haciendo mal la rotonda y acabando en su calle.  Sigo aparcando en la acera de enfrente. 

Y después de llevar quince minutos mirando al portal de su casa me doy cuenta de que no vengo a recogerla. De que no va a salir desabrochándose los primeros botones de la camisa, ni mirándose en el reflejo del móvil para comprobar que sigue siendo la chica más guapa de todas las ciudades que pisa.



Y primero me siento el hombre más gilipollas del universo.
Y después el ser más solitario del mundo sin ti.

domingo, 20 de abril de 2014

My only summer

I was in the winter of my life 
and the men I met along the road were my only summer.
                                                               Lana del Rey 

Estaba en el invierno de mi vida. Estuve. Aún parece que volveré a veces. Creía que no habría salida. Que no saldría el sol nunca más para mí. Que el invierno se colaría en mis huesos y los rompería desde dentro. Lloré mi alma muchas noches, hice mucho daño con mi dolor, arranqué plumas a los pájaros de mi cabeza, como si dejar de soñar y aceptar la realidad fuese la cura. Huí en círculos, fruncí el ceño, guardé rabia debajo de la almohada.

Ahora, que siento la primavera soplándome los poros, despeinándome el pelo y revolviéndome las plumas sonrío porque veo el verano. El verano en mi vida con la alegría de quien divisa tierra firme y sabe que pronto el invierno quedará un hemisferio atrás. Y solo ahora soy capaz de verlo. Tuve ráfagas de verano en el invierno de mi vida. Tuve sonrisas solo para mí en días grises y no sé si supe verlas. Tuve a la chica de los rizos de oro esperándome al otro lado de la montaña y cruzándola solo para estar conmigo. Tuve tardes de cantigas y pavanas, de hombretones haciéndome sonreír aunque quisiera llorar. Tuve tardes de té, tuve madrugones con la chica más buena del mundo consolándome y apaciguándome las ideas. Tuve reencuentros con esas personas que no noto que se van porque siempre creo que están conmigo. Tuve días en los que la universidad no parecía tan fría, días en los que Madrid me dejó ser libre sin relojes y días en los que me puso los dientes largos para luego hacerme volver a casa sola. Tuve tardes de evasión en nuestra iglesia, viernes de teatro, findes de Shout y mimos. Sábados de frustraciones y domingos de reconciliación. Tuve miedo, guardé esperanza.

Lo tuve todo, como todos, pero no como lo quería. 



Pero es primavera y llevo un invierno de escarbar semilleros. De coger todas las cosas que merecen la pena y cultivarlas. De idealizar mis sueños y de trabajar muy duro para conseguirlos. Gracias por ser mi único verano. No voy a volver al invierno de mi vida.

lunes, 24 de marzo de 2014

Pájaros en el corazón

Crecieron flores que llevaban tu nombre en mi pecho, y en vez de arrancar los pétalos, empezaste a regarlos. Entendiste rápido aquello de querer sin aprisionar, de esperar sin exigir, de amar dejando ser. 
Quizás por eso encajamos. Porque yo tengo complejo de pájaro y tú, que tal vez temes las huidas, has comprendido que siempre vuelvo a ti. Tal vez tú, que has mirado a mis demonios a la cara y les has guiñado un ojo mientras me abrazabas, tú y solo tú, eres capaz de comprender cómo se quieren las golondrinas.

Ahora me toca a mí ser un pájaro valiente. Dar un paso más y aprender a quererte mejor, que bastantes golpes han caído en este año de tormenta. Ahora me toca a mí enseñarte la dulzura que durante tanto tiempo has intuido sin poder llegar a verla. Demostrarte que no seremos más pájaros apaleados por muy fuerte que sople el viento.

No podría pedirte que comprendieras lo que es ser un pájaro y soñar con ser aire si no te dejase volar. Así que vuela, siente, ríe y vive. Yo te espero donde siempre, en cualquier punto que lleve nuestro nombre. Hay millones de suspiros vagando por esta ciudad. Vuela y vuelve cuando se aproxime tu invierno, quiero ser tu verano cada vez que lo necesites. 

Vuela y vuelve a darme la mano. Crece, crece mucho, que así crecemos nosotras. Vuela, que yo pintaré constelaciones para que te acunen todas las noches. No dejemos que los miedos nos enjaulen, que vuele contigo el amor, libre, sincero, puro y limpio. Que se esfume el polvo de tus alas, que se limpien tus pulmones, que el viento despeine tu cara. Y que ese dolor de muñecas se convierta en solo un recuerdo lejano y ausente; en una marca de que fuimos cuando era tan difícil serlo. 

Escríbeme y añórame si así lo sientes, pero con la nostalgia con la que se añoran las noches de verano, no con la tristeza que ahoga corazones.  Añora nuestras plumas agitándose al mismo tiempo, pero no estés triste si no es para entender la belleza de la tristeza pura. 



Y recuerda siempre que estoy contigo. Estoy contigo en cada rayo de sol, en la brisa, en el agua que roce tu cuerpo. 
Estoy contigo, mírate el pecho. También brotaron ahí flores con mi nombre. 

lunes, 10 de marzo de 2014

Sunshine

Me miras. Me miras mientras maquinas cómo hacerme rabiar y tienes seis años y la sonrisa pícara, y vuelven a crecerte dientes de león en las pestañas. Me miras, sonríes, alineas los labios a la izquierda y se te llenan los pómulos de sonrisas que se apelotonan por salir. Te bailan los rizos y yo solo puedo pensar en colocarlos uno a uno en tu pelo desordenado.

Me acaricias, recorres mi cuerpo como si lo pintaras. Como si trazases sueños con la punta de tus dedos y frunces el ceño mientras yo me río, porque tu semblante se concentra en cada línea de mi cuerpo que quiere recorrer. Tienes diecinueve años y los ojos más bonitos del mundo -no por el color, sino por cómo me miran-.

Me besas. Me acurruco en el hueco de tus brazos. Me instalo en mi ático con vistas a tu playa en el espacio entre tu cuello y tu hombro. Y volvemos a ser nosotras. Un domingo cualquiera. Y vuelve a salir el sol, después de tanto tiempo. Vuelve a oler a verano y a colarse el sol por mi ventana. Vuelves a ser tú, robándome los muñecos de mi cama y revolviéndome las sábanas. Vuelves a ser tú haciéndome rabiar y vuelvo a ser yo quejándome mientras me haces cosquillas, odiándote por no poder dejar de reírme y amándote porque insistes siempre hasta que lo hago.

Vuelve a ser un día cualquiera, volvemos a guardar sueños debajo de los dedos para soñar cada vez que nos rozamos. Y lo hacemos, porque guardas mi futuro debajo de tu almohada, así que lo respiras todas las noches.


Sonríes tú, bosteza el sol y yo recuerdo. Sigo creyendo que es verdad: vivir así contigo sería como si todos los días fuesen vacaciones.

domingo, 16 de febrero de 2014

Distancia

Escucho tu silencio.
                    Oigo
constelaciones: existes.
                        Creo en ti.
                                    Eres.
                                          Me basta.

Ángel González

Distancia son los 90 km que nos separan cada noche. El dormir en una ciudad distinta, otra comunidad autónoma. Distancia son los fines de semana sin tu voz en mi oído, sin los abrazos en el coche. Distancia es no saber cuándo será el día más pronto para verte. Distancia es una hora y cuarto de autobús para dar un paseo contigo.

Pero no es verdad. Distancia no es no verte entre semana. Distancia no es hablar por teléfono. Distancia no es echarte de menos en todos los segundos pares. Distancia no es cerrar los ojos y ver los tuyos. Distancia no es que mis manos echen de menos tus rizos. No es distancia sentirte conmigo aunque no estés. No es distancia soñar despierta con mi cabeza reposando en tu pecho desnudo. Distancia no es que suene en mi cabeza cada dos por cuatro 'wish you were here'. Distancia no es no querer salir un domingo si no es a por un té de frutas contigo. Distancia no es odiar toda boca de metro que no traiga la tuya a la mía. Distancia no es ver películas en línea espacio-tiempo no coincidente, ni pasar tiempo así contigo. Distancia no es cuando vuelan las horas hablando. Distancia no es que se me enfríe el café por escribirte. Distancia no es dejar un libro por leerte a ti.

Distancia, mi vida, no es lo que siento entre nosotras aunque no estés conmigo. Distancia es lo último que siento cuando tus palabras ''hacen que bajen los latidos del corazón a la entrepierna''. Distancia es lo único que no me hace llorar de todas las cosas tristes por las que lloro; el echarte de menos no entiende de kilómetros. Me daría lo mismo tenerte esperando en la puerta de mi casa si no puedo salir a abrazarte. La distancia no duele, solo podría dolerme la ausencia, y esa, por todo lo anterior, no echa raíces entre nosotras.



No, distancia no es eso. Pero una bofetada de distancia es, por ejemplo, estar un sábado por la noche intentando bailar y que a un golpe de cabeza alguien lleve tu perfume.
Y huela a tu cuello
y yo maldiga,
porque no sepa
dónde agarrarme.

lunes, 10 de febrero de 2014

Pájaros

...quiere ser golondrina, quiere ser mariposa...

Volar. Cómo no mirar al cielo y soñar con ser un pájaro, con llegar a cualquier parte tan solo abriendo las alas. Revolotear entre los sueños que agita la poesía y hacer cosquillas a tus poros con las plumas. Construir un nido. Salir volando cada vez que lo necesitemos.
Siempre creí que ser pájaro era la huida. Que las golondrinas de Bécquer se fueron a ser felices, dejándonos solos aquí, añorando ser pájaro sin poder jamás serlo; como una cadena perpetua con brazos por cadenas, en lugar de alas.

Siempre pensé en una casa con una jaula abierta colgada del techo. Y pájaros de cartulina negra volando en mi pared.
Sigo creyendo en la libertad y sigo odiando las jaulas. Me deshago en lágrimas cuando me siento entre barrotes y me deshago en estruendos cuando me despeina el viento. Sigo creyendo en la libertad y contigo he aprendido una nueva forma de ser libre.

Cómo no quererte si me vuelves pájaro. Si tienes ojos de cielo y yo vivo en las nubes desde que me miras. Cómo no reír si vuelo cuando me rozas, si revoloteo entre sueños cada vez que me robas el beso de la comisura que nace cada vez que sonríes. Cómo no ser golondrina cuando me envuelves y me acaricias las alas por la noche, cuando me apartas el pelo y yo me cuelgo de los rizos que caen sobre tu frente.


¿Por qué conformarse con mirar el atardecer si puedes salir volando hacia el sol que muere.
Creo que voy a dejar de pedirte que te cases conmigo y voy a inventar otra pregunta. ¿Quieres ser pájaro y que volemos juntas?

domingo, 12 de enero de 2014

All my dreams and all the lights...


...mean nothing without you...



Sueños, no sabéis las ganas que tengo de cumpliros.
Guardo tantas esperanzas acurrucadas en el pecho que a veces toso cuando se me descolocan. A veces, vuelcan cuando tropiezo con mis botas de cuadros, y me regañan desde dentro, porque están tranquilos durmiendo. Otras veces, siento un calor reconfortante, cuando el que más prisa lleva se despierta y me pregunta por cuándo podré dormir contigo. Por cuándo podrá madrugar un poco menos -no le gusta nada el número seis en el despertador- y por cuándo va a dejar de dar cabezazos en un autobús que, como una marea cansada y cansina, me acerca mis sueños, me los presenta en forma de espuma y se los lleva como una ola volviendo al mar.
El más romántico me habla todas las noches desde una arteria con vistas a un piso de estudiantes que se muere por que lo llamen hogar. Me habla de ti, como si pudiera decirme algo que no supiera. Y a veces me sorprende, en cualquier momento, suspirando porque no estoy contigo. El más aventurero me cuenta historias de piratas, y se va de charla en las clases de Gramática con el romántico y juntos me hablan de Praga, de Venecia y del mar.

Algunos ratos, se despiertan llorando, y me despiertan las lágrimas. Algunas veces los asustan los demonios que picotean mis muñecas. Y yo lloro, también, porque me parecen lejanos, tristes y ausentes. Algunos días los demonios del cansancio me frustran, y yo miro a mis pequeños y dejo caer los párpados. Hasta que viene el más valiente de todos, y me susurra al oído que lo intente una vez más. Y enseguida se ponen contentos. Y se acerca el romántico y me habla de tus ojos, y era verdad que no podía contarme nada nuevo, pero yo los pienso y se me pasa. Me habla aventurero de Venecia y del verano y mi piel clama sol desde lo más profundo de mis poros. Allí viene el más pícaro a preguntar por tus piernas, el más estudioso a recitarme poetas y a recordarme las novelas del XIX y el más caprichoso a hablarme de domingos de chocolate y té y de un perro bonito con el hocico arrugado.



Me gritan mil voces desde dentro, me resuenan ecos de sueños en los oídos. Y yo muero por sonreír en el metro a todas las personas grises, por pensar todo el día en los desayunos que me prepares, por no volver a dejar que el cansancio me ate una cadena en los tobillos y me haga agachar la cabeza.  Por correr con los pies descalzos en la Fuencisla cualquier tarde de verano, por estar horas dentro del Atlántico, por derretirme ante los focos de nuestra iglesia a finales de junio. Por cumplir años y por cumplirlos.