miércoles, 11 de septiembre de 2013

Bovarisme.

La conocí una noche de verano, sentada en una terraza. Soplaba una ligera brisa en aquella ciudad de costa. Estaba sola, y me fijé en ella al verla de espaldas con una chaqueta demasiado gruesa para una noche de julio. Me senté en la mesa de al lado y la miraba de reojo mientras tomaba un helado. Ella tenía un café entre las manos, agarraba la taza con un ademán invernal, como si tuviese las manos frías, y movía los pies agitando su vestido, en un gesto inquieto, pero inconsciente. Tenía los ojos tristes y la mirada perdida. Cogí mi tarrina -nunca me han gustado los cucuruchos- y pedí permiso para ocupar una silla en su mesa. Dijo que sí, taciturna, con una de esas sonrisas apresuradas que les salen a los que cruzan universos en milésimas de segundo. Me sentía con ganas de ser agradable, así que me esforcé en mantener una conversación. Ella, aunque siempre muy correcta, no me contestaba con gran elocuencia. Se limitaba a ser cordial, en lo que yo creía vislumbrar un gran intento por permanecer en esta realidad y no en la que estuviese cruzándosele por la mente. Acabó contándome muchas cosas en lo que duró su café y se derretía mi helado. Me contó lo que había estudiado, a qué se dedicaba. Me explicó que había ido a parar a una ciudad que recordaba de su juventud, donde había pasado varias vacaciones con algún amor lejano del que ya no podía evocar sus ojos. Me dijo sin mirarme que una vez se sentaron donde yo estaba ahora. Me habló de su vida, de sus sueños y de que ya no creía en ellos; que se dedicaba a viajar y a imaginar historias, que ni siquiera escribía.



Pero de toda su curiosa historia lo que más captó mi atención, y aún sigue erizándome los poros, fue cómo justificó su gruesa chaqueta aquella noche de julio. Decía que tenía un frío atrincherado en la espalda. Un frío de soledad que no se le iba nunca, y que le provocaba escalofríos cada vez que soplaba el viento. Así que en verano se abrigaba y en invierno huía. Cuando se le quedó frío el café,  se levantó y me dijo sonriendo:  ''Siempre tuve complejo de Madame Bovary'' a modo de disculpa y se fue, dejándome solo, y agitando el vestido mientras se alejaba.

3 comentarios:

  1. Hermoso :) Sigue escribiendo así.
    (No sé porqué, pero cuando en un texto se habla del café, es como que me gusta más, es una tontería, pero bueno...)

    Besos♥

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  2. Qué bonito escribes... y te diré casi lo mismo de Penguin: todo es mejor con helado ;)

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Venga, no te vayas así. Delira un poco :)