Intenté imaginar un millón de sonrisas por cada surco en su rostro. Su mirada no cesaba, no era una inspección, no le importaba cómo fuera vestida ni mi apariencia, tan solo me miraba. Y yo no podía hacer más que sonreír, intentando jugar a ser la actriz que nunca fui.
El recuerdo de la última vez que nos habíamos visto se agolpó en mi mente, cómo ésta había aferrado mis muñecas como si temiese que fuera a desvanecerme. ¿Hace cuánto fue ya eso?
La estantería de su habitación estaba vacía, tan solo un frasco de cristal, que no sé si sigue guardando colonia destacaba. Entonces me escupió la soledad. Recorrió mi espinazo con el doble de fuerza que la noche anterior, cuando abandonándome a mí misma en un banco pasada la medianoche me obligué a quitarme la chaqueta para sentir algo más a parte de pena.
Recuerdo que me pregunté qué sentiría la mujer que no paraba de mirarme si yo estallaba en lágrimas sin preámbulo, allí mismo. Algo me llamó egoísta en mi cabeza, fue todo un alivio.
Y mientras volvía a casa de noche, una vez más, estreché con más fuerza el libro que llevaba entre mis brazos, odiándome por sentir aprecio por todo aquello que jamás podrá devolvérmelo.
Jamás supe que la abuela tenía los ojos azules. Y si alguna vez lo supe, lo había olvidado.
Entrada nº 100 de 2011<3