Las estaciones se suceden. Siempre me tranquilizaron con que volvería el otoño, con que después del largo invierno nacería la primavera... pero nadie me explicó que nosotros no somos así, que nosotros no nos sucedemos; que nosotros somos sucedidos por otros nosotros que nada tienen que ver. Nadie dijo que las risas que brotaban mientras caían las hojas ya no serían las mismas al año siguiente. Nadie me avisó de que ya no seríamos los mismos en ningún aspecto, de que todos se irían y yo tendría que quedarme. Nadie me dijo que cambiaríamos, que el café ya no sabría igual y que las tardes ya no tendrían la misma luz. Que los corazones no tienen tarjeta de memoria. ¿Por qué nadie se atrevió a escupirme que estaría sola? Que me quedaría sentada viendo cómo los demás se alejan. Por qué nadie me explicó que la niñez servía para algo más a parte de intentar echarla hasta que ves que se va de verdad. Nadie dijo que algún día esos besos que sabían a té y a pasteles tendrían que tornarse fuego vivo. Que se tornarían pasiones incontrolables que acabarían consumiendo mi alma y mi cerebro. No hablamos nunca de la transición de crisálida a mariposa, sólo hablamos de la clase de mariposa que debemos de ser. Tal vez sea yo una hipócrita como otra cualquiera, hoy en día quién no lo es, después de todo. Tan empeñada siempre en la empatía y empecinada en el perspectivismo anafórico. Alma, nunca quise hacerte daño. Si fingí que podía con el mundo, me retracto. Vuelvo a casa, vuelvo al calor de las sábanas, al tacto de mi peluche. A la leche condensada. Vuelvo al seno de algo que nunca tuve.
Estoy abriendo de golpe la puerta que casi cierro tras de mí y metiéndome dentro, en el refugio imaginario de los sueños que nos da miedo cumplir. Estoy en mi crisálida a medio abrir, sabiendo que no hay vuelta de hoja que pueda cubrir este gusano -no sé si de seda o de alcanfor-.
Estoy en mi banco, en una tarde de otoño y estoy sola. Estoy cansada, triste, agobiada y con lágrimas en los ojos. El café está frío y nadie me espera en casa... Pero no voy a correr. No tengo prisa. No voy a coger ese tren a ninguna parte, esta vez voy a quedarme en tierra. Voy a ser Peter Pan, por mucho que le odie. No me voy a mover de aquí hasta que la ropa me quede pequeña y mis ideas no quepan en esta cabeza de huesos de azúcar.
Estoy en mi silla. Soy una metáfora, soy una ilusa, soy una ilusión.
miércoles, 26 de septiembre de 2012
jueves, 20 de septiembre de 2012
Jekyll & Hyde.
Es curioso esto de ser otra persona. U otro ente, si el término persona queda desvirtuado por el contexto.
No tienes más que partir tu alma. Es una partición sencilla. Separas por un lado la personalidad con la que te sientes a gusto. Esa de carácter loable, de grandes acciones y grandes discursos. Esa que bien pudiera ser admirada o idolatrada, tal vez incluso envidiada. Y esa será en la que te refugies de la segunda. La segunda será aquella que albergue todos esos deseos salvajes que aterrorizarían al mundo si los conociera. Y estás segura de ello porque has tenido que partir tu alma en dos por no soportar el peso de una carga demasiado pesada. Es fácil sobrellevarlas de este modo. Solo tienes que cargar con todas tus malas acciones a la personalidad segunda. Podrás satisfacer todos esas pasiones que te asustan a la luz del día. Salir de copas con los fantasmas que envuelven tu alma virginal por dentro amoratada. Beber de los cálices que están prohibidos a esas jóvenes, que como tú, tienen que guardar un pudor que resulta casi aburrido.
Deja el amor y la gloria para la personalidad de día, para aquella en la que confluyen los buenos espíritus. Esa que siempre tiene una sonrisa y que blande ideales libertarios con la hipocresía del horror que encierra en su vientre. Pero ante todo, ten cuidado. Transfunde tu negra sangre fría a la ingenuidad de tu cara limpia. Porque cuando a la luz del día afloren los demonios de actos envenenados de horror y muerte -del propio alma, más que de otra cosa-, solo ésta te salvará de no caer en el abismo real. Porque tú ya sabes de sobra que caerás eternamente en uno ficticio.
Y no te olvides de no asustarte cuando mires tu reflejo. Recuerda que sólo tú ves la mugre tras la máscara. Quién sabe, tal vez tengas suerte y confundas los demonios con sueños. Tal vez seas afortunada y consigas olvidar la línea entre el monstruo y la mujer en la que un día hubieras podido convertirte.
No tienes más que partir tu alma. Es una partición sencilla. Separas por un lado la personalidad con la que te sientes a gusto. Esa de carácter loable, de grandes acciones y grandes discursos. Esa que bien pudiera ser admirada o idolatrada, tal vez incluso envidiada. Y esa será en la que te refugies de la segunda. La segunda será aquella que albergue todos esos deseos salvajes que aterrorizarían al mundo si los conociera. Y estás segura de ello porque has tenido que partir tu alma en dos por no soportar el peso de una carga demasiado pesada. Es fácil sobrellevarlas de este modo. Solo tienes que cargar con todas tus malas acciones a la personalidad segunda. Podrás satisfacer todos esas pasiones que te asustan a la luz del día. Salir de copas con los fantasmas que envuelven tu alma virginal por dentro amoratada. Beber de los cálices que están prohibidos a esas jóvenes, que como tú, tienen que guardar un pudor que resulta casi aburrido.
Deja el amor y la gloria para la personalidad de día, para aquella en la que confluyen los buenos espíritus. Esa que siempre tiene una sonrisa y que blande ideales libertarios con la hipocresía del horror que encierra en su vientre. Pero ante todo, ten cuidado. Transfunde tu negra sangre fría a la ingenuidad de tu cara limpia. Porque cuando a la luz del día afloren los demonios de actos envenenados de horror y muerte -del propio alma, más que de otra cosa-, solo ésta te salvará de no caer en el abismo real. Porque tú ya sabes de sobra que caerás eternamente en uno ficticio.
Y no te olvides de no asustarte cuando mires tu reflejo. Recuerda que sólo tú ves la mugre tras la máscara. Quién sabe, tal vez tengas suerte y confundas los demonios con sueños. Tal vez seas afortunada y consigas olvidar la línea entre el monstruo y la mujer en la que un día hubieras podido convertirte.
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