miércoles, 10 de marzo de 2021

Fuego en las manos

Je me perds dans tes yeux
Je me noie dans la vague de ton regard amoureux
Je ne veux que ton âme divaguant sur ma peau

Une fleur, une femme dans ton cœur  

Estás sentada en la hierba y tienes los ojos de un marrón que es casi rojo. Con la luz de la tarde se intensifica. Tienes los ojos rojos, de un color que se clava en las pupilas. Me obliga a mirar. Y a dejar de hacerlo, cuando me noto vulnerable. Cuando tengo miedo de que sepas leerme. Y de que no sepas hacerlo. 

Me pregunto cómo de evidente resulta mi propia mirada, mis propios gestos. Si al final todos ven lo que yo llevo tanto tiempo intentando no mirar. Si me miras y atisbas si quiera todas las cosas que se callan porque no hace falta decir.

Como el fuego. El fuego no se debe explicar con palabras. No podría hacerlo. No podría decirte que si me rozas siento cómo mi cuerpo se tensa y electrifica, se pone alerta. Cómo mi piel se eriza y algo en mi interior da órdenes para que un cosquilleo recorra toda la superficie de mi piel que abarca tu contacto. No puedo decirte que, si me abrazas, mi cuerpo intenta amoldarse al tuyo. Busca cómo encajar mi peso en el tuyo, cómo unir la curva de mi pecho a la tuya, cómo colocar los brazos a tu alrededor para envolverte mejor.

Y después de abrazarte no te miro. No te puedo mirar. Porque si estuvieras atenta, si quisieras dejar de lado todas esas voces -que a veces también son mi propia voz- que dicen lo contrario, que siembran dudas, que te quieren alejar; verías también ese cambio en mis ojos, que no son rojos, y que se vuelven aún más oscuros después de ti.

Si en vez de escuchar leyeses con los ojos, tocases con las manos, sintieras el crepitar del fuego encendiéndose bajo la piel, sabrías, sin tener que decirlo, todas las cosas que no pueden decirse. Sabrías, sin que tuviera que decírtelas, todas las cosas que no puedo decir y que, sin embargo, aquí están. Arremolinándose en mis manos como el calor en las mejillas si haces que me ría. 

Hay muchas cosas que no puedo decirte. Porque ya te las dije una vez y después quise borrarlas. Porque solo pude pensarlas y todavía estoy intentando descifrar qué querían decir en mi cabeza. Porque algunas me las dijiste tú y las busco y las releo y las revivo y me las imagino con tu voz y me las repito en muchos momentos. Y no siempre en momentos tristes. Ni siempre en momentos alegres. Y no sé cuál de las dos cosas es más peligrosa ni me asusta más.

Hay muchas cosas que no puedo decirte ahora. Porque no serían puras -no me malinterpretes, puras desde luego no serían-. Pero no serían sagradas para mí en la medida en la que es necesario para sembrar el amor. Si algún día te las digo, no pueden estar enredadas en el engaño ni en la mentira. Ni en el dolor que causamos a otros.

Si algún día te las digo, tienen que ser libres y azules como las llamas. Y arder.



Lo único que te puedo decir es que, si alguna vez tú también sentiste el fuego, si sentiste el magma corriendo por tus venas, las chispas eléctricas al rozar mis muñecas; si sentiste el roce en tu mejilla como una caricia abrasadora, o algún cortocircuito en el corazón, que dejó de latir varios segundos al quedarte descolocada por algo, o el calor que lo envuelve todo trepar por tus piernas hasta lo más profundo de ti... No fuiste tú sola. Yo también lo estaba sintiendo.  

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