Sentir tus brazos fue volver a una playa oculta al resto de los mortales.
Respirarte fue como cambiar de atmósfera, como coger aire al salir del agua. Darte la mano fue completar una pieza de un rompecabezas multiposicional, en el que, hagamos lo que hagamos, todos nuestros vértices encajan.
Verte sin luz fue como pasear de tu mano por el Prado y multiplicarlo por cien. Como tocar todos los cachivaches de una tienda de artilugios. Como abrir los ojos después de una siesta de mil horas, como viajar dormida y despertarte llegando al destino. Sentir el contorno de tu cuerpo fue como recorrer con los ojos cerrados las esquinas de mi casa, como acariciar algo en braille y entenderlo como arte moderno; como ver una película en checo y marcar puntos y comas al dictado de tu respiración.
Despertarme y no despertarte, por primera vez, ver cómo caían tus rizos sobre la frente y se te encendían los pómulos fue como leer cualquier novela del realismo mágico. Como sentir el mismo desconcierto de creer tu existencia y sin tropezar con todos los espejismos que usa el arte. Creer que de verdad estabas soñando y maldiciéndome por no dejarte dormir. Como si alguien pudiese asustarse de tu pelo enfurruñado cuando aún no has abierto los ojos.
Estar contigo fue como leer poesía. Como hacerla. Como soñarla. Como despertar y que siguiese ahí.
Y repetirla sin cansarse. Como si hubiese encontrado el ritmo, la estrofa, el verso, que no me importaría usar en todos los poemas que escribiera en esta vida.