Nunca soportó no sentirse querida. No sentirse necesitada. Jamás soportó que las personas a las que realmente quería pudieran vivir sin ella. Así que un día se fue. Y renunció a volver... excepto en Navidad.
Ese era su plan secreto. Faltar todo un año, para que a la gente de donde volvía les diera tiempo a echarla de menos. A darse cuenta de que no estaba. Para ser feliz y sonreír con la imagen de alguien esperándola en un aeropuerto al otro lado del océano. Y, en realidad, era la única manera que tenía de seguir adelante.
Así que llegaba todos los años, con una maleta con apenas ropa y un montón de regalos. Se encontraba con la gente, recordaba cosas, momentos... y después se marchaba. Antes de que acabaran las vacaciones. Sintiéndose algo más querida.
Y preguntándose si también habría reencuentro al regreso a su lugar de huida o si tendría que quedarse más tiempo en el refugio navideño.