Era una chica increíble, y digo era porque llegó un momento en el que no la volví a ver. He soñado con su historia cientos de veces. He añadido retales y retazos por doquier, he inventado cientos de finales: contingentes, necesarios, abstractos, irreales, imposibles... pero todos sumamente verosímiles si hablamos de ella... La primera vez que alguien mencionó su nombre -uno de tantos, que obviaré puesto que no alcanzan si quiera a arañar toda la complejidad de su persona- y esgrimió alguien en el aire cuatro palabras sobre ella, quedé absolutamente prendado.
Tal vez os preguntéis si la llegué a conocer... quién sabe. Tal vez entre mis imaginaciones se escondía su esencia, lo dudo, y por si os lo preguntabais también, no, ella nunca supo de mí. Pero no me entretendré con minucias, sigo con la señorita del pañuelo a rayas.
Recuerdo la mañana en la que la vi por primera vez. A las 1o en punto me dijeron. ''Siéntate en la terraza del café de la esquina, y mira la tienda que brilla.'' Llegué un poco antes y creo que lo más hermoso que he visto en mi vida fue aquella visión de brillantes resplandeciendo que quedaron cegados cuando ella se bajó del taxi.
Allí iba ella y allí le seguí yo. Todas las mañanas de su vida, con el abrigo rojo en invierno, con sus pantaloncitos amarillos en verano, pero siempre aquel curioso pañuelo a rayas. A mirar lo que fuera que brillaba, que parecía que le susurraba historias a través del cristal.
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Podríais decir que por qué nunca me atreví a presentarme. Bueno... diré a mi favor que lo intenté varias veces, aunque sin mucho éxito...
siempre me olvidaba las gafas de sol en casa.
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