viernes, 20 de julio de 2018

A Pair of Blue Eyes

Ojalá tuviese yo sus ojos azules. Su pelo rubio. Su piel clara.

Tal vez, si tuviese yo también los ojos azules, el pelo rubio y la piel clara, tendría también el trabajo más bonito de la oficina. Se apilarían los libros en mi mesa. De tantos colores, en tantos idiomas... También llenaría yo mi mesa de dibujos, de fotos a color, de ilustraciones. Incluso, si tuviera también el pelo rubio, los ojos azules y la piel clara, podría ver mi reflejo en la ventana cuando me aburriese de teclear en mi máquina. Jugaría con mi pelo suave, suspiraría de aburrimiento, pensaría en llegar a casa.

Me quejaría de la montaña de trabajo que se acumula ante mis ojos, de la pila de libros que coge polvo junto a la ventana. Aunque tuviese el mejor trabajo de toda la planta. Me quejaría de los niños que hacen ruido y volvería a teclear con indiferencia. A revisar los manuscritos con desidia, a garabatear las pruebas de imprenta y a pensar en voz alta cómo traducir una frase muy sencilla. Pediría opinión a mis compañeras de oficina. Nos reiríamos. Todas me adorarían.

Quizás, si tuviera yo también los ojos azules, del color del mar donde iría de veraneo, a una costa extraña y de cuento que mi marido y yo aún no conociésemos, quizás, desde mi mesa en la oficina, apartaría mi trabajo -el más bonito de toda la planta-, descolgaría el teléfono y te llamaría. O llamarías tú, como le llama él a ella cuando está a punto de acabar su trabajo bonito y salir a que el sol de julio le aclare un poco más el pelo.

Entonces... no me distraigas, tú llamarías, resonaría tu voz cariñosa al otro lado del aparato. Te respondería mi voz cantarina. Me preguntarías cuánto me queda y dirías que, aunque me has visto esta mañana, ya estás deseando verme. Te diría que recojo este desastre de papeles que se ha hecho con mi mesa y salgo. Y mientras recojo mi millón de galeradas pendientes de revisar, podría comentar con mis compañeras nuestros planes para el resto de la tarde. Para el resto del verano. Para el resto de nuestras vidas tan radiantes como mi pelo.



Quizás, si tuviera el pelo rubio, los ojos azules, la piel clara... y no este pelo oscuro -impostado de varios tonos más claros-, estos ojos tristes y apagados, esta piel llena de sol. Quizás, solo quizás, además de todo eso, tú llamarías mientras estoy en mi mesa, que no da a la ventana, que no tiene dibujos, en la que no se apilan manuscritos... Bueno, pero tú llamarías, dirías que, aunque hace siglos que no me ves, todavía quieres verme. Y yo te diría que bajo ya mismo, que voy donde estés, que no tengo nada que recoger en mi mesa ni en mi vida para ir a buscarte. Pero tú nunca llamarías, ¿verdad? No. Creo que tú jamás llamarías.



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