miércoles, 23 de julio de 2014

If you call for me, you know I'll run.

Verte aparecer fue la tregua a un invierno anacrónico. El alto al fuego en una guerra de sábanas frías y mejillas tibias. Buscarte entre el tumulto y notar de pronto tus labios rozando los míos fue cruzar un hemisferio, sentirse en casa a dos mil kilómetros de una ciudad bañada en un filtro en blanco y negro desde que no la pintan tu risa y tus ojos. Surgiste de entre la gente como una leona que siempre sabe qué hacer en medio de una estampida. Me envolviste como se envuelven los tesoros, como se envuelven los amantes en las novelas de Isabel Allende, como se abrazan los marineros a sus mujeres cuando pisan tierra firme. Porque ahí estaba yo, desembarcando en Ítaca después de un periplo que parecía no tener fin.

 Sentir tus brazos fue volver a una playa oculta al resto de los mortales.

Respirarte fue como cambiar de atmósfera, como coger aire al salir del agua. Darte la mano fue completar una pieza de un rompecabezas multiposicional, en el que, hagamos lo que hagamos, todos nuestros vértices encajan.

Verte sin luz fue como pasear de tu mano por el Prado y multiplicarlo por cien. Como tocar todos los cachivaches de una tienda de artilugios. Como abrir los ojos después de una siesta de mil horas, como viajar  dormida y despertarte llegando al destino. Sentir el contorno de tu cuerpo fue como recorrer con los ojos cerrados las esquinas de mi casa, como acariciar algo en braille y entenderlo como arte moderno; como ver una película en checo y marcar puntos y comas al dictado de tu respiración.

Despertarme y no despertarte, por primera vez, ver cómo caían tus rizos sobre la frente y se te encendían los pómulos fue como leer cualquier novela del realismo mágico. Como sentir el mismo desconcierto de creer tu existencia y sin tropezar con todos los espejismos que usa el arte. Creer que de verdad estabas soñando y maldiciéndome por no dejarte dormir. Como si alguien pudiese asustarse de tu pelo enfurruñado cuando aún no has abierto los ojos.



Estar contigo fue como leer poesía. Como hacerla. Como soñarla. Como despertar y que siguiese ahí.
Y repetirla sin cansarse. Como si hubiese encontrado el ritmo, la estrofa, el verso, que no me importaría usar en todos los poemas que escribiera en esta vida.