Después de los miles de días, las miles de horas, los minutos eternos, e incluso los días que no merecía la pena haber vivido. Esos días como hoy en los que nada tiene sentido, incluso después de esos días... Después de las ciudades, de besarnos en Praga, en Praga... Como si ahí no se escondiese toda la magia del mundo. Incluso después de todas esas ciudades, del mar, de la brisa. Después del sol, de la hierba de todos los parques que hicimos nuestros.
Después de todas las luces y las sombras, las tinieblas de las habitaciones que nos sirvieron de trinchera. Después de todas las camas que rompimos de metáforas, de ilusiones y de promesas que algún día cumpliremos.
Después de todos los planes, todos los después de ti solo habrá vacío. Todos los futuros que no hemos hecho presentes, todos los viajes que aún no hemos trazado.
Después de todos los besos, las lágrimas, las carcajadas. Después de las caídas de párpados, las caricias, las conversaciones sin final ni horas. Los paseos, los abrazos, las borracheras y los baños. Las miradas de madrugada, donde no había nada que decir pero quedaba todo dicho.
Después de la vida, que soñé, que sueño.
Después de ti. O durante.
Después de todo eso aún no sé por qué duele tanto este asunto. Por qué en un instante nos creemos dioses. Ajenos, lejanos, invencibles. Y en un golpe de vista, en lo que tarda un semáforo en cambiar de color. Las mariposas del estómago parecen querer devorar nuestras entrañas. A picotazos infectados de un veneno...
...que, oh, sorpresa,
es el antídoto también.
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