I know you were way too bright for me.
You're so golden
I'm out of my head
And I know you're scared
Because hearts get broken
I know you were way too bright for me.
You're so golden
I'm out of my head
And I know you're scared
Because hearts get broken
¿Alguna vez has dejado una casa? Yo he dejado ya varias. Es un proceso lento y agotador. Y, según vas vaciando todo, te asola el vacío, retumban las paredes con el eco de la nada. Y es inevitable pensar en la primera vez que viste ese lugar vacío. No es el mismo lugar que dejas. Y tampoco tú eres la misma.
Aunque el principio y el final estén llenos de vacío, en realidad no se parecen en nada. La primera vez que ves una casa vacía no se te para el corazón. Es un espacio vacío, pero está lleno de todas las posibilidades. La esperanza de días mejores, la ilusión de una tarde con la luz del sol cayendo y colándose por las ventanas. La imagen de un desayuno con café y churros un domingo por la mañana. La primera vez que ves una casa vacía te imaginas a ti misma dentro, y te gusta lo que ves. Te enamoras de la idea de ir llenando ese espacio con la vida que vendrá, de los días de gloria que están por venir. Piensas en la risa que llenará cada rincón, en las noches que pasarás sin dormir y no te importará. En los amigos que vendrán a visitarte y en todo el espacio que tendrás para llenar de libros.
El último vistazo a una casa, en cambio, es sobrecogedor. Recuerdo ese último vistazo a todas las casas en las que he vivido. Las habitaciones vacías, las cajas con mis cosas que se apilaban en el portal. Odio las mudanzas. Odio las despedidas. En esa última mirada se te encoje el corazón y el alma. Porque, de todas esas potencias que viste la primera vez que miraste, quizás se cumplió alguna. Pero ya no habrá más. Odiaba la última casa que dejé. Odié cada ruido, el frío de las paredes, la humedad.Y aun así cerré la puerta con lágrimas en los ojos, después de un abrazo y una promesa. Porque nunca volveré a esa casa en la que hubo días felices, pero siento que los días tristes se vendrán conmigo allá donde vaya.
Las personas, a nuestra manera, también somos casas. Recuerdo la primera vez que miré al interior de las personas que he querido, ese primer beso que es como mirar a través de una ventana a lo que hay más allá. Recuerdo la emoción y la alegría de pensar en todos los días de sol que vendrían. La prisa por descubrir cada rincón y llenarlo de risa y de ruido. En todos los ratos que compartiríamos en el interior de la otra. Recuerdo cada habitación de mí misma iluminada con la luz de otras, la frontera que traspasó cada una, las habitaciones donde han coexistido y los umbrales que nunca cruzarán. Recuerdo los cuartos que habité en otras casas, los lugares que me dieron cobijo y las habitaciones prohibidas donde no se podía mirar.
Serás feliz en otras casas. Muchas cosas de un territorio ajeno se volverán propias. Pero siempre llega el día en el que la luz no entra de la misma manera. Las habitaciones se vacían, las puertas se cierran. Algunas veces fui yo quien sacó sus cosas antes de que todo se desmoronara. Otras veces no me dio tiempo: se cerró de golpe la puerta con mis cosas dentro y de repente todo estaba fuera de lugar. A veces mi propia casa se volvió hostil. Y añoré lo que encontraba cuando traspasaba el umbral de otra persona.
Si tienes suerte, puede que vuelvas de visita, pero nunca será lo mismo. Porque en aquel cuarto antes había una foto tuya y ya no. Y en aquella cama me hiciste el amor y aún recuerdo el color de tus sábanas y el calor que hacía en tu habitación por las mañanas de invierno. También recuerdo las corrientes de aire que se colaban de madrugada en aquel cuarto piso, y la cama minúscula de mi habitación de Argüelles en la que dormí contigo, y contigo, y en la que ella nunca quiso quedarse a dormir. Y en esta esquina se hizo de noche mientras hablábamos de la vida y los sueños y ahora que has quitado las sillas, ¿dónde te sientas? ¿Y recuerdas aquella vez que tu gata me odió porque adivinó mis intenciones y al fin y al cabo era su casa? ¿Y recuerdas cuando casa era cualquier lugar contigo, incluso aquellas habitaciones de hotel en las que nos despedimos en uno, dos y tres países? ¿Y recuerdas que casa también fue una furgoneta con las puertas abiertas al amanecer frente al mar?
Yo lo recuerdo todo. A veces pienso que sería mucho mejor no recordar. Vuelvo a mi casa, que está hecha un desastre. Tengo tantas cosas que hacer... Tengo que quitar telarañas y hacerme un hueco entre tanta pena. Lavar la funda de la almohada otra vez, porque aún huele a su colonia y tú nunca llegarás a enrollarte desnuda en mis sábanas bajo el papel pintado. Tengo que deshacerme de todas estas esperanzas que ya no germinarán. Y tirar esa planta con tu nombre que regué demasiado. A veces, lo único que puedes hacer con el vacío de la ausencia de esperanza es aceptarlo. Ya nadie cruzará esta puerta. No quiero que nadie entre. Estoy sola, pero algún día me ocuparé de esta otra habitación de mi casa. Está vacía pero llena de posibilidades. Hoy no lo haré, pero quizás otro día sí lo haga.
Every now and then, the stars align
Girl and girl meet by the great design
Could it be that you and me are the lucky ones?
Une fleur, une femme dans ton cœur
Wait, let me in. I want to show you the shape I'm in.
Me costó varios siglos dar con esta forma, pero al fin la encontré. No fue fácil, al principio, pero poco a poco aprendí a habitar este continente. Conseguí aclimatarme al frío de esta casa apagada, a acostumbrarme al vacío de esta cáscara que me contiene.
Es una existencia sencilla, sin grandes sobresaltos. He vivido demasiado y, aun así, me da miedo la muerte. Por eso sigo en este mundo al que nunca debí llegar. Pero del que no puedo marcharme. Aún no.
En mi primera existencia cometí un error que no tenía arreglo. En la segunda decidí que no podrían existir los errores si yo ponía las reglas. La seducción es muy divertida, los primeros trescientos años. Después la cosa decae. Al final las pieles acaban siendo iguales, el calor efímero, el compás del corazón humano siempre idéntico... Por no hablar de que se acaban las sorpresas cuando conoces el final de cada historia.
Después me aburrí. Se acabaron las fiestas y las sedas, Venecia, y Long Island. Todo me aburría. Pasaban los siglos y los humanos seguían siendo los mismos. Así que al final me entregué a lo único que me daba consuelo: los libros. Renuncié al calor de los seres con los que compartía universo y que se habían convertido en algo insignificante, como hormigas bajo mis pies. Me dediqué a coleccionar, a recabar historias, a atesorar ejemplares únicos, perdidos, especiales.
La conocí en una época en la que mis sentidos llevaban siglos dormidos. Como os decía, había aprendido a encerrar en lo más profundo de mi cuerpo todas las reacciones que aún podía sentir. Pero seguían dentro de mí.
Había otras como yo. De vez en cuando confluíamos en algún siglo de alguna ciudad. Intercambiábamos opiniones sobre las últimas décadas. Conquistas. Libros. Los seres inmortales tenemos opiniones muy formadas sobre la literatura. Viene de serie.
Una de mis amigas daba una fiesta en Madrid. Hacía un par de décadas que no pisaba la ciudad, pero aún la recordaba. La invitación prometía un baile de máscaras. Bufé en cuanto lo vi. Habíamos sido las reinas del carnaval -y de las páginas de sucesos- de todas las grandes ciudades de Europa. Pero uno se acaba poniendo nostálgico con la edad, es normal. Así que accedí a ir al dichoso sitio por no hacerle el feo. Uno tiene que cuidar a las pocas personas que sobrevivirán a todos los que respiran a nuestro alrededor. La eternidad se hace larga si no.
Era una noche de finales de verano, cálida aún, como todo septiembre en Madrid. La ciudad sostenía su habitual tumulto, pero dentro de la gruta donde tenía lugar la fiesta el ruido era ensordecedor. Guitarras y otros instrumentos estridentes llenaban todo el ambiente, bañado además por luces de neón rojas y violetas. Alguien sabía cómo dar una buena fiesta, pero no lo había puesto en práctica.
Intenté pasarlo bien, después de todo había recorrido un largo camino para llegar hasta aquí. Y una amiga no cumple cuatro siglos todos los días.
-¡Por los viejos tiempos!- me gritó la anfitriona mientras me guiñaba un ojo y se alejaba con un brazo colgando a cada lado de un chico a punto de morir de amor. Literalmente.
Así que cerré los ojos, y empecé a respirar. Como no había hecho en años. A buscar un rastro en el ambiente, algo. Y lo encontré. Podría haber llegado hasta ella con los ojos cerrados. Sorteando los cuerpos entrelazados del local. Evitando las copas desperdigadas por el suelo. Podría haber destrozado cada uno de los muebles que nos separaban, pero no haría falta. Abrí los ojos y supe que me estaba mirando. Así que sonreí. Y caminé hacia ella.
Estaba parada en medio de la sala. Hacía rato que no escuchaba la música ni las conversaciones de sus amigos. Toda su atención estaba puesta en mí. No me extraña. Mi corsé tenía más de un siglo pero seguía estupendo. Ella también llevaba corsé, uno muy bonito, por cierto. Se lo quise hacer saber, así que puse una mano en uno de sus hombros, y me acerqué lentamente a su oído. Podía notar la temperatura exacta de su piel, los cinco tonos de rojo que destacaban en sus mejillas y la velocidad a la que latía su pulso. Pero no contaba con que yo también me iba a electrificar con ese contacto. Toda yo era eléctrica, y la luz de neón que recorría la sala era la prolongación de esa electricidad que había impregnado todo el ambiente.
Y sentía mi poder en toda su magnitud, sus ojos cargados de deseo y quizás algo de miedo -aunque no a mí-. Era yo quien iba a ejecutar el siguiente movimiento y creía tenerlo todo bajo control, pero esta vez era distinto. Porque yo me sabía lejana, indiferente y poderosa, pero estaba en realidad completamente sometida a su mirada. Y aunque hubiera querido separarme de ella en ese mismo instante, dar un paso atrás, toda esa carga estática me hubiera hecho quedarme en el sitio.
Mi mano seguía en su hombro, así que deslicé los dedos por su cuello hasta sostener su mejilla con mi mano. Acerqué mis labios a los suyos y sentí cómo la corriente nos atravesaba y fluía entre nosotras, y me ardían las muñecas, y me quemaban las piernas, y me recorría de pies a cabeza un cosquilleo que erizaba todos los poros de mi piel.
Y se apagó la música. Y se oyó un grito, y después otro. Y de fondo se oían sirenas. Así que agarré su mano y caminamos hacia la noche mientras todo se desmoronaba a nuestras espaldas.