Me veo huyendo de esta realidad virtual. De esta especie de simulación pactada, escapando de algo que no puedo evitar...
¿Qué se supone que soy yo? ¿La criatura de un Frankenstein borracho, un androide defectuoso, una copia con delirios de grandeza? Soy una proscrita, una prófuga de esta injusticia, un montón de cables y chatarra que salió mal. ¿Por qué tuve que ser yo entre tantos? ¿Por qué sólo yo, condenada a sentir cosas que no debería sentir. Que están mal. Que están prohibidas. Sólo yo, para no poder siquiera huír con alguien a algún rincón deshabitado de este infierno en la Tierra. Sola. Condenada. Con un montón de pájaros sin plumas en la cabeza y unas cuantas mariposas muertas en el estómago...
Qué sabrán ellos de ética y de moral. Ellos con su mierda de sentimientos artificiales, con sus emociones de garrafón y nuestra sangre de almidón. Qué sabrán ellos de mí y qué sabrán de sí mismos y de lo que hacen.
Ojalá hubiesen tenido más cuidado con su estúpida artesanía macabra. Ojalá hubiesen puesto más de sus vacías almas en sus juguetes de piel y electricidad. Ojalá no hubiesen equivocado los cables, colocado mal los engranajes..., ojalá... no se hubiesen dado cuenta...
Porque no soy más que un defecto de fábrica. Condenada a sentir anhelos que están prohibidos para mí. Que no están bien. Que son sólo fallos químicos de un sistema nervioso mal instalado. No dejaré que me destruyan. Y aunque sea sólo una absurda máquina, no creo que ninguno de esos mundanos que escriben sobre cosas que para nosotros están denegadas haya sabido nunca con tanta exactitud y certeza aquello de que el amor no es para mí.
Y gracias a que me dieron esta sátira de vida, yo acabaré con la suya.
martes, 24 de enero de 2012
martes, 17 de enero de 2012
Té con leche.
Nieva. Nieva en esta ciudad que nos vio reír hasta hacernos daño y llorar hasta purgar nuestras miserias.
Miro a través de la ventana y sólo siento frío. Y de repente me llega tu olor. Una oleada inunda mis fosas nasales. Atraviesa esta fría estancia y se clava directo en mi alma. Al principio tenue, pero que en cuanto lo identifico contigo se intensifica. Llevo rápido las manos a mi nariz, y aspiro cerrando los ojos mientras busco de dónde viene ese olor. Ese olor a té con leche del que está impregnada tu piel y del que, de vez en cuando, se contagia la mía.
Y creo vislumbrar notas de ese perfume vagando en el ambiente y deambulando entre mis brazos, aunque lo más probable es que tenga el olor tatuado en la memoria y en el corazón vacío, ese al que le gusta dar caladas de tu esencia.
Se desvanece esa sinfonía de fonemas de colores y se apaga mi alma un poco al volver a notar el frío.
Tan solo el frío que ahora se cuela por ese resquicio que queda separando mi calma impertérrita de esos copos que caen imitando al coco que espolvoreas en galletas, de esas que preparas cuando hace frío y te aburres. Y me río al pensar en lo burdo de mis comparaciones, mientras imagino esta prosa sin rima, que suspira por cuatro metáforas que se pegan por escribirte. Y me río del texto que te imagina y te añora tanto como esas hipérbolas estúpidas que dicen algo extraño de una asíntota y de ese maldito olor a té con leche que mi imaginación disparatada decidió atribuirte.
Y con la enajenación de los viejos que leen novelas de amor, me levanto a cerrar esa maldita ventana que no deja de darse golpes para que le haga caso.
Y ahí fuera estás tú. Con tu olor a té con leche bailando en el patio. En la ciudad en la que nieva, jugando a tatuar también tu olor de colores tibios en la nieve blanca. Y ríes, regalando tu perfume al aire, antes de desaparecer de nuevo.
Miro a través de la ventana y sólo siento frío. Y de repente me llega tu olor. Una oleada inunda mis fosas nasales. Atraviesa esta fría estancia y se clava directo en mi alma. Al principio tenue, pero que en cuanto lo identifico contigo se intensifica. Llevo rápido las manos a mi nariz, y aspiro cerrando los ojos mientras busco de dónde viene ese olor. Ese olor a té con leche del que está impregnada tu piel y del que, de vez en cuando, se contagia la mía.
Y creo vislumbrar notas de ese perfume vagando en el ambiente y deambulando entre mis brazos, aunque lo más probable es que tenga el olor tatuado en la memoria y en el corazón vacío, ese al que le gusta dar caladas de tu esencia.
Se desvanece esa sinfonía de fonemas de colores y se apaga mi alma un poco al volver a notar el frío.
Tan solo el frío que ahora se cuela por ese resquicio que queda separando mi calma impertérrita de esos copos que caen imitando al coco que espolvoreas en galletas, de esas que preparas cuando hace frío y te aburres. Y me río al pensar en lo burdo de mis comparaciones, mientras imagino esta prosa sin rima, que suspira por cuatro metáforas que se pegan por escribirte. Y me río del texto que te imagina y te añora tanto como esas hipérbolas estúpidas que dicen algo extraño de una asíntota y de ese maldito olor a té con leche que mi imaginación disparatada decidió atribuirte.
Y con la enajenación de los viejos que leen novelas de amor, me levanto a cerrar esa maldita ventana que no deja de darse golpes para que le haga caso.
Y ahí fuera estás tú. Con tu olor a té con leche bailando en el patio. En la ciudad en la que nieva, jugando a tatuar también tu olor de colores tibios en la nieve blanca. Y ríes, regalando tu perfume al aire, antes de desaparecer de nuevo.
sábado, 14 de enero de 2012
Esa sensación extraña...
No le salieron las palabras al despertador después de haberse quedado dormido, por eso prefirió seguir callado, sin molestar mucho, lo que hizo que ella tuviera que levantarse de un salto de la cama y salir corriendo de casa sin darle tiempo siquiera a peinarse.
El café que tomó de camino al trabajo era el mismo, sus botas las de siempre, la calle estaba tal cual la había visto la mañana anterior, y sin embargo, todo era diferente.
Pasó toda la mañana con una sensación extraña revoloteando en su cabeza. Con una desorientación atípica, con un vértigo exagerado.
No habló con nadie. Cuando llegó, todo el mundo estaba ya sentado, ocupándose de sus asuntos. Miró su reloj para cerciorarse de que no había llegado tan tarde, y en realidad aún faltaban cinco minutos para las siete y media.
Cuando terminó su trabajo volvió a irse, y siguió sin hablar con nadie. Anochecía en la calle, todo estaba igual y todo era distinto. Incluso la luz del crepúsculo se presentaba lejana y extraña. Aun así no se detuvo. Siguió andando. Cogió el autobús y allí no vio a su compañero, por lo que subió sola y se puso a divagar sobre los motivos por los que éste no habría cogido el autobús aquel día.
Mientras volvía a casa no vio a nadie por la calle. Su casa estaba vacía y ni siquiera el gato atigrado salió a recibirla. Acabó por quedarse dormida en el sofá leyendo poesía de Lorca.
Nunca supo qué pasó aquel día. Tal vez se equivocó de hora, de día, de año, de siglo... o de vida.
El café que tomó de camino al trabajo era el mismo, sus botas las de siempre, la calle estaba tal cual la había visto la mañana anterior, y sin embargo, todo era diferente.
Pasó toda la mañana con una sensación extraña revoloteando en su cabeza. Con una desorientación atípica, con un vértigo exagerado.
No habló con nadie. Cuando llegó, todo el mundo estaba ya sentado, ocupándose de sus asuntos. Miró su reloj para cerciorarse de que no había llegado tan tarde, y en realidad aún faltaban cinco minutos para las siete y media.
Cuando terminó su trabajo volvió a irse, y siguió sin hablar con nadie. Anochecía en la calle, todo estaba igual y todo era distinto. Incluso la luz del crepúsculo se presentaba lejana y extraña. Aun así no se detuvo. Siguió andando. Cogió el autobús y allí no vio a su compañero, por lo que subió sola y se puso a divagar sobre los motivos por los que éste no habría cogido el autobús aquel día.
Mientras volvía a casa no vio a nadie por la calle. Su casa estaba vacía y ni siquiera el gato atigrado salió a recibirla. Acabó por quedarse dormida en el sofá leyendo poesía de Lorca.
Nunca supo qué pasó aquel día. Tal vez se equivocó de hora, de día, de año, de siglo... o de vida.
jueves, 5 de enero de 2012
Delirios miméticos.
Ella fue la única que consiguió decir en voz baja todo aquello que otros solo saben decir gritando.
Con cada palabra que decía remendaba los agujeros que un día yo infringí en su alma a la vez que abría con puntadas la mía. Me soltó todo aquello que nadie fue capaz de decirme.
Me recordó que la vida era otra cosa. Que yo era uno de esos amantes cobardes que temen a los amores imposibles de los que siempre renegué.
Sin necesidad de un espejo, me hizo ver que la hipocresía que tanto decía odiar, también se encontraba entre los pliegues de mi ropa, de mi piel. Yo no la creí. Al menos intenté no creerla.
Pero bien sabe ese dios al que aborrezco que tenía razón. Que yo no era más que otro fraude... y ella, bueno..., ni se molestó en decirme qué era ella en todo esto.
-Algún día escribirás esto.- le dijo el hada al caballero poeta, a lo que éste ni siquiera se dignó a contestar. -Algún día cuando aprendas que esas palabras vacías que escribes significan algo aunque tú no lo sepas.
Con cada palabra que decía remendaba los agujeros que un día yo infringí en su alma a la vez que abría con puntadas la mía. Me soltó todo aquello que nadie fue capaz de decirme.
Me recordó que la vida era otra cosa. Que yo era uno de esos amantes cobardes que temen a los amores imposibles de los que siempre renegué.
Sin necesidad de un espejo, me hizo ver que la hipocresía que tanto decía odiar, también se encontraba entre los pliegues de mi ropa, de mi piel. Yo no la creí. Al menos intenté no creerla.
Pero bien sabe ese dios al que aborrezco que tenía razón. Que yo no era más que otro fraude... y ella, bueno..., ni se molestó en decirme qué era ella en todo esto.
-Algún día escribirás esto.- le dijo el hada al caballero poeta, a lo que éste ni siquiera se dignó a contestar. -Algún día cuando aprendas que esas palabras vacías que escribes significan algo aunque tú no lo sepas.
lunes, 2 de enero de 2012
Inés, siempre Inés.
Anoche volví a soñar, por primera vez en mucho tiempo...
Y soñé con ella.
Soñé su sonrisa, soñé sus ojos tristes, soñé en abstracto. Soñé que me esperaba, soñé que lloraba por no encontrarme...
Soñé que peinaba sus cabellos de oro apagado en lo alto de una de esas torres envidiosas que siempre se precian de ser las más altas. Y soñé que leía y leía. Que me imaginaba entre sus historias. Que de retales tejía mi alma. Cuarteada, hastiada, gastada.
Soñé que no sabía mi nombre, que desconocía mi rostro, que sólo podía amar al viento en mi lugar.Y me miraba desármandome, por no comprender qué decía, y se reía sin más, porque yo no la entendía. Soñé que ella me soñaba, y fue lo más bello que he soñado y soñaré en mi vida. Empapé mi almohada con sus lágrimas, y rió carcajadas en mi almohada el trinar de su risa. Inés dijo que se llamaba. Siempre Inés.
Inés con su calma, con su mirada cansada, con su voz que no sé de qué me habla. Con su ciencia y sus hilos, con sus caricias al alba. Perdida en las estrellas o en las pequeñeces de la nada. Y ella es así, siempre Inés, mi Inés.
Si no consigo verte esta noche o si vuelvo a soñar contigo pero no me salen las palabras, espero que el cielo estrellado te diga que te sigo buscando.
Que pase lo que pase, yo te sigo buscando.
Y soñé con ella.
Soñé su sonrisa, soñé sus ojos tristes, soñé en abstracto. Soñé que me esperaba, soñé que lloraba por no encontrarme...
Soñé que peinaba sus cabellos de oro apagado en lo alto de una de esas torres envidiosas que siempre se precian de ser las más altas. Y soñé que leía y leía. Que me imaginaba entre sus historias. Que de retales tejía mi alma. Cuarteada, hastiada, gastada.
Soñé que no sabía mi nombre, que desconocía mi rostro, que sólo podía amar al viento en mi lugar.Y me miraba desármandome, por no comprender qué decía, y se reía sin más, porque yo no la entendía. Soñé que ella me soñaba, y fue lo más bello que he soñado y soñaré en mi vida. Empapé mi almohada con sus lágrimas, y rió carcajadas en mi almohada el trinar de su risa. Inés dijo que se llamaba. Siempre Inés.
Inés con su calma, con su mirada cansada, con su voz que no sé de qué me habla. Con su ciencia y sus hilos, con sus caricias al alba. Perdida en las estrellas o en las pequeñeces de la nada. Y ella es así, siempre Inés, mi Inés.
Si no consigo verte esta noche o si vuelvo a soñar contigo pero no me salen las palabras, espero que el cielo estrellado te diga que te sigo buscando.
Que pase lo que pase, yo te sigo buscando.
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