domingo, 9 de octubre de 2011

Sólo dejé Pulp Fiction.

Busqué una forma de arañarla. De acabar con toda aquella hipocresía mimética...

Escupí su vanidad y banalicé todos sus cuentos. Pisoteé todas sus frases y me reí de su estoicismo de burdel disfrazado de convento. Y allí donde los cigarrillos cantaban y las vírgenes lloraban, pateé, pateé con todas mis fuerzas la belleza que escondía su cara.

Desfiguré con artimañas la vieja curva de su rostro y aplasté con ganas a aquel caracol trastornado que tuvo la suerte de cruzarse en mi camino. Quemé todos sus libros excepto uno, plagado de erratas. Y de su lista de películas, sólo dejé Pulp Fiction, para que pudiese darle un ataque al corazón al menos tres veces al día.

Insulté a su vecina y di una patada a su gato.

Y cuando creía haberle hecho bastante daño, cuando el cloroformo y la glicerina me parecieron innecesarios, rompí el espejo para que no pudiera verse,

verme...


vernos.





Lo peor de todo fue que no me sentí mal al hacerlo. Esperaba al menos una punzada o dos.

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