Un ruido sordo en una escala diminuta. El golpe suicida de una lágrima chocando contra una hoja de papel. La exhalación de impotencia que acompaña siempre a la falta de respiración. La angustia en el pecho del estallido que se compunge y metamorfosea en diamantes de sal.
Cloc.
Nunca encontré utilidad a la expresión esa que usan los de corazones acolchados y estoicos. Ese ''¿qué te pasa?'' con tono acuciante e incomprensión en sus ojos. Qué pasa. ¿Qué le pasa a alguien que llora? Qué clase de huracán asola su alma.
Cloc.
No lo sé. No ves que no sé por qué lloro. Que no entiendo nada. Que no me entiendo, ni pretendo que tú lo hagas. Que lloro porque se compungen en mi alma tropecientos mil sentimientos. Las mariposas suicidas que se aburren esperando a morir de nuevo en mi estómago vacío. La añoranza a todo aquello que jamás ha sucedido. La monotonía de un ritmo que no puedo seguir. Mi esfuerzo envalentonado que se da de bruces contra el suelo. La soledad, a fin de cuentas. Siempre la misma canción. Porque todos los que vienen se acaban yendo. Porque todas las personas que consiguen hacerme feliz se acaban marchando. Y porque siempre que se van, lo hacen sin la consciencia de llevarse nada mío, y yo aquí sabiendo que se lo llevan todo.
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Son como aquellas golondrinas de Bécquer. Pero esos que se llevan mi alma con todas las sonrisas que me sacaron, son las que no volverán.