El eco de unos zapatos inunda la calle. Camina de noche por una avenida cualquiera, en alguna ciudad de Europa muy lejos de ésta. Me gusta hablar de Praga, por las conversaciones de antaño. Pero no la conozco, así que podemos dejarlo en París, que siempre tiene su encanto. Montmartre, si quieres. Yo me perdería por Montmartre, si estuviera en París, y como supongo que quien anda soy yo, tendrá que ser allí.
Entonces resuena el eco de los zapatos en una calle de Montmartre, hemos quedado. Y se exaspera ante la idea de subir más escaleras hasta llegar a donde quiera que vaya en el barrio más alto de París. Y también ante el recuerdo de Segovia a través del empedrado subalterno en el que, al igual que pasa siempre aquí, se quedan encajados los tacones de los zapatos. Algunas cosas nunca cambian, supongo. Pero ella es el río de Heráclito, y a los dos minutos la roca impertérrita a la que no logra arrastrar la corriente.
Cuando eres el río te toca cambiar. Sí, y cambias. Cambia tu aspecto. Seguramente sea lo primero que cambie. No se come bien en Francia, no sabe a casa. Cambian tus horarios, tus planes, tu ritmo.
Cuando eres piedra cambia lo que te rodea. Cambian los que te rodean, cambia tu tiempo, cambia tu espacio.
Lo que aún no se han movido son los recuerdos. Ni un poquito. Solía pensar que la comezón en el pecho y el mal sabor de boca desaparecerían en cuanto subiera al avión. Que la literatura francesa, Rimbaud o Baudelaire, le harían olvidar. No contó con ser el río. Los libros nunca serían los mismos si cambiabas desde dónde los leías. No la culpo, quiero decir, no me culpo. Por querer salir de la miseria. Por esperar un poco más del mundo. Por querer dejar el vicio a las lágrimas engarzadas entre las fibras de la ropa.
Cuando eres idiota piensas en antes. Si eres yo, estás obligada a hacerlo. Es una proposicón lógica muy simple. Y tienes que usar el pretérito imperfecto. Es una cuestión de estilo. Técnicas literarias, ya sabes. De los que creen que saben algo. Sitúa al lector en un pasado remoto y transporta los sentimientos lejanos al presente atemporal en el que se ubica la historia. Chorradas, sin duda. El caso es que en la estúpida noche de París los recuerdos no se marchan. Bailan al son de los zapatos que intentan pisotearlos sin éxito. Te quise. Supongo que aún puedo hacerlo. Pero también me quise, aunque fuera un poco menos.
Solía pensar que la noche era nuestra. Ahora sé que la noche es neutra. Y que nuestra es solo la culpa.